viernes, 19 de septiembre de 2008

Reseña Breve: "El Mal de Montano" de Enrique Vila-Matas.


"Entonces", dice Justo Navarro, "te agarras a lo que tienes más cerca: hablas de ti mismo: Y al escribir de ti mismo empiezas a verte como si fueras otro, te tratas como si fueras otro: te alejas de ti mismo conforme te acercas a ti mismo."
Enrique Vila-Matas, El Mal de Montano

Hay novelas fabulosas. Hay otras novelas despreciables. Y hay novelas fabulosas y despreciativas. Diré que en esta categoría entraría El Mal de Montano, aunque en realidad es una obra que resiste toda rigidez de clasificación -una de sus máximas virtudes radica en evadir sigilosamente cualquier etiqueta reduccionista.

La constante que presenta a través de todo su desarrollo, a veces de una manera sutilmente encubierta, es la lucha tenaz, lúcidamente paranoica, de Rosario Girondo (que es el alter-ego de Vila-Matas), el protagonista, en contra de todo lo que atenta la vida del arte literario. Impedir la muerte de la literatura. Según él la literatura, aquel terreno donde Kafka hace de la sencillez un murmullo más cercano a la angustia desgarradora que a la paz autosuficiente, se está viendo atacada por miles de escritorzuelos amantes de los negocios que, en sus tiempos libres, se dedican a escribir pacíficas novelillas rosas que les otorgan presunta autoestima intelectual a sus simplonas vidas. Esa será la odisea que el personaje afrontará encarnándose en la memoria misma de la literatura. Pero, ojo, no es una odisea clásica y conservadoramente entendida, como la de Homero o Joyce, sino una odisea contemporánea, audaz, donde el sujeto que emprende el viaje de alguna manera sabe que nunca volverá a su Itaca, a su Dublín.

Así, cuando nuestro personaje se posiciona como contendor de las fuerzas malignas anti-literarias (y que habitan en lo que se entiende por literatura misma, los malos escritores ya han tomado el propio terreno de Kafka y Musil por asalto, de ahí su peligrosidad de infiltrados) se ve constantemente caminando por una carretera crepuscular, ya que sabe que su odisea, el sentido de su lucha, es realmente un sin sentido. Como en Kafka: la fuerza de su discurso no se da tanto en la carencia de sentido de la vida, sino por la multiplicidad de sentidos que el mundo insinúa, pero todos ellos, todas esas carreteras insinuantes de asfalto proyectado hacia el horizonte, llevan a la misma parte: ninguna. Vila-Matas señala que la esencia de la literatura es no tener esencia, marchar hacia su destrucción. De este modo la odisea de Girondo es válida en cuanto testimonio de un cambio, radiografía clínica de un trastorno, al igual que como señala un poeta recogido en la obra: en los Diarios de Vida lo que importa no es tanto los hechos que vive el narrador (de ser así no tendría más valor que el periodístico); lo importante es la perspectiva, el proceso de transformación moral que sufre en primera persona aquel narrador.

No obstante, el origen, y con ello el fundamento, de esta épica reside en una enfermedad: en estar enfermo de literatura, el mal de Montano. Esta enfermedad posee muchas variantes pero la que más precisamente la define es el ver el mundo como la extensión de un texto interminable, es decir tener incorporado a nuestra estructura mental un prisma artístico ("una extraña forma de recordar" se dice en el libro y que sirve de perfecta metáfora de la creación literaria) construido a partir de la literatura leída o creada. No poder dejar de mirar el mundo como si se estuviera leyendo una novela. En efecto, el mal de Montano llevado a la práctica puede derivar en que los escritores se vuelvan ágrafos trágicos (o sea, dejan de escribir; la famosa página en blanco), puesto que se ven memorísticamente inundados de parasitismo literario (es decir, tener la cabeza repleta de citas y episodios que han leído en otros autores). Sin embargo, Girondo expone brillantemente cómo del parasitismo literario Borges edificó toda una estética de la subalternidad intertextual, lo que otorga a la novela aquel sentido del riesgo, de la contradicción y el carácter obsesivo de la enfermedad: todo enfermo de montano ama su estado, porque la literatura misma empieza a expandirse por aquella dimensión que antes estaba dominada por una anodina realidad opuesta a la ficción; es la literatura no apoderándose, diluyendo la realidad.

En las primeras páginas Tongoy emite una frase aplicable transversalmente a toda la novela como un riesgo de la práctica creativa: "¿Habrá otra muerte en el Paraíso?". Paraíso y muerte reproducidos hasta el infinito. Esta frase no sólo revela un sentimiento de opresiva desolación ante el ciclo envolventemente eterno de la transición Tierra/Paraíso, sino también, metafóricamente, la perpetua caída de todo paraíso literario. La obra creativa del escritor como Paraíso; su caída a la realidad como muerte. Representa el eterno retorno entre ficción creativa y Veracidad experiencial. Sólo en este sentido la odisea de Girondo corre el riesgo de aproximarse a la de Homero: significa un eterno volver, un avanzar de la muerte en la vida cotidiana hacia el paraíso de la escritura, para luego volver a caer, cuando muera la narración, en la insipidez de la realidad. Es el miedo que sacude todas las páginas de la novela amenazando impedir que Girondo se convierta en la encarnación de la literatura.

Si bien el estilo de la escritura de Vila-Matas es bastante homogéneo, a excepción de cierta rítmica vertiginosa en algunos momentos particulares (por ejemplo, en la última aparición del vampiresco Tongoy que, como diría Rilke, se le ha caído de la manos a su Dios), su estructura se articula híbridamente. Una experimentación que sigue enriqueciendo al género novelístico. Subdividida en cinco partes, la obra se inicia como una nouvelle desbordante en simbolismos (la risa terapéutica de Texeira, ese detestable artista que supera la literatura por un fin vitalista) y de brillante análisis literario desde la literatura misma (aquella visión de Hamlet y su enlace con Montano es agudísima). Luego, en el segundo capítulo el libro da un vuelco radical y apelando al tribunal de la Veracidad, Girondo deconstruye la primera nouvelle y confecciona un breve diccionario crítico de los escritores que han dejado publicados diarios de vida. A ratos se alcanzan ocurrencias notables, como en la mención a W.G. Sebald o los análisis de diarios de su madre, Gide, Kafka, Pavese y Valery. La siguiente sección se titula "Teoría de Budapest", conferencia dada por Girondo en dicha ciudad en la que se produce una hipérbole de realidad, ya que al llevar el discurso de la Veracidad a sus últimas posibilidades (la certeza del engaño de su mujer con su amigo Tongoy) no hay otra opción que encarnarse en literatura; La Teoría de Budapest termina siendo pura praxis: lo que se esconde tras la realidad lo ha poseído. En el cuarto capítulo se manifiesta la fuga, las reminiscencias kafkianas, y la conciencia abierta a la memoria de la literatura: habla por él Robert Walser. Finalmente se presenta la lucha de la literatura contra sus opositores, los malos escritores, en el terreno de un congreso de escritores llevado a cabo en la espiritualidad de una montaña. Resulta pleno de sentido que este encuentro se de cuando Girondo elige leer al ensayista francés Michel de Montaigne...Curioso: Montano, Montaigne, montaña, son los tres niveles de la literatura que, antes diacrónicamente distinguibles, hoy yacen fusionados: Montano, la ficción ensimismada y recordatoria; Montaigne, la descripción pseudo-etnográfica de los otros; y las montañas, el peso de la realidad proyectada hacia su ensoñación, el cielo.