viernes, 30 de diciembre de 2022

O'REI



Fue el primero. Y el mejor. Crecimos escuchando a nuestros viejos extasiarse y volver a ser niños a la hora de recordarlo. Suecia 58, donde sacó a Brasil campeón mundial con diecisiete años; Chile 62, siendo matado a patadas en Viña al segundo partido; Inglaterra 66, casi asesinado por los portugueses (después de eso -para lástima de los amigos charrúas- se inventaron las tarjetas amarillas y las rojas); México 70, el fútbol devenido arte; y durante todos los 60, el Santos de Pelé, recorriendo el orbe, maravillando a los pueblos y visitando Chile durante 4 veranos  (donde protagonizó el mejor partido que se ha visto en este rincón: el 6 a 4 del Santos contra Checoslovaquia).

Pelé nunca cupo dentro de ningún adjetivo. Poseía todas las cualidades posibles. En él confluían lo mejor de lo mejor. La suma de todos los atributos en su máxima potencia, diría Spinoza. Superlativo del superlativo: siempre el mejor. En el brinco, en el cabezazo, en el regate, en la velocidad, en la explosión, en el cambio de ritmo, en la pegada, en la táctica, en el uso de ambas piernas, en la resistencia contra todo tipo de patadas, rodillazos, codazos y hasta bajadas de pantalones, resultando lesionado sólo un mínimo porcentaje de veces. Siempre fue el mejor, incluso con la sonrisa: alegoría del Brasil del "jogo bonito"; y, a su vez, alegoría y alegría de todo Brasil. Crecimos escuchando del mito, crecimos sintiéndolo casi dentro de nuestro pecho. Por eso, hace unas décadas, lo fuimos a buscar en la televisión, por VHS y luego por YouTube. Nos plantamos frente a la pantalla y hasta hoy mantenemos la boca abierta, hasta hoy no podemos terminar de cerrarla ni de creerlo: pelotas que pesaban tres kilos parecía misiles alados o esporas flotantes en los pies de Pelé. 

Con arena y barro en las canchas, con fiesta y diversión nocturna, con puntas de zapatos marcadas en las canillas, con valentía y también con respeto, Pelé ganó 3 Mundiales, convirtió más de 1200 goles y ha sido el jugador más completo, más perfecto que ha existido. El fútbol es el deporte más hermoso del mundo, y Pelé fue el máximo atleta de la historia: porque Pelé es el fútbol. Lo más hermoso, sin embargo, nunca es de este mundo: Pelé no puede ser de este mundo. Y hoy volvió a donde pertenece, para convertir esos tres goles que estuvo a un milímetro de gritar en México 70 (a Checoslovaquia de mitad de cancha, a Mazurkiewicz de forma indescriptible, y a Gordon Banks, en la mejor tapada de todos los tiempos). Si hubieran sido convertidos, el fútbol se habría acabado. Hoy, de alguna manera, esos goles no hechos ni desperdiciados, se consuman, se imaginan perfectos, son vueltos a la eternidad.

Sí, es cierto: Diego es Dios. Pero Pelé es la eternidad. Y ambos 10, allá se van a quedar.