sábado, 31 de mayo de 2014

Sobre la superación de la enfermedad.

La superación de la enfermedad, al contrario del arrepentimiento, supone la relación con el cuerpo más que con el alma. Si el arrepentido utiliza su voluntad contra sí mismo con tal de olvidar una acción que llevó a cabo, es decir, renegándose, queriendo ser otro, para que la cara del mundo emerja con un sentido nuevo capaz de sepultar su remordimiento, el que yace convaleciente, en cambio, ha pasado por un proceso tal que es la afirmación de su cuerpo y de su propio “yo”, la voluntad de querer volver a ser él mismo, la que se pone en operación en todo ese proceso. El arrepentimiento no deja marcas en el alma; la enfermedad esculpe cicatrices en el cuerpo. Y serán justamente estas cicatrices las que no nos permitan contemplarnos ante el espejo en grado de pura renovación, sino como habitantes de un pasado al cual podemos criticar pero del que no podemos escapar ni arrepentirnos. De esta manera, la convalecencia incluye la enseñanza dejada por la enfermedad misma a pesar de que sea capaz de superar a ésta. En la convalecencia la enfermedad ya ha pasado pero hay algo que se queda para siempre acuñado en el cuerpo: la cicatriz como el perenne recuerdo de un aprendizaje sin nombre.