miércoles, 6 de agosto de 2014

Sobre la relación entre arte y verdad en Nietzsche.

No es casualidad que Nietzsche considerara impúdica la aspiración moderna, de fuertes valores metafísicos, consistente en el acceso por parte del hombre al conocimiento total del sentido de la existencia. Esta inaccesibilidad al todo, esta reticencia a inspeccionar en la última huella del abismo, es el único modo de hacer frente a la tragedia del sinsentido. En efecto, si el conocimiento trágico nos enseña, a través de la oscura sabiduría del Sileno habitante de la ruralidad griega, que lo mejor para el hombre es no haber nacido y que una vez nacido lo mejor es morir cuanto antes, entonces la única forma de encarar la agudeza de dicho sinsentido es a través del arte. Sólo el arte permite encarar la verdad sufriente de la existencia sin recurrir a ilusiones religiosas ni metafísicas. 

Por lo mismo, el arte no intenta reducir conceptualmente esa verdad de la existencia, no hay en él un afán metafísico de por sí, como tampoco hay verdad más allá de la interpretación pues, como dice Foucault, gracias a Nietzsche se plantea la primacía de la interpretación y la pérdida de lo interpretado. Lo que el arte hace es prepararnos para soportar el dolor desde el dolor mismo: entrar a la lucha que nos obliga a afirmarnos a nosotros mismos en cuanto hombres atados al flujo del devenir. Las fuerzas activas y reactivas constituyentes de la voluntad de poder se plasman en el arte como éxtasis y sufrimiento, como capacidad del artista de estamparse en su obra y al mismo tiempo como un hombre que examina lo espantoso del mundo abismal. Soportar lo insoportable desde la agudeza del sufrimiento, embelleciéndolo sin negarlo sino afirmándolo una y mil veces, es esa la labor del auténtico artista. Esta afirmación artística se basa en un crear sin aferrarse a lo creado, en un destruir sin odiar lo destruido, en un amar las ruinas como huellas de un horizonte ya ido y en constante devenir. Y ese sufrimiento, ese mirar a los ojos a la huidiza tragedia de nuestro sinsentido, es parte de la verdad de nuestro ser, de nuestra finitud que empieza recién a reconocerse como tal. Sólo un arte sincero, un arte honesto, un arte que dice “sí” a las oscilaciones de la vida, que es capaz de amar tanto la jovialidad de la superficie como el dolor de la profundidad, sólo un arte viajero puede hacerle frente a la verdad. Es aquí donde el filósofo transmuta en artista. Y es aquí donde se respira el primer soplo de aire renovado, la brisa ligera que anuncia el advenimiento del superhombre.