martes, 4 de abril de 2017

Sobre la figura y la poesía de Gabriela Mistral.

Por lo general la gran mayoría de los chilenos tenemos una imagen de Gabriela Mistral. Una imagen. Solo una. Es la imagen que reduce su obra literaria a su historia de vida; la que reduce su grafía, o sea su escritura, a su bio, es decir a su experiencia personal. A lo largo del Siglo XX se tendió a identificar la poesía de Gabriela Mistral con Gabriela Mistral. Esta identificación facilitó en gran medida el acceso a su obra, llegando a iluminar los aspectos más conocidos el sentido de su escritura bajo la luz de su vida. Bajo dicho prisma aquella identificación fue positiva, en tanto permitió una mayor masificación sentimental y conocimiento de ella y de sus obras. Por otro lado, en cambio, tal identificación fue perjudicial, pues encubrió y apresó las diversas interpretaciones que podrían surgir de su poesía a un tipo de lectura prefijada y prejuiciosa derivada de la imagen biográfica.

Esa única imagen de Gabriela de la cual hablamos aquí, y que nos sigue influyendo querámoslo o no, estaría estructurada, según el crítico Grínor Rojo, a partir de cuatro elementos que lograrían reunirse en su figura: 1) Gabriela Mistral maestra (por su labor como profesora escolar), 2) Gabriela Mistral mística laica (por su visión de la escritura como una búsqueda que aspira a trascender espiritualmente las miserias de este mundo), 3) Gabriela Mistral poeta de Chile y América (por su comprometida causa a favor de los postergados de Nuestra América), y 4) Gabriela Mistral amante y madre frustrada (por su historia personal cargada de dolores amorosos y presunta esterilidad biológica). Dichos cuatro elementos, todos armónicamente articulados entre sí, conformarían la figura de Gabriela Mistral y, también, la manera en que se leerían sus obras.

Independientemente de lo anterior y contemplando el asunto desde una perspectiva general, podríamos preguntarnos lo siguiente: ¿es acaso la biografía, la vida de un autor, el único modo posible de regir la interpretación sobre su obra? Nos parece que no. Un poema –y tal vez toda obra de arte- , creemos, siempre debe abrir posibilidades imaginativas y/o sociales capaces de actualizar a través del pensamiento y la sensibilidad presentes las obras correspondientes, en un origen, al pasado.  Interpretar, así, es siempre ver más que lo que simplemente se ve a primera vista: interpretar es ir más allá de lo evidente. Justamente esto sucede con ciertas reinterpretaciones feministas y actuales que abordan “Los sonetos de la Muerte”. En efecto, estos sonetos no sólo se trata de un grupo de poemas que trastocan la sucesión temporal, sino que también empoderan a la hablante lírica femenina a la hora de superar las leyes emanadas desde un patriarcado ancestral gobernado por un tiempo y moral cristiana.

Por eso mismo, debido a esa voluntad de ver más allá de lo que simplemente se ve en una primera instancia, debido a ese ejercicio de apoderarse sin ambiciones de poder, a esa conquista sin deseo de dominación, es que cerraremos este escrito con unos versos de Gabriela donde invita a refinar la mirada, a “ad-mirarse”, ante la experiencia de lo asombro que aparece, sin explicación alguna y desde dentro de lo cotidiano, con la inocencia de lo nunca antes visto.

PAN

Dejaron un pan en la mesa,
mitad quemado, mitad blanco,
pellizcado encima y abierto
en unos migajones de ampo…

En esta primera estrofa Mistral describe con sutileza, contrastes y economía del lenguaje el objeto -el pan- que posteriormente le hará hundir su mirada en la “ad-miración”, como si se tratase de una fotografía digna de ser contemplada pero que irrumpe dentro de la cotidianeidad misma.

En mis infancias yo le sabía
forma de sol, de pez o de halo,
y sabía mi mano su miga
y el calor de pichón emplumado...

En una de las estrofas intermedias la hablante lírica recuerda con nostalgia las formas imaginarias del pan que habitaban en su niñez. Esta experiencia estética le brinda la oportunidad de transportase temporalmente desde el mero acto instrumental de comerlo hacia el de apreciarlo con la emoción de una reliquia, de un objeto íntimo.

Luego, unas estrofas después, el poema empieza a cerrarse reconociendo la culpa de la hablante provocada por el olvido de esa dimensión sentimental que ahora recobró pero la cual durante tantos años permaneció ensombrecida por la mera utilización del pan en calidad de comida:

La mano tengo de él rebosada
y la mirada puesta en mi mano;
entrego un llanto arrepentido
por el olvido de tantos años,
y la cara se me envejece
o me renace en este hallazgo.

Finalmente el poema se cierra aludiendo a un reencuentro con esa melancolía festiva, con esa celebración tardía, consistente en haber visto nuevamente el pan, ahora desde la vejez, como una posibilidad de sentido esencial más allá de lo evidente:

Como se halla vacía la casa,
estemos juntos los reencontrados,
sobre esta mesa sin carne y fruta,
los dos en este silencio humano,
hasta que seamos otra vez uno
y nuestro día haya acabado... 

Mistral concluye el poema integrando las partes al todo: integra la fragmentación material del pan a una sustancia metafísica caracterizada por la constante regeneración de la vida. Regeneración de la vida que los hace a ambos, al pan y al hombre, volver a la cotidianeidad pero ahora con un mayor nivel de conciencia que no se puede expresar, que queda absorbido por el silencio humano.



En definitiva, Mistral va en busca de lo que hay más allá de lo evidente, más allá del pan para comer o del silencio para ser llenado con palabras. Mistral va en busca de "lo inexplicable". Búsqueda de “lo inexplicable” que sólo puede residir en el resplandor de un poema antes que en la reducción de éste a los “explicables” sucesos de una vida.