lunes, 26 de mayo de 2008

La Muerte Fríamente. O el Gesto de lo Ignoto.

Retrato (dibujo al carboncillo) de la madre de Durero. Hecho dos meses antes de su muerte, por su hijo Alberto.1514


"La muerte es una quimera, pues cuando yo estoy, ella no está; y cuando ella está, yo no."
Epicuro

La muerte es poesía. Es un imaginario. La más desgarradora de las ficciones. Una sombra propia que nunca nos puede dar alcance. Esto suena extraño ya que el adagio popular actualmente es claro, versa sobre la seguridad de que vamos a morir, lo único seguro es la muerte. Así lo creemos todos. Sin embargo, la sentencia de Epicuro sólo cobra sentido de acuerdo a las dicotomías excluyentes de muerte/vida, sueño/vigilia, cuerpo/alma. La muerte no nos afectaría experiencialmente --aquí hay anticipaciones del pensamiento cartesiano-- debido a que el requisito de posibilidad de una afección es la conciencia. En ciertos sectores secularizados de la antigüedad tardía se entendía la muerte como una ausencia de vida, en oposición a la esencia --el ser-- de la vida que se daba en la conciencia. Así nunca se podía llegar a experimentar la muerte como tal. Una persona sin vida no "es" muerta sino que "está" muerta, ya que se supone que no posee los atributos existenciales propios de la comunicación en cuanto afección de los objetos externos sobre su conciencia y expresión de su "yo" en articulación con un "otro", y con miras a un "nosotros": del cadáver ya se ha extinguido su interioridad subjetiva y sólo se presenta como puro objeto físico e inerte. De este modo la muerte nunca nos llega como vivencia inmediata. Lo que entendemos por muerte no se basa en los mismos argumentos de lo que podemos entender por vida. La vida la vivimos como nuestra; la muerte nunca la vivimos. La vida la conocemos experiencialemente; la muerte la intuimos de forma mística a partir de un dolor: "aquí nunca más", eso parecen decir todos los cadáveres cuando aún tienen rostro, en su último estertor de vida. Todo lo que las religiones o esoterismos construyen para acallar el llanto de angustia ante la finitud humana lo hacen asumiendo, pero luego superando, aquella ruptura aguda con la cotidianeidad vital de ese "aquí nunca más". Para hablar de la muerte no tenemos fundamento, porque con la vida dialogamos a cada instante y la muerte no es más que un bostezo enorme y mudo. Bueno, bajo esta postura la muerte nos afectaría períodicamente en cuanto representación: vemos morir a todas las personas, pero jamás sabremos qué significa vivenciar la muerte.

La muerte no nos afecta directamente, sólo vemos el reflejo perpetuo de ese "aquí nunca más" que se extingue. De ahí en adelante que se imaginen lo que quieran: un anodino Paraíso, un Nirvana etéreo, una colmena de harenes y vinos (con ese me quedaría sin pensarlo), una mal disfrazada monotonía kármica...Según Popper ninguno se podría falsear, no se mueven en el modelo contrastante de la lógica investigativa (conocimiento teórico/fenómenos empíricos) por lo cual discutir sobre el más mínimo carácter de verdad científica de cada uno de éstos sería absurdo. Yo no creo tanto en Popper, pero dejémoslo así por hoy. Aunque uno nunca sepa muy bien cuando el agua pueda dejar de ser H2O, cuando las piedras no caigan al momento de soltarlas o los muertos puedan empezar a hablar. Para la madre de Durero decir que la muerte sólo se da cuando no hay vida resultaría gracioso ¿Acaso no se fijan en la garra que desde su interior le transfigura el cuello, mientras que ella, con la mirada desafiante, asume su sino trágico?

viernes, 23 de mayo de 2008

Mazak: música tenue para una espera serena.


Hace años compré este CD (Seon-Sony) en el que Konrad Ruhland dirige a Niederaltaicher Scholaren interpretando obras de Mazak. Nunca antes me había percatado de la existencia de este compositor y hasta el día de hoy no he podido encontrar otro disco con obras de él. Sé, por lo leído en el librito del CD, algunos datos históricos: vivió en el siglo XVII, estudió filosofía y compuso preferentemente obras sacras de poca extensión, siendo músico oficial de un monaterio austríaco. Pero nada de esto importa. Da lo mismo que académicamente se inscriba en el barroco temprano con algunas reminiscencias polifónicas. Su música sublime, de una sutileza y transparencia serena, deja atrás cualquier rigidez fáctica e histórica-contextual, cualquier fecha y tierra, para transportarnos a un lugar metafísico. La representación provocada por la suavidad orquestal y lo angelical de las voces es de un mundo de transición entre el cielo y la tierra, entre la vida terrenal y el Paraíso Divino. Es un sueño plácido, un dormir a la espera de algo mayor: en términos artísticos ese algo mayor será Bach; en términos simbólicos será el despertar para el Juicio Final. La belleza en Mazak radica en eso, es la música de la suspensión, la música del descanso y la espera serena, la música del olvido de sí mismo, la música del dormir sin soñar.

Una música delicada que no cae en amaneramientos. Un hermoso espejismo de paz nacido en el más despiadado desierto: la institucionalización de la religión católica occidental. ¿Cómo la figura de un mismo Cristo podía inspirar en los hombres obras tan maravillosas como éstas y a la vez alentar crímenes inquisitorios en otras partes del mundo? Quizás el único defecto de este CD sea que, en vez de ayudarnos a responder este tipo de preguntas, nos hace dirigir la mirada a otra hermosa realidad sin historia ni pecados, una de las tantas realidades del arte.

Mazak: Sacred Music From Holy Cross Monastery.
Konrad Ruhland, Niederaltaicher Scholaren.
1997. DDD. Sony.

jueves, 22 de mayo de 2008

Dos Poblamientos.




No creo que tener mi blog sea el nacimiento de alguna parte de mí que antes no estaba. Más bien se acerca a una exploración y exhibición simultánea: exploraré mis propias ideas, a la vez dejaré que en ese mismo ejercicio ustedes, los pocos que me lean, puedan complacer su vicio vouyerista de ser comunicados sin que los estén mirando a los ojos, sin saber sus identidades. Pero bienvenido sea todo aquel que desee opinar: el debate es fundamental para una construcción social con libertades de conciencias. Por eso mismo, porque llego a una nueva tierra que es el blog, me gustaría empezar con una reflexión acerca de la llegada de otros hombres a otra tierra, claro que hace unos pocos años antes.



La incomprensión del mito como habitante de la historia. Ejemplo del Poblamiento Americano.

El hombre primitivo siempre tiene más de algo que enseñarnos. Aunque en este caso sólo sea lo que nosotros ya hemos olvidado: mirar lo cotidiano con los ojos del mito. Así, me parece de capital importancia problematizar la tan popular y superficial creencia sobre el poblamiento americano. Usualmente se atribuye como causa del paso de Asia a América, a través del Estrecho de Bering, la necesidad (véase necesidad y no motivación) alimenticia de éstas bandas dado su precario estado nutricional[1]. O sea, siguiendo animalitos evasivos se descubría el nuevo continente.

Para nosotros, hombres treinta mil años más, nos parece que esta hipótesis es la más obvia, la que mejor responde a las débiles exigencias del sentido común y de la lógica/praxis histórica. Sin embargo, tal juicio lo emitimos desde el presente, desde un mundo secularizado y no sacralizado como sí era el mundo mítico. Esta perspectiva la podemos llamar descontextualización etnocéntrica, pues enjuiciamos y, aún más, nos explicamos el movimiento de la Historia de acuerdo a los valores morales y epistémicos de la actualidad. Lo cual parece un problema insondable ya que toda mirada al pasado forzosamente se realiza desde la óptica del presente. No obstante, en un casi imperativo ético, se hace necesario escuchar la voz del otro, de aquella alteridad que estudiamos. Desde la historicidad tenemos el deber de poner cada suceso y pueblo que analizamos en su propio marco, en su tiempo y espacio, para que desde allí construyamos opiniones morales y estéticas en la búsqueda social del hombre. Por lo tanto el rol de la contextualización no es para nada un apego bíblico y fundamentalista a la filología, a la arqueología o al estudio exacto y preciso de los acontecimientos pasados bajo una óptica científica. Su función es concretar el principio del relativismo cultural: la contextualización de dar base y regular las condiciones de posibilidad de la interpretación desde el presente, el situar los hechos dentro de una red simbólica (en lo abstracto) y material (en lo objetivo) que apunten a la comprensión del sentido. Producir sentido desde el presente pero bajo el marco referencial del pasado, para lo cual la dimensión psíquica de las voces muertas, los sujetos pasados, se hace imprescindible. Hay que abrir nuestro criterio y dar posibilidades de que las cosas sean mucho más de lo que para nosotros aparentan desde el paradigma científico-objetivista: esos simples animalitos que según muchos son la causa de que el continente se transforme en tal (que tenga contenido humano gracias al poblamiento) eran más que mera comida; formaban parte de su cosmología en códigos simbólicos. Así queda patente en esta leyenda mantenida por la tradición oral del pueblo paiute:

Una barrera de hielo que se elevaba hasta tocar el cielo se había formado frente a ellos. La gente no podía cruzarla. Un Cuervo alzó el vuelo, picoteó el hielo y logró resquebrajarlo. El Coyote dijo: «Estas pequeñas criaturas no pueden pasar a través del hielo». Otro Cuervo echó a volar y, nuevamente, abrió una grieta en el hielo. El Coyote ordenó: «Vamos, vuelve a intentarlo». El Cuervo voló de nuevo y rompió el hielo. La gente lo atravesó.[2] —Leyenda paiute.

¿Pero cómo acceder en el caso del poblamiento americano a estas voces psíquicas, que otorgan el sentido y dan el marco referencial del análisis histórico, sino por medio de lo tangible y concreto del vestigio y un susurro de tradición oral? Cuestionando el vestigio y releyendo el mito. Cuestionamiento y relectura no desde la racionalidad cruda y subordinada a la lógica práctica del sentido común actual, sino a la activación de un “razonamiento mítico” (a pesar de lo paradójico del concepto), a que miremos con unos ojos más próximos al arte, terreno intermedio entre el mito y el logos, en lugar de la mirada científico-objetivista. La opinión que señala que estas bandas llegaron a América en busca de comida --persiguiendo animalillos que a su vez también venían en busca de comida-- es, además de denigrante por nivelar a nuestros antepasados a la altura de los animales, un simplismo abrumador ya que lo que nosotros estimamos como mero alimento, como una necesidad básica y ordinaria para la subsistencia, lo hacemos desde un punto de vista práctico, totalmente desprovisto de la connotación mítica dominante en ese entonces. En esta descontextualización hay un acto de desplazamiento: desplazamos al hombre primitivo de su propio tiempo y espacio al medirlo y categorizarlo con nuestra propia vara. El hombre primitivo habitaba un mundo homogéneo, un mundo donde lo mítico envolvía lo práctico. No había separación. El hombre mítico habitaba un mundo sacralizado y unificante; el hombre de hoy domina un mundo secularizado y fragmentado. El mundo mítico no marca distinción entre lo objetivo, subjetivo y social, como sí se hace hoy[3]. De esta manera, en la acción que nosotros vemos tan ordinaria y trivial, grosera y patética, de llegar a poblar un continente por una casualidad de seguir el alimento, se puede esconder una intuición mítica, un simbolismo mayor, un misterio subyacente entre los restos arqueológicos y los relatos de tradición oral que para nosotros son claros y livianamente descriptivos pero que para ellos representaban una leyenda unificadora de sentido: sus mitos unen la parte con el todo, la naturaleza con la cultura y -¿por qué no?- Asia con América.

[1] Algo que Sahlins refuta. Economía de la Edad de Piedra. Madrid. Akal. 1983. Capítulo La Sociedad Opulenta Primitiva.
[2] Michael Parfit: En Busca de los Primeros Americanos. National Geographic Diciembre 2000.
[3] J. Habermas: Teoría de la acción comunicativa I. Racionalidad de la acción y racionalidad social. Edit. Taurus 1981.