lunes, 23 de abril de 2018

Imaginar los libros


I

No sabemos bien cuántos años teníamos. Sólo recordamos haber estado lejos de la fiesta familiar o habernos escapado de la sala de clases. Afuera la realidad seguía en lo suyo; pero allí, en la biblioteca, el tiempo parecía detenido.

II

Al comienzo los libros entraron por los ojos. El golpe de su portada fue lo primero que nos cautivó. Pudo ser un colorido verde, rojo y amarillo, un colorido capaz de lograr que nos fugáramos de las penas de este mundo para viajar con destino a un universo paralelo. O también pudo tratarse del dibujo de una niña jugando con su gato, niña similar a esa compañera de curso que nos enamoraba y a la que nunca nos atrevimos a hablar. El poder de la imagen es la primera promesa que nos hace un libro. A partir de ella imaginamos su contenido. Después, una vez que lo leemos, nos volvemos testigos del excesivo cumplimiento de esa promesa: todo libro siempre termina por brindarnos un sentido mucho mayor al que nos prometió en su imagen de portada. Nunca salimos de la experiencia lectora más miserables de lo que entramos en ella.

III

Estamos nuevamente en la Biblioteca de la casa familiar o de la escuela pública. Vemos desde lejos ese libro, sentimos su hechizo, y nos acercamos a cogerlo pese a que se encuentre en el rincón más alto del mueble. No hay nadie. Nadie nos ve. Ponemos una silla sobre otra y nos paramos en ella. Estiramos el brazo y tomamos el libro. Aún estando de pie en esa torre de sillas, lo abrimos con ansias. Una nube de polvo nos hace estornudar pero, acto seguido, y como si al interior de esa nube oscura se fuesen encendiendo las alas de un centenar de luciérnagas, empezamos a leer, a imaginar, a viajar. Olvidamos el polvo, olvidamos la Biblioteca y el mundo que la rodea. Empezamos, desde allí y para siempre, a ser todos los otros seres que no somos; empezamos a tener las mil y una vidas que la monótona realidad nunca nos ha dejado tener. Podemos recorrer galaxias en naves estelares y le hablamos a la niña a la que nunca le hablaremos. Somos otros. Imaginamos que somos otros. Somos intensamente felices por unos momentos. En verdad, y quizás sin saberlo, estamos haciendo la experiencia más humana de todas: la de imaginar vidas y mundos posibles, la de vencer al aburrimiento y a la muerte. La ficción ha hecho posible lo imposible: somos libres.