martes, 29 de julio de 2008

Sobre "Noche Estrellada" de Van Gogh.

Noche Estrellada (1889) de Van Gogh.
"Tengo la terrible necesidad de una religión. Entonces voy de noche afuera, a pintar las estrellas"
Vincent Van Gogh.

La luna alumbrando la noche como una lámpara en candente circularidad. Los cerros degradados en ríos. El ciprés elevándose hasta acariciar las estrellas, mientras que el pináculo de la Iglesia, aquella supuesta casa de Dios por y para el hombre, apenas se insinúa tímidamente. El pueblo ahogado en el tumultuoso abrazo de ese cielo marino. Todo parece apuntar a que la naturaleza derrocha más mística que el hombre mismo.

Algunos sostienen el marcado panteísmo que Van Gohg expresa en este cuadro. La Naturaleza como substancia y sentido de Dios. Groseramente eso podría entenderse por panteísmo. Allí donde Él construyó su obra material, el mundo, está la esencia de su Ser mismo. Si utilizamos un tropo literario bien podríamos llamar a este panteísmo un pensamiento metonímico: designar a la causa por el efecto, al obrero por la obra, al artista por el arte. O dicho panteísmo se puede afirmar pragmáticamente en la siguiente proposición: "Dios es lo que hizo". Así, como no podemos acceder plenamente a los códigos del lenguaje divino nos debemos conformar con decodificarlo en lo más originario e impoluto de su obra, lo que aún en el tiempo de Van Gogh parecía prístino justamente por empezar a resquebrajarse: la Naturaleza. Allí reside la fuerza de esta tela de Van Gogh: en una Naturaleza abierta a la trascendencia. 

Sin embargo, en esta lectura panteísta se corre el riesgo de caer en alguno de los dos extremos interpretativos. Extremos interpretativos consistente, primero, en el escepticismo radical, es decir, en el ver la Naturaleza como el mero discurso metafórico que habla infinitamente de un Dios que se sabe de antemano que no existe.  Segundo: el dogmatismo fervoroso, o sea, la Naturaleza como copia exacta de ese Dios creador, tal cual si fuesen una y la misma cosa en términos simbólicos. Esto último nos lleva a la conclusión cientificista: las leyes de la Naturaleza en términos matemáticos pasan a ser vistas como el lenguaje de Dios. Van Gogh, un hombre atribulado por cuestionamientos místicos, que incluso llegó a ejercer actividades misioneras, nunca tuvo solucionado el tema religioso. Se hallaba a medio camino entre ambos riesgos, el escepticismo y el dogmatismo, oscilando en el área conflictiva que ellos demarcan. Y justamente esta irresolución, este perpetuo buscar sin encontrar, este ir y venir entre un riesgo y otro fue lo que abrió su pintura al desborde, al deseo de traspasar los límites de un estudio metafórico o simbólico-legalista de la Naturaleza para ahondar en un expresionismo místico capaz de preguntarse eternamente por el objeto no encontrado que motiva su experiencia mística y cuya respuesta desesperada resuena mil veces contra lo vacío del abismo.

Miremos el cuadro. El pulso palpitante, con nervio y pasión. El colorido intenso. La pincelada larga y libre en la representación de la Naturaleza, proyectando dinamismo y vitalidad de movimientos. Lo cual contrasta con lo minúsculo del poderío creativo del hombre simbolizado en el pueblo, pueblo que, además, ocupa el único sector del cuadro donde están rígidamente definidos los trazos: los hogares que yacen demarcados en sus contornos otorgan una sensación de continencia, conservadurismo y egoísmo estético al pueblo. Pareciera que todo está vivo menos aquello que fue construido por los vivos, el pueblo. Ello hace de esta pintura un discurso emocional que muestra la fractura hombre/naturaleza (representada, por una parte, en la pequeñez del pueblo y, por la otra, en la epifanía cósmica), y con ella la lejanía espiritual del nuevo hombre, el de la Revolución Industrial, con lo Trascendente. Van Gogh buscará reconciliarse con Dios a través de la Naturaleza, a pesar de nunca poder hallarlo a cabalidad.

Sigamos mirando. En la Naturaleza Van Gogh transmite una exuberancia atormentadamente bella. La relación problemática de los componentes del cielo nocturno repleta de trazos retorcidos, se halla, no obstante, atravesada por una fuerza que tiende a la Unidad. Es como si la acción de que la Naturaleza se expresara en la suma de objetos particulares y divididos los unos de los otros al mismo tiempo revelase un deseo de fusión por medio de la fuerza subyacente del todo místico. 

Volvamos. Si a nuestro análisis anterior sumamos la cita inicial del propio Van Gogh sobre la religiosidad simbólica de las estrellas, "Tengo la terrible necesidad de una religión. Entonces voy de noche afuera, a pintar las estrellas".Y dado que esas estrellas entregan frágil esperanzas como chispazos de luz circular, no una luminosidad transversal que inunde toda la tela, podemos concluir que en esta pintura Dios aparece sólo en cuanto promesa y sendero. Estas estrellas se estampan aisladamente, proveyendo de tenue luz a un camino oscuro. Tanta ráfaga, tanto viento, tanta nube en espiral; tanta calidez en el fracaso por llegar a Dios. Un Dios que se busca y no se encuentra.Pero que precisamente por eso mismo se vive. Dios que se insinúa junto al caminante que va hacia Él, pero cuyo camino hasta hoy nunca tiene un fin, no posee un punto de llegada; lo que hay es fe y señales en el camino de esperanza antes que Dios en el destino como certeza. Quizás para Van Gogh, al no poder retratar la contundencia de una aparición divina y al expresar el cielo con esa pincelada caótica en eterno retorno sobre su propio conflicto, el encuentro con Dios siempre esté inconcluso.Y tal vez Dios no sea más que eso, pura religión y relegación de sí mismo: Dios como el camino para llegar a Dios.

martes, 1 de julio de 2008

Pinceladas de Experiencia, Sublimación y Ficción.

"El sueño de la Razón produce Monstruos". Grabado de Goya.1793-1796

"Yo quiero misericordia y no sacrificios"
Profeta Oseas.

Pensé bastante sobre qué iba a escribir en esta ocasión. Sobre la frase que transcribí arriba. Sobre la contingencia noticiosa. Sobre el torneo de ajedrez que jugué. Sobre los libros que estoy leyendo. Sobre el concierto barroco al que acudí hace un par de días y en el cual me encontré con un entrañable amigo y su grácil novia. Sobre aquel instante metaconsciente que se da un par de veces a la semana y en donde le tomamos el peso a la existencia (aunque sólo sea por un par de segundos)... Les cuento un secreto: no sé de qué carajo voy a escribir. Pero reflexionar sobre todo lo que planeaba escribir me sirve justamente para algo: para nada. La escritura nunca ha servido.

Ninguno de los temas que mencioné arriba eran lo suficientemente potentes. La verdad es que ningún tema en este mundo es lo suficientemente potente como para hacer que un proyecto de escritor se concrete, pase de potencia a acto.

Es necesario un trabajo de voluntad transpirativa --no netamente inspirativa...como decía el gordo burgués de Neruda: "las musas aparecen en la corrección"-- para hacer que esos temas que mencioné cobren interés. Para encantarse con el mundo hay que trabajar la realidad hasta ficcionarla. Para llegar a ser artista hay que mentir, y mucho. La realidad, asumida de manera convencional por el sentido común, no es el terreno de los artistas. La realidad de la ciencia lo es menos. La única realidad que puede motivar a la constitución de un artista como tal es la ficción. La buena ficción y su verdad huidiza (la que roza la subjetividad delirante y la regulación de valores objetivizadores). Pues, tal como en El Quijote, la ficción se presenta allí donde la realidad no se basta a sí misma; la ficción viene a reparar los groseros errores de la realidad. En los vacíos que van quedando por las grietas de una realidad siempre fracasada se erige la ficción. Es allí, en los ensueños quijotescos, ya sea a modo de metarrelatos (a pesar que Lyotard los haya enterrado) o en la añoranza y mínimo deseo cotidiano, el campo donde el hombre siempre yace proyectado en perpetua anticipación sobre la realidad, convirtiendo todo encanto sublime del arte en un re-conocerse a través del espejo distorsionante que es la obra. La fusión del sujeto con el objeto, eso es la ficción; allí está el acto re-contemplativo. Así, El Quijote re-conoce en los molinos de viento al "otro" que lo ayuda a ser él, al mismo tiempo que se autocontempla por contraste: en dichos molinos visualiza a los monstruos sin los cuales no podría autoconcebirse como héroe, tanto rescatista de Dulcinea como Hidalgo Caballero defensor de Extremadura. En este caso valdría colgarse de Rimbaud, "yo soy otro". A su vez, en un Concerto Grosso de Haendel imaginamos un pomposo Paraíso sin Dios, la sensación de despertar un día Sábado en un agradable campo soleado: allí actúa el re-conocimiento por un deseo escapista de retorno a la infancia. La gracia del arte y la experiencia estética es re-conocerse como algo nuevo que habitaba latente ese "yo" a modo de potencialidad y que el objeto artístico ha transformado en acto imaginativo y emocional: en cada arrobamiento hay una actualización del "yo". Ante la experiencia estética nacemos sin que para ello antes deba morir una parte nuestra, nos transformamos en agua brotando de una pileta, siempre nuevos a pesar de ser los mismos.
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Ciencias Duras
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La mera realidad de la ciencia normal (léase la ciencia comúnmente entendida, o como un grupo de científicos recalcitrantes han querido que la entendamos) carece de ese leitmotiv creativo. Esto se da debido a que se rige por métodos que cumplen la función de conocer las leyes que gobiernan los fenómenos de un mundo presuntamente objetivo, mundo estudiado desde un lugar supuestamente imparcial y cuyas teorías tienden a generalizarse de forma impositiva y absurdamente universal. Crítica que hacía Feyerabend a los defensores del simplismo cientificista anteriormente señalado: separaban drásticamente las artes de la ciencia al no admitir la fuerza de lo que él acuñó como "principio contrainductivo", anarquismo metodológico (aunque él se consideraba dadaísta) y la anti-regla del "todo sirve".
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Ficción y Enfermedad
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Miren! Al final escribí algo! Aunque sea un análisis barato sobre experiencias aún más baratas. Lo importante es que sentándose a hilvanar letras siempre se descubre un chispazo en aquella sombra que parecía agotada. Alguno me dirá que la ficción no supera a la realidad...Tal vez sea así, no sé...Pero no le podemos negar su propiedad terapéutica: la ficción si no llega a sanar a la realidad por lo menos sí la hace vivible para nosotros, los enfermos.