jueves, 22 de mayo de 2008

Dos Poblamientos.




No creo que tener mi blog sea el nacimiento de alguna parte de mí que antes no estaba. Más bien se acerca a una exploración y exhibición simultánea: exploraré mis propias ideas, a la vez dejaré que en ese mismo ejercicio ustedes, los pocos que me lean, puedan complacer su vicio vouyerista de ser comunicados sin que los estén mirando a los ojos, sin saber sus identidades. Pero bienvenido sea todo aquel que desee opinar: el debate es fundamental para una construcción social con libertades de conciencias. Por eso mismo, porque llego a una nueva tierra que es el blog, me gustaría empezar con una reflexión acerca de la llegada de otros hombres a otra tierra, claro que hace unos pocos años antes.



La incomprensión del mito como habitante de la historia. Ejemplo del Poblamiento Americano.

El hombre primitivo siempre tiene más de algo que enseñarnos. Aunque en este caso sólo sea lo que nosotros ya hemos olvidado: mirar lo cotidiano con los ojos del mito. Así, me parece de capital importancia problematizar la tan popular y superficial creencia sobre el poblamiento americano. Usualmente se atribuye como causa del paso de Asia a América, a través del Estrecho de Bering, la necesidad (véase necesidad y no motivación) alimenticia de éstas bandas dado su precario estado nutricional[1]. O sea, siguiendo animalitos evasivos se descubría el nuevo continente.

Para nosotros, hombres treinta mil años más, nos parece que esta hipótesis es la más obvia, la que mejor responde a las débiles exigencias del sentido común y de la lógica/praxis histórica. Sin embargo, tal juicio lo emitimos desde el presente, desde un mundo secularizado y no sacralizado como sí era el mundo mítico. Esta perspectiva la podemos llamar descontextualización etnocéntrica, pues enjuiciamos y, aún más, nos explicamos el movimiento de la Historia de acuerdo a los valores morales y epistémicos de la actualidad. Lo cual parece un problema insondable ya que toda mirada al pasado forzosamente se realiza desde la óptica del presente. No obstante, en un casi imperativo ético, se hace necesario escuchar la voz del otro, de aquella alteridad que estudiamos. Desde la historicidad tenemos el deber de poner cada suceso y pueblo que analizamos en su propio marco, en su tiempo y espacio, para que desde allí construyamos opiniones morales y estéticas en la búsqueda social del hombre. Por lo tanto el rol de la contextualización no es para nada un apego bíblico y fundamentalista a la filología, a la arqueología o al estudio exacto y preciso de los acontecimientos pasados bajo una óptica científica. Su función es concretar el principio del relativismo cultural: la contextualización de dar base y regular las condiciones de posibilidad de la interpretación desde el presente, el situar los hechos dentro de una red simbólica (en lo abstracto) y material (en lo objetivo) que apunten a la comprensión del sentido. Producir sentido desde el presente pero bajo el marco referencial del pasado, para lo cual la dimensión psíquica de las voces muertas, los sujetos pasados, se hace imprescindible. Hay que abrir nuestro criterio y dar posibilidades de que las cosas sean mucho más de lo que para nosotros aparentan desde el paradigma científico-objetivista: esos simples animalitos que según muchos son la causa de que el continente se transforme en tal (que tenga contenido humano gracias al poblamiento) eran más que mera comida; formaban parte de su cosmología en códigos simbólicos. Así queda patente en esta leyenda mantenida por la tradición oral del pueblo paiute:

Una barrera de hielo que se elevaba hasta tocar el cielo se había formado frente a ellos. La gente no podía cruzarla. Un Cuervo alzó el vuelo, picoteó el hielo y logró resquebrajarlo. El Coyote dijo: «Estas pequeñas criaturas no pueden pasar a través del hielo». Otro Cuervo echó a volar y, nuevamente, abrió una grieta en el hielo. El Coyote ordenó: «Vamos, vuelve a intentarlo». El Cuervo voló de nuevo y rompió el hielo. La gente lo atravesó.[2] —Leyenda paiute.

¿Pero cómo acceder en el caso del poblamiento americano a estas voces psíquicas, que otorgan el sentido y dan el marco referencial del análisis histórico, sino por medio de lo tangible y concreto del vestigio y un susurro de tradición oral? Cuestionando el vestigio y releyendo el mito. Cuestionamiento y relectura no desde la racionalidad cruda y subordinada a la lógica práctica del sentido común actual, sino a la activación de un “razonamiento mítico” (a pesar de lo paradójico del concepto), a que miremos con unos ojos más próximos al arte, terreno intermedio entre el mito y el logos, en lugar de la mirada científico-objetivista. La opinión que señala que estas bandas llegaron a América en busca de comida --persiguiendo animalillos que a su vez también venían en busca de comida-- es, además de denigrante por nivelar a nuestros antepasados a la altura de los animales, un simplismo abrumador ya que lo que nosotros estimamos como mero alimento, como una necesidad básica y ordinaria para la subsistencia, lo hacemos desde un punto de vista práctico, totalmente desprovisto de la connotación mítica dominante en ese entonces. En esta descontextualización hay un acto de desplazamiento: desplazamos al hombre primitivo de su propio tiempo y espacio al medirlo y categorizarlo con nuestra propia vara. El hombre primitivo habitaba un mundo homogéneo, un mundo donde lo mítico envolvía lo práctico. No había separación. El hombre mítico habitaba un mundo sacralizado y unificante; el hombre de hoy domina un mundo secularizado y fragmentado. El mundo mítico no marca distinción entre lo objetivo, subjetivo y social, como sí se hace hoy[3]. De esta manera, en la acción que nosotros vemos tan ordinaria y trivial, grosera y patética, de llegar a poblar un continente por una casualidad de seguir el alimento, se puede esconder una intuición mítica, un simbolismo mayor, un misterio subyacente entre los restos arqueológicos y los relatos de tradición oral que para nosotros son claros y livianamente descriptivos pero que para ellos representaban una leyenda unificadora de sentido: sus mitos unen la parte con el todo, la naturaleza con la cultura y -¿por qué no?- Asia con América.

[1] Algo que Sahlins refuta. Economía de la Edad de Piedra. Madrid. Akal. 1983. Capítulo La Sociedad Opulenta Primitiva.
[2] Michael Parfit: En Busca de los Primeros Americanos. National Geographic Diciembre 2000.
[3] J. Habermas: Teoría de la acción comunicativa I. Racionalidad de la acción y racionalidad social. Edit. Taurus 1981.

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