"Los jugadores de cartas"(1895) de Cezanne |
Los dos hombres que juegan a las
cartas parecen estampados en el ambiente cerrado de una cantina, dando la
impresión que formaran parte de un todo homogéneo, de una atmósfera pulida bajo
una y la misma materia, de una sustancia continua capaz de hacer vibrar tanto a
los objetos como a los sujetos en una misma sintonía. Esta homogeneidad viene
dada, evidentemente, por la tonalidad cromática que utiliza Cezanne al momento de
representar la escena. En efecto, los colores ocres de las vestimentas contrastan
levemente con el mantel, el cual se desliza sobre la mesa equilibrando la
composición. Así, en esta obra Cezanne deja de lado el tema lumínico del
impresionismo temprano para dar paso al problema de los volúmenes en tanto
primacía de la intensidad de colores y de la distorsión de ciertas formas (como
es el caso de los brazos levemente desproporcionados de ambos jugadores, de la botella
que refleja una luz blanca y del sombrero alargado del jugador de la
izquierda).
Sin embargo, y yendo más allá de
lo meramente descriptivo, ¿qué significación profunda posee esta obra de Cezanne en
un contexto como el de finales del siglo XIX, tan marcado por el naciente avance de la técnica en el horizonte europeo y la reproductibilidad fotográfica?
Me parece que Cezanne llega al clímax
de su producción en esta obra precisamente por superar el modelo de la
representación externa. Es decir, a Cezanne no le interesó representar el objeto visto, sino lo que vemos. En este sentido, nuestro
pintor de la Provenza otorga un giro subjetivista al arte moderno para abrir
sendas al contemporáneo: ya no se necesitará pintar, como hacían los realistas
hasta unas décadas antes de Cezanne, a los objetos en cuanto objetos; lo que
se pintará ahora será el modo de comparecer del mundo ante nuestros ojos. Lo
importante será el modo en que nuestra conciencia recepciona, tiñe y hace
vibrar al mundo. De este modo, Cezanne lleva a cabo algo que ningún instrumento
ni cámara fotográfica puede hacer: develar ese lazo subjetivo que nos une a los
objetos.
Por lo mismo, y para ser más
concretos a la hora de analizar la obra, esta tela se halla cargada de una
tonalidad cromática que deviene en el aura del recuerdo. Lo que palpita en su
calidez es la referencia a una escena, cualquiera que sea, que resplandece con
la vibración propia de la memoria. Recuerdo de un suceso que jamás
presenciamos, recuerdo de una imagen nunca antes vista, recuerdo de ese niño que
algún día grabó en su memoria a dos hombres jugando cartas en la cantina, esta
obra de Cezanne sintetiza y aplica todo lo que en términos fenomenológicos se
denomina la “intencionalidad”: el modo en que nuestra conciencia subjetiva actualiza la presencia de un objeto que le es donado a ella. Por eso, si particularmente en esta composición
es el recuerdo el modo de darse de la obra de arte, o sea, la referencia a un
pasado difuso, sin detallismos, y del cual conservamos sólo lo medular (los volúmenes,
los colores, el ambiente), se debe a que Cezanne aborda la obra como un todo
homogéneo, donde impera un aura de madera reseca, donde reina un olor a vestimenta
cansada, donde finalmente se expande y vivifica la intensidad volumétrica. En
fin, gracias a esa tonalidad cálida y omniabarcante de “Los jugadores de carta”
se hace presente lo impresentado de la acción de recordar, el acto fenomenológico mismo del recordar. Por ende, lo que se
pinta no es tanto el motivo, sino la motivación que desfigura el motivo: no hay
objetos recordados sin sujetos que los recuerden. La síntesis consistente entre la intención
subjetiva de recordar y el asunto objetivo de lo recordado es lo que se revela en esta
obra.