En su
obra “Estructuras de la praxis” el filósofo español Antonio González afirma,
desde una perspectiva marcadamente fenomenológica, la siguiente idea sobre la
significación de los actos y de la actualización de los fenómenos que en ellos
operan en tanto alteridad radical.
“En
definitiva, los actos, liberados de todos los presupuestos que usualmente se
proyectan sobre ellos, consisten en actualizaciones de algo que se presenta
como radicalmente otro…...la prima veritas que constituye el punto de partida
de la filosofía no es ni una evidencia, ni una adecuación, desvelación o
actualización. La verdad primera de los actos es un factum, todo lo adecuado,
desvelado y evidente que se quiera. Los actos constituyen un hecho radical
sobre el cual se funda toda verdad y toda evidencia ulterior."
Como dice González los
fenómenos actualizados en nuestra conciencia siempre se presentarán en
distinción a nosotros mismos y a nuestros propios actos. Las cosas del mundo se
actualizan en cuanto otras. Independientemente del cómo el acto intencione determinadas percepciones, sentimientos, recuerdos, imaginaciones, etc., el qué de dichas actualizaciones siempre será una alteridad inaprehensible.
Me
permitiré introducir una escueta imagen metafórica con tal de ilustrar de mejor
modo la operación del acto que se lleva a cabo junto a la emergencia de las
cosas en tanto alteridad radical. Utilizaré la imagen del vidrio o, mejor
dicho, del vidrio de la ventana.
Nos
sentamos en soledad frente al vidrio de la ventana a beber el último café del día
mientras contemplamos cómo desciende el atardecer. Nos asombramos por los
colores crepusculares. Ahí está la fugacidad siempre nueva de los rojizos del
cielo, los cuales se entraman con los matices más suaves de las nubes, las que son
balaceadas por el silbido del viento. Más abajo yace la diversidad de los
árboles, los cuales se dejan mecer por la respiración de la tierra. Sobre ellos
moran los pajarillos paseándose de una a otra copa florecida, con la danza ágil
de sus alas y el canto alegre de sus gargantas. En fin, vemos todo con la dulce
certeza de quien piensa que nunca aquel panorama se apagará; el mundo parece
sin origen ni fin. Allí, en esa escena exuberante y delicada a la vez, la
eternidad musita su sentido de vida inextinguible: lo inmortal del ocaso
circular que hace amanecer por medio suyo, una y otra vez, la inocencia misma
del hombre. No obstante, debido a esas misteriosas ironías de los momentos
sublimes, justamente segundos antes que se extinga totalmente la luz del día
reparamos de golpe en el vidrio de la ventana, específicamente en su frágil y
latente calidad de espejo que ahora se hace, de un momento a otro, manifiesto.
Claro, no hemos dejado de mirar por
la ventana; tan sólo que ahora miramos también en la ventana: vemos, más
acá del crepúsculo de la tarde, nuestra imagen reflejada en la transparencia.
Así, el vidrio de la ventana permite que ingresen las últimas luces ahogadas
del día a nuestro hogar, pero al mismo tiempo también refleja el interior de
nuestro morada y, por cierto, nuestro pálido y tembloroso rostro. Sabemos que observamos lo observado.
Me parece que la relación
indestructible que presenta el acto, por un lado, con la actualización de una
alteridad radical, por otro lado, es muy similar a la que acabo de describir en
la anterior escena metafórica. En efecto, el paso de la retracción, esto es, el
paso de descubrir que el vidrio de la ventana no sólo opera como una
transparencia que nos permite mirar hacia el mundo, sino que nos otorga la opción
de también vernos reflejados frágilmente en ella, es el paso que permite
contemplar tanto el acto mismo como lo actualizado en el acto. Es un golpe de
la conciencia. Esto significa que lo que se habrá de reflejar en el vidrio de
la ventana como mismidad (el acto perceptivo en este caso) y la imagen que
ingresa en tanto Otro por medio de dicha ventana (la actualización de la alteridad
radical de la naturaleza crepuscular) conforman una suerte de unidad diferenciada
que está a la base de toda experiencia filosófica: la experiencia del factum que
viene a atestiguar la existencia tanto de mi acto de conciencia como de la
aparición del mundo su calidad de actualización de una alteridad radical. Dicha
afección de dos caras se trata de un doble dato irrefutable e inequívoco a nivel de nuestra conciencia.
Así, este
carácter de los actos que tiene por contenido a las actualizaciones plantea el
beneficio de ser la verdad primera. Verdad primera propiciada por la actitud reflexiva
de la conciencia que no solamente percibe lo percibido, sino que percibe que
percibe lo percibido, que no sólo recuerda, sino que sabe que recuerda lo
recordado, etc. Es una verdad primera que en tanto análisis, tal cual como el
prisma de la ventana, comprende ambas dimensiones, el acto y lo actualizado, de
un modo intrínsecamente constituyente el uno del otro. En otras palabras, me
parece que la verdad primera se da en el hecho concreto del intenso lazo entre
el acto y lo actualizado como una unidad fáctica que implica el dato más
originario y fundante del quehacer filosófico.