Por lo
general la gran mayoría de los chilenos tenemos una imagen de Gabriela Mistral.
Una imagen. Solo una. Es la imagen que reduce su obra literaria a su historia
de vida; la que reduce su grafía, o
sea su escritura, a su bio, es decir
a su experiencia personal. A lo largo del Siglo XX se tendió a identificar la
poesía de Gabriela Mistral con Gabriela Mistral. Esta identificación facilitó
en gran medida el acceso a su obra, llegando a iluminar los aspectos más
conocidos el sentido de su escritura bajo la luz de su vida. Bajo dicho prisma
aquella identificación fue positiva, en tanto permitió una mayor masificación sentimental y
conocimiento de ella y de sus obras. Por otro lado, en cambio, tal identificación
fue perjudicial, pues encubrió y apresó las diversas interpretaciones que
podrían surgir de su poesía a un tipo de lectura prefijada y prejuiciosa
derivada de la imagen biográfica.
Esa
única imagen de Gabriela de la cual hablamos aquí, y que nos sigue influyendo
querámoslo o no, estaría estructurada, según el crítico Grínor Rojo, a partir de
cuatro elementos que lograrían reunirse en su figura: 1) Gabriela Mistral
maestra (por su labor como profesora escolar), 2) Gabriela Mistral mística
laica (por su visión de la escritura como una búsqueda que aspira a trascender
espiritualmente las miserias de este mundo), 3) Gabriela Mistral poeta de Chile
y América (por su comprometida causa a favor de los postergados de Nuestra América),
y 4) Gabriela Mistral amante y madre frustrada (por su historia personal cargada
de dolores amorosos y presunta esterilidad biológica). Dichos cuatro elementos,
todos armónicamente articulados entre sí, conformarían la figura de Gabriela
Mistral y, también, la manera en que se leerían sus obras.
Independientemente
de lo anterior y contemplando el asunto desde una perspectiva general,
podríamos preguntarnos lo siguiente: ¿es acaso la biografía, la vida de un
autor, el único modo posible de regir la interpretación sobre su obra? Nos
parece que no. Un poema –y tal vez toda obra de arte- , creemos, siempre debe
abrir posibilidades imaginativas y/o sociales capaces de actualizar a través del
pensamiento y la sensibilidad presentes las obras correspondientes, en un
origen, al pasado. Interpretar, así, es
siempre ver más que lo que simplemente se ve a primera vista: interpretar es ir
más allá de lo evidente. Justamente esto sucede con ciertas reinterpretaciones
feministas y actuales que abordan “Los sonetos de la Muerte”. En efecto, estos
sonetos no sólo se trata de un grupo de poemas que trastocan la sucesión
temporal, sino que también empoderan a la hablante lírica femenina a la hora de
superar las leyes emanadas desde un patriarcado ancestral gobernado por un
tiempo y moral cristiana.
Por eso
mismo, debido a esa voluntad de ver más allá de lo que simplemente se ve en una
primera instancia, debido a ese ejercicio de apoderarse sin ambiciones de
poder, a esa conquista sin deseo de dominación, es que cerraremos este escrito
con unos versos de Gabriela donde invita a refinar la mirada, a “ad-mirarse”,
ante la experiencia de lo asombro que aparece, sin explicación alguna y desde
dentro de lo cotidiano, con la inocencia de lo nunca antes visto.
PAN
Dejaron un pan en la mesa,
mitad quemado, mitad blanco,
pellizcado encima y abierto
en unos migajones de ampo…
En esta
primera estrofa Mistral describe con sutileza, contrastes y economía del
lenguaje el objeto -el pan- que posteriormente le hará hundir su mirada en la
“ad-miración”, como si se tratase de una fotografía digna de ser contemplada
pero que irrumpe dentro de la cotidianeidad misma.
En mis
infancias yo le sabía
forma
de sol, de pez o de halo,
y sabía
mi mano su miga
y el
calor de pichón emplumado...
En una
de las estrofas intermedias la hablante lírica recuerda con nostalgia las
formas imaginarias del pan que habitaban en su niñez. Esta experiencia estética
le brinda la oportunidad de transportase temporalmente desde el mero acto
instrumental de comerlo hacia el de apreciarlo con la emoción de una reliquia,
de un objeto íntimo.
Luego,
unas estrofas después, el poema empieza a cerrarse reconociendo la culpa de la
hablante provocada por el olvido de esa dimensión sentimental que ahora recobró
pero la cual durante tantos años permaneció ensombrecida por la mera utilización
del pan en calidad de comida:
La mano
tengo de él rebosada
y la
mirada puesta en mi mano;
entrego
un llanto arrepentido
por el
olvido de tantos años,
y la
cara se me envejece
o me
renace en este hallazgo.
Finalmente
el poema se cierra aludiendo a un reencuentro con esa melancolía festiva, con
esa celebración tardía, consistente en haber visto nuevamente el pan, ahora
desde la vejez, como una posibilidad de sentido esencial más allá de lo
evidente:
Como se
halla vacía la casa,
estemos
juntos los reencontrados,
sobre
esta mesa sin carne y fruta,
los dos
en este silencio humano,
hasta
que seamos otra vez uno
y nuestro
día haya acabado...
Mistral
concluye el poema integrando las partes al todo: integra la fragmentación
material del pan a una sustancia metafísica caracterizada por la constante
regeneración de la vida. Regeneración de la vida que los hace a ambos, al pan y
al hombre, volver a la cotidianeidad pero ahora con un mayor nivel de
conciencia que no se puede expresar, que queda absorbido por el silencio humano.
En
definitiva, Mistral va en busca de lo que hay más allá de
lo evidente, más allá del pan para comer o del silencio para ser llenado con
palabras. Mistral va en busca de "lo inexplicable". Búsqueda de “lo inexplicable”
que sólo puede residir en el resplandor de un poema antes que en la reducción
de éste a los “explicables” sucesos de una vida.