I
No sabemos bien cuántos
años teníamos. Sólo recordamos haber estado lejos de la fiesta familiar o
habernos escapado de la sala de clases. Afuera la realidad seguía en lo suyo;
pero allí, en la biblioteca, el tiempo parecía detenido.
II
Al comienzo los libros
entraron por los ojos. El golpe de su portada fue lo primero que nos cautivó.
Pudo ser un colorido verde, rojo y amarillo, un colorido capaz de lograr que nos
fugáramos de las penas de este mundo para viajar con destino a un universo
paralelo. O también pudo tratarse del dibujo de una niña jugando con su gato, niña
similar a esa compañera de curso que nos enamoraba y a la que nunca nos
atrevimos a hablar. El poder de la imagen es la primera promesa que nos hace un
libro. A partir de ella imaginamos su contenido. Después, una vez que lo
leemos, nos volvemos testigos del excesivo cumplimiento de esa promesa: todo
libro siempre termina por brindarnos un sentido mucho mayor al que nos prometió
en su imagen de portada. Nunca salimos de la experiencia lectora más miserables
de lo que entramos en ella.
III
Estamos nuevamente en la
Biblioteca de la casa familiar o de la escuela pública. Vemos desde lejos ese libro,
sentimos su hechizo, y nos acercamos a cogerlo pese a que se encuentre en el
rincón más alto del mueble. No hay nadie. Nadie nos ve. Ponemos una silla sobre
otra y nos paramos en ella. Estiramos el brazo y tomamos el libro. Aún estando
de pie en esa torre de sillas, lo abrimos con ansias. Una nube de polvo nos
hace estornudar pero, acto seguido, y como si al interior de esa nube oscura se
fuesen encendiendo las alas de un centenar de luciérnagas, empezamos a leer, a
imaginar, a viajar. Olvidamos el polvo, olvidamos la Biblioteca y el mundo que
la rodea. Empezamos, desde allí y para siempre, a ser todos los otros seres que
no somos; empezamos a tener las mil y una vidas que la monótona realidad nunca
nos ha dejado tener. Podemos recorrer galaxias en naves estelares y le hablamos
a la niña a la que nunca le hablaremos. Somos otros. Imaginamos que somos
otros. Somos intensamente felices por unos momentos. En verdad, y quizás sin
saberlo, estamos haciendo la experiencia más humana de todas: la de imaginar
vidas y mundos posibles, la de vencer al aburrimiento y a la muerte. La ficción
ha hecho posible lo imposible: somos libres.