José Venturelli: Recuerdo de un recuerdo, 1983 Colección MNBA |
1.- LO QUE SABEMOS
José Venturelli (Santiago, 1924 –
Beijing, 1988) fue un pintor comprometido con los procesos sociales y políticos
del siglo XX. También fue un hombre de mundo, un viajero que conoció y se
sensibilizó del sufrimiento de hombres y mujeres en diversas latitudes de los
cinco continentes. Militante comunista, después de emigrar de Chile, y ya
influenciado por el muralismo mexicano, especialmente por el de Siqueiros, se
radicó sucesivamente en China, Cuba y Europa, para, en sus últimos años, volver a Beijing donde moriría
a fines de los 80. Connotados lugares públicos pertenecientes a importantes ciudades
de estos países albergan obras de Venturelli, las cuales son reconocibles por su estilo estético y apreciadas
por el valor de lo comunitario que logró plasmar en ellas. Así, fiel tanto a su
visión y acción política, como a la esperanza depositada en la lucha de la humanidad por recobrar su dignidad, incursionó en la técnica del muralismo con
el fin de contribuir a la generación de una conciencia política masiva y amplificada, cuyo
núcleo central se ancló en el reconocimiento de las potencias sociales y
creativas del hombre en cuanto disposiciones de superación histórica y
conquista de su plenitud comunitaria. Luego de su estadía en China, la pintura de Venturelli adquirió un tono más intimista y delicado, propio de la acuarela tradicional distintiva
de aquella cultura oriental, llegando a abordar motivos familiares con
pronunciada sensibilidad y nostalgia, como los retratos de su hija. Sin embargo, su obra nunca rehuyó de
afrontar la problemática constitución de la identidad de Latinoamérica,
visibilizando en primer plano sujetos sociales y personificaciones naturales,
hasta allí, secundarios en el canon artístico de la alta cultura moderna,
entre los cuales se hallan: obreros explotados hasta la enajenación, campesinos
en armas dispuestos a la lucha, indígenas doloridos en busca de su libertad, victoriosos guerrilleros cubanos, sublimes
parajes naturales, además, de una multiplicidad de animales salvajes, todos ellos hermanados
bajo el signo común y comunitario del marxismo.
La técnica de Venturelli se mantuvo
medianamente estable a través de su vida artística, sólo distinguiéndose un acentuado
cambio tras beber de la cultura china. Primordialmente esta técnica se caracteriza por un
trazo vigoroso con énfasis en la explotación de una misma e intensa gama
cromática, así como, a modo de herencia del serpentismo renacentista, por líneas
certeramente definidas pese a lo ondulante de las mismas. A su vez, la
influencia de la acuarela china abre paso a un tratamiento minimalista de algunos elementos naturales, junto a marcar un cierto giro cromático hacia los tonos fríos que
adopta su obra en la última etapa de su vida.
2.- LO QUE PENSAMOS
Si, según afirma Sonia Montecinos
en su célebre estudio Madres y huachos, nuestra identidad cultural
latinoamericana, en tanto genérica y mestiza, se constituye a partir de la
noción del vástago bastardo y de la madre violada, esto es, del fruto de una gestación entre un
conquistador español (o el poder de la técnica) y una indígena ultrajada (o la fecundidad
originaria de la naturaleza), entonces dicho origen espurio no puede más que
depararnos una relación conflictiva con nuestras raíces. En efecto, por un
lado, la ausencia del padre, el vacío dejado por ese conquistador español que no somos pero
que muchas veces a lo largo de la historia hemos deseado y jugado a ser, y, por
otro lado, la presencia abnegada de la madre, a la cual imputamos su rol de
pasividad (o incluso de amor) frente al opresor, han devenido en un culto a las
apariencias cuya intención consiste en asemejarse a lo europeo, a lo blanco, a lo puro.
Día tras día intentamos lavar el sucio
peso de nuestra bastardía señalando que Chile avanza aceleradamente hacia el
desarrollo primermundista y nos enorgullecemos de ser el país más moderno de la
región. No obstante, siempre un gesto nos delata, algo sale mal y el pudor nos obliga
a volver como asesino arrepentido o fantasma en pena al sitio del delito. No es
raro, así, que nuestro continente latinoamericano, y sobre todo nuestro país, cuente
como marca identitaria más característica la obsesión de develar su propia identidad
cultural: no sabemos quiénes somos, pero, tras tan abultadas capas de reiteración y complejos de
superioridad, nos hemos convencido de ser quienes deseamos ser: la máscara del
padre ausente, del viejo conquistador primermundista. Sin embargo, al interior de dicha máscara sigue
resonando la vana e imposible obsesión ante la cual, generalmente, los
Estados-Nación del continente se han inclinado: la del poder servicial ante el Otro, ante la imagen del viejo primermundista. Es
decir, hemos optado por sacrificar a la madre indígena y suplantar el rostro del
padre ausente, adquiriendo el semblante europeo invasor. De tal suplantación, siendo latinoamericanos, creciendo en el suelo que acunó la violación de nuestra madre, nada
auténtico puede surgir.
Entiéndase bien: la solución (¿acaso
la hay?) no se trata de optar por el padre o por la madre, no se trata de
eurocentrismo o de indigenismo; sino de indagar en nuestra memoria histórica dominando las ansias de nuestros complejos y las seducciones de autoengaño; se trata de
buscar quiénes somos, qué se ha hecho de y con nosotros; en fin, se trata de colorear
de dignidad y vitalidad ese horizonte histórico e ideal que habita más allá de
todo horizonte físico. La obra artística de José Venturelli, pintor viajero y
humanista, nos invita a emprender ese viaje por nuestra humanidad común desde Latinoamérica.
3.- LO QUE VEMOS (Y VIVIMOS)
Con decisión invencible.
Lo primero. Una mujer morena
cortando el viento con el filo de sus rasgos indígenas. Su postura deja
adivinar que bajo las ropas se esconden formas carnosas, abrazadoras como la
madre y abrazables como la amante. Tales colores y formas presentan un contraste
con la blancura y la musculatura del caballo que se interna ferozmente por el valle.
Lo segundo. Es cierto que el
gesto de la mujer nos recuerda a Delacroix y su famosa tela La Libertad guiando
al pueblo. No obstante, esta versión latinoamericana de la libertad, y del heroísmo
que ella exige, expresa una melancolía y sentimiento de decadencia muy diferente
de la exuberancia del pintor francés. Pareciera ser que en este fragmento de la
obra de Venturelli la victoria libertaria se escondiera fuera del cuadro, más
allá de la tenue sinuosidad de las colinas y en un tiempo declinante cuyo sentido
-sospechamos aún más melancólicamente- yacería condenado al ocaso.
Lo tercero. La mujer, alegoría de la
madre ultrajada que es Latinoamérica y a la cual sólo recordamos en tanto
recuerdo (o sueño) de nuestra historia cultural, emprende un viaje utópico pero
decisivo hacia la recuperación de su dignidad. Aún no hay nadie que la
acompañe, aún no se divisan los enemigos. Quizás, -sospechamos- ella misma contenga a los unos
y a los otros, a los compañeros y a los victimarios; quizás sea la mestiza ira y la mestiza herida. Tal cual en un sueño (o
pesadilla repetitiva) lo absurdo se ha impuesto: y sólo se podrá superar el
trauma tornando manifiesto aquello que como cultura hemos reprimido.
4.- LO QUE IMAGINAMOS
Así. ¿Cómo? Así: Como un recuerdo
de infancia. ¿Como un sueño o como una pesadilla? Sí: como el recuerdo de un
recuerdo. Como si corriéramos la hierba con los brazos y tras los matorrales
descubriéramos a nuestra madre, esposa e hija devorando el horizonte con su
mirada.