Desde los orígenes de la República al mes de Septiembre le ha sido conferido un sitial relevante en Chile. Dicha relevancia se ha configurado a partir de un doble sentido, natural e histórico, cuyas significaciones y narrativas confieren a este mes un aura que bordea lo mítico.
Por un lado, en Septiembre se vivencia la puesta en escena
de un imaginario vinculado con el renacimiento cíclico de la naturaleza: el
despertar de la primavera en el hemisferio sur. Las mañanas afloran bajo un sol
cálido y capaz de acariciar la piel; la gama de colores se amplía dejando atrás
el gris invernal y vivificando el día a día citadino; paulatinamente las plazas
vuelven a poblarse de niños, otrora en torno al organillero, hoy elevando
volantines los menos y persiguiendo una pelota los más; la rigidez de nuestros
abrigos va quedando atrás para favorecer la fluidez de movimientos otorgada por
ropas más livianas; y hay ciertas tardes donde llegamos a sentir el tibio roce
de alguna piel humana mientras nos movilizamos en el transporte público. Un
sentimiento de ligereza, aparejado con una espontánea idea de renacimiento y
optimismo asociada a él, resurge desde el orden cíclico de la naturaleza. Al
final somos humanos y, aunque no lo veamos, vivimos dentro de un orden que nos
abraza tanto en la cercanía como en la distancia. El mito de Deméter y
Perséfone nos limpia la mirada.
Por otro lado, Septiembre cuenta con una carga
histórico-política inigualable. Durante gran parte del siglo XX no sólo nos
recordó la narrativa del mito fundacional en cuanto mes patrio y origen oficial
de la República de Chile al independizarse de La Corona, sino también portó su
propio rito: las elecciones políticas. Si el rito refiere a una actualización
experiencial de la narrativa mítica, es decir, a un acto performativo cuya
virtud consiste en volver visible y presente al mito, esto es, en iluminar e
introducir en la historia el sentido de aquella narrativa infraestructural –el
mito- que determina la identidad de una Nación o comunidad, entonces el acto eleccionario,
tradicionalmente celebrado en Septiembre hasta antes de la Dictadura Cívico
Militar, cumplió claramente con esa función ritual. En Septiembre, La
República, gracias al ritual eleccionario, actualizaba su propio mito
identitario: el respeto por la Constitución como contrato social originario, a
la vez que como principio formal constitutivo y constituyente de ciudadanía,
ciudadanía de la cual los políticos debían ser representantes.
Sí, ese rito se trizó violentamente con el Golpe de Estado
-también- en Septiembre del 73. Con ello, el mito, el heroísmo de la gesta
independentista a escala latinoamericana, quedó suspendido, privatizado y
privado. Heroísmo suspendido: el mito se replegó entre el polvo de los libros
de historia que yacían iluminados por el fuego que alimentaban otros libros,
los censurados. Heroísmo privatizado: los retratos del mito se diluyeron (¿de
terror o de vergüenza?) en las ensangrentadas paredes de los cuarteles
militares hasta volverse uno mismo con ellas, hasta ser una pared más o una
lágrima de sangre más como grito de un pueblo torturado. Heroísmo privado: el
mito careció de un acto republicano que lo tradujese en un rito efectivo;
entonces, la independencia de poderes no existió y se implantó una Constitución
a medida de unos pocos, y lo público se fue extinguiendo y hoy, tras casi
cuatro décadas, quedamos atomizados en nuestra propia privación, privados de
pensar el bien común desde una idea de Constitución Republicana. Mirado en
retrospectiva, todo eso padeció el mito republicano, descomplementado y
huérfano de rito. Todo eso es comprensible. Al igual que en la Antigua Grecia
después del vaciamiento del mito sólo cupo esperar el azote de la tragedia: 17
años de horrores que, querámoslo o no, siguen extendiéndose en diversas
modalidades.
Quizás, de haber una naturaleza humana, ésta sólo sea, en
palabras de Aristóteles, la naturaleza del animal social en aras de la amistad
cívica. Si aquella ha de ser nuestra naturaleza, también será, más temprano que
tarde, nuestro Destino: ¡Abrid las alamedas en Septiembre y esperad que la
primavera os haga renacer en plena libertad!