"Marcel Duchamp. Cast Alive." (1967). |
Sublime máquina de placer mental,
el ajedrez se mantuvo como uno de los protagonistas principales en gran parte
de la vida de Marcel Duchamp. Y también en su muerte. La obra “Marcel Duchamp.
Cast Alive” (1967), fue compuesta un año antes de su fallecimiento y consta de
una máscara funeraria sujeta por el brazo derecho de Duchamp, ambos esculpidos
en bronce, quien en una actitud reflexiva dibuja imaginariamente los trazos
invisibles que han de seguir los saltos del caballo depositado en el tablero de
ajedrez.
La significación de la obra se
encuentra plenamente vinculada con la noción de arte que Duchamp persiguió
desde la instalación de sus Ready-mades: un arte que trascendiera el dominio
retiniano y los cánones de belleza tradicionales para abocarse a la dimensión
conceptual y problemática del mismo. De ahí que sus Ready-mades sean objetos
vulgares los cuales, descontextualizados de sus coordenadas cotidianas de uso,
vengan a hacer estallar la idea de artista como genio planteando dilemas de
carácter radical a la obra de arte misma. Se trataría -siguiendo el análisis de
Ortega y Gasset- de un proceso de deshumanización del arte, es decir, de un
constante alzamiento del progreso técnico de éste en plena confrontación con el
realismo, realismo que poseía como idea de belleza el reflejo de la realidad,
ya sea natural o social, capaz de identificar los deseos del hombre con el
habitar dentro de tal realidad. Por lo mismo el ajedrez, ese lenguaje carente
de referencialidad a lo real, o sea, un lenguaje absorto en su propia actividad
consistente en hablar casi infinitamente de sí mismo, representa para Duchamp
no sólo una actividad lúdica de alta complejidad técnica, sino la puesta en
juego de los más refinados deseos en torno a una máquina tan autorreferencial
como poética. En efecto, el ajedrez es una máquina que crea un supramundo cargado de ironía:
dentro de su inutilidad y nula repercusión práctica, y configurado con sus
propias reglas, conceptos estratégicos y elementos tácticos, es capaz de
tornarse un elemento de mecanización del placer por el placer. El ajedrez como
el erotismo de la máquina masturbatoria a nivel mental.
Sin embargo retornemos a la obra
“Marcel Duchamp. Cast Alive.” Allí vemos a un Duchamp que enfrenta el dilema de
la muerte. Es un Duchamp que sin ser jugador de ajedrez (puesto que el tablero está
lateralizado tanto en relación a su rostro como al del espectador) yace ubicado
dentro del tablero. Y el dilema de la muerte demanda el requerimiento de que
hagamos siempre la próxima movida: tenemos que decidir ante ella. Decidir, por
ejemplo, si desviar la mirada y concebirla como un mero tránsito de
prolongación de la vida (como lo hacen las religiones), o bien afrontarla con
el “quizás” de la finitud del camino y de nosotros mismos. Así, y volviendo a
la obra de Duchamp, podemos decir que no habrá casillas disponibles para
recepcionar esa movida: por eso justamente el caballo se halla ocupando un lugar
de intersección entre las casillas, es decir, se encuentra en la encrucijada de un salto de fe vital. Todos estamos invitados a mover ante el advenimiento de la muerte, el
tiempo transcurre en el reloj corporal del existir, y ya no hay lugar para
responder con una certeza irrefutable. La muerte, entendida como la posible
imposibilidad de todas nuestras posibilidades, se ha transformado en una amenaza más
fuerte que su posible ejecución. La máquina del placer masturbatorio a nivel
mental, el ajedrez, ha transmutado en la metáfora que por medio de la
imaginación pone en jaque a nuestro propio cuerpo y su fragilidad mortal.
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