Hablar
de patrimonio cultural es hablar de herencia. Es referir a aquellos recursos
culturales, ya sean materiales o inmateriales, que nos han sido donados a
través del tiempo por nuestros antepasados: somos herederos de aquellos objetos
y expresiones que albergan la identidad y el espíritu de nuestros ancestros. En
torno a la noción patrimonio cultural se congregan costumbres y tradiciones,
valores e ideales, productos y procesos de producción, que en su tiempo
representaron prácticas cotidianas y visiones de mundo fundamentales para
muchas culturas. El actual conocimiento que tenemos de esa herencia nos permite
aproximarnos a una comprensión mayor de nosotros mismos en cuanto género humano,
a la vez que poner en operación una actitud ética de hermandad cultural.
Así,
por ejemplo, las ruinas materiales de un hogar prehispánico o la enseñanza
inmaterial de una lengua indígena en riesgo de extinción son bienes culturales
que nos ayudan a ampliar la comprensión acerca de aquel pasado vivido por
“otros” pero que nos sigue constituyendo hasta ahora, hasta nuestro presente. Y
precisamente gracias a la relación que mantenemos con el patrimonio, gracias a
la mirada respetuosa que damos al pasado y bajo la cual respira el interés por
las formas de vida de esos “otros” hombres y mujeres que lo habitaron, podemos
vivenciar la vibración de la idea del “nos-otros”. Aparición de un nuevo
“nos-otros” capaz de hacernos sentir integrados a esos “otros” sujetos pasados,
pese a todas las diferencias espacio-temporales, en un plano de interés por sus
modos de vida y de tolerancia ante su diversidad. Todo eso significa ser parte del proceso de
herencia propia del patrimonio cultural extendido a un plano que junto con resaltar
las particularidades identitarias de cada cultura también descansa en una idea
universal y totalizadora de humanidad.
Sin
embargo, desde el presente no podemos permanecer con la mirada apuntando
exclusivamente al pasado para hundirnos en las obras y expresiones que hemos
heredado por medio de él y, así, utilizarlas a nuestra propia voluntad tal cual
se tratase de una apropiación de un objeto funcional. Eso sería un
desplazamiento cosificador, mercantil o ideológico de las obras y expresiones
heredadas que bien podría hacerlas correr el riesgo de destruirlas. Como sujetos presentes,
que mantenemos una fuerte conciencia sobre la importancia del patrimonio histórico
en todos sus niveles, se torna fundamental que también pensemos en las
generaciones futuras. Su relevancia radica en rescatar las obras y expresiones
del pasado, sino también resguardarlas y conservarlas de cara al porvenir.
Somos el pasado del futuro; somos a quienes nuestros herederos intentarán
conocer para comprendernos y, con ello, también comprenderse a sí mismos como
humanidad. La claridad y el sentido de tal comprensión futura dependerá en gran
medida de lo que podamos hacer nosotros, desde este presente, en el ámbito del
patrimonio cultural.