ROCKSTAR
Nicanor Parra fue un rockstar. Su
obra no es el resultado de un sofisticado experimento intelectual ni tampoco la
propuesta mesiánica y redentora ante la falta de sentido inherente a la
modernidad tardía o posmodernidad. No pretendió ser un poeta solemne ni de
salón, de hecho se desmarcó tempranamente de la sensibilidad lírica propia de
la tradición nerudiana; no pretendió ser un poeta políticamente comprometido,
de hecho nunca estuvo ligado fielmente a causas revolucionarias. Ni pleitesía
por la tradición erudita, ni fe en el sueño de un mundo mejor: sólo valió la
pena (son) reír. Por eso, por asumir ese sentimiento de desencanto profundo
ante el cual la razón responde con un juego de palabras poco razonable, Nicanor
Parra fue un rockstar.
IRONÍA
Si lo que constituye a la ironía
es la puesta en movimiento de distintos niveles significativos donde el
contenido de lo dicho se confunde y contradice con la materialidad del decir,
la vida y la obra de Parra, cada una por separado y quizás cada una en relación
a la otra, se ajustan a esa categoría sin medida exacta. En toda ironía se
manifiesta una crisis, en última instancia, inmanifestable. Construir ironías
(algo propio de la posmodernidad) fue la tarea de Parra. Así, se trató de un
poeta no sólo capaz de mover masas en tiempos de hambre, sino también de
superarse a sí mismo, capaz de habitar y examinar el rugir irónico con que el
lenguaje y la acción se niegan y se afirman al unísono. En fin, se trató de un
poeta capaz de ser antipoeta: de un poeta que festejó con ingenio la muerte de
todos los genios, que profanó con devoción la tumba sagrada de la modernidad
cuyo ataúd siempre supo que estuvo vacío.
PARRA ES PARRA
Desde “Poemas y antipoemas” hasta
gran parte de sus artefactos, desde sus anécdotas escolares hasta la tacita de
té conversada junto a Pat Nixon, desde las cuecas y tonadas elevadas junto
a sus hermanos en torno a alguna fogata olvidada hasta la gélida soledad de sus
años como estudiante en Oxford, Parra siempre fue Parra. No le interesó ser
otro. Nunca ha habido otro. Inclasificable, inadaptado pero ilusamente
adaptable por los poderes políticos de turno, siempre demasiado poco serio para
ser expuesto en un museo de estilo francés, inagotablemente lúdico en su
transitar a la deriva, fiel exponente del hombre de a pie, constructor de
piropos callejeros cuyo sentido nadie sabe de dónde viene ni hacia dónde
va…Parra sólo se explica siendo Parra.
(SIN) SENTIDO
Parra nos enrostra lo desmesurado
de nuestro más ávido deseo, del deseo de fotografiar la totalidad de la
superficie para acceder a radiografiar las fuerzas de la profundidad. Ante la
actual crisis de sentido que nos atormenta, ante la muerte de Dios, ante la
pérdida de horizonte trascendente, ante la búsqueda analgésica de un origen, el
antipoeta responde con su ya sabida ironía. Ha respondido que “Dios + Dios son
cuatrios”, reduciendo con humor toda metafísica religiosa a la gracia
desconcertante de una cuantificación exacta; ha respondido que la densidad
materialista del mundo, su garantía epistemológica actual, sólo tiene sentido
cuando “vuelve a palpitar el corazón del hombre imaginario”; ha respondido a
través de un soliloquio donde, en un acto ultraperformativo, el origen e
historia de la humanidad en su conjunto representa la abismal angustia del
individuo por saber sobre dicho origen. Por medio de la obra de Parra (y
también de la vida de Parra como obra de arte desublimada) se vislumbra un
gesto epocal. Gracias a un lenguaje coloquial, enraizado con lo popular e
incluso con lo ordinario, Parra nos permite adentrarnos en la ironía como toma
de posición ante la época de sinsentido radical que vivimos. Toma de posición
que apela a una autoconciencia limitada (a la autoconciencia de limitación de
su propia autoconciencia) y donde la voz del poeta dignifica, sin nunca
explicitarlo, la jovial labor consistente en habitar día tras día la realidad
de esta existencia pese a no saber nunca qué lo funda ni moviliza.