sábado, 10 de julio de 2021

Comentario sobre "Expiación" de Ian McEwan

 

La escritora es culpable. Y sufre la culpa. Penitente, busca el arrepentimiento. ¿Será la ficción capaz de salvar a quien escribe, pese a no poder hacer nada por remediar la vida de las víctimas que son ficcionadas? O al menos, ¿podrá la ficción anestesiar la culpa, hacernos sobrellevar la vida, permitirnos mirarnos ante el espejo, aunque sea a costa de inventar un espejismo, esa vida paralela emergida desde el fondo de todos los espejos? ¿Habrá posibilidad de respiro -dentro de un horizonte intramundano, no religioso, pero sí estético- para atenuar el remordimiento del victimario, aunque no haya reparación posible para ninguna de las víctimas? Todas esas preguntas -y muchas más- permanecen resonando después de la lectura de Expiación, magistral novela de Ian McEwan.

A través de un narrador omnisciente, McEwan construye personajes que cuentan con altas dosis de consciencia, los cuales desarrollan una historia que se intercala o adentra al interior de otras historias, dando concreción a un argumento contundente que, si bien tiende a ramificarse bajo una misma cronología lineal, no deja de resultar elocuente.

Dividida en cuatro partes, la novela se inicia en la casa rural de la familia Tallis, cuya decadencia burguesa es símbolo del declive de la época victoriana. En torno a ese centro se describirá una fiesta y el acercamiento, primero tenso, luego amoroso y siempre malentendido (o sobreinterpretado) entre el triángulo compuesto por Robbie, Cecilia y Briony. La segunda parte aborda la catástrofe física y moral en Dunkerque, durante la Segunda Guerra Mundial, con sus atrocidades y fútiles momentos de hermandad. En la tercera parte, se construye un encuentro ficticio tras la guerra, última oportunidad de lavar las culpas de la enfermera-escritora Briony, y de reconocer y consumar el amor entre Robbie y Cecilia. Finalmente, la cuarta parte devela la ficción de la tercera, y otorga una dimensión de autoconsciencia reflexiva a toda la obra, problematizando el mismo oficio de escritor, las vicisitudes de la ficción y de lo irreparable de la vida.

¿Metaliteratura? Sí. Pero la cual no sólo se queda en el efectismo técnico, sino que, como heredera de la más refinada tradición inglesa, es capaz de recrear un mundo dentro del mismo mundo y, aunque pueda resultar inútil o hasta frívolo, también de elaborar un analgésico frente a éste.

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