domingo, 21 de mayo de 2023

Puerta

Desnudo con codo doblado (1952) de Bill Brandt

Cuando no puedo escribir, salgo a vagar por la noche. Guardo las manos en los bolsillos, mientras mis palmas transpiran ese frío que anuncia la llegada del invierno. El cielo yace cerrado tras la niebla. Los avisos de neón parpadean antes de apagarse y volver a parpadear. Una que otra micro atraviesa cierta avenida. La ciudad camina suspendida, como alma en pena o abuela desvelada hasta el amanecer. La plaza está siendo limpiada por barrenderos de azul, pero en sus cuatro esquinas aún se escucha el salpicar de alcohólicos orines contra las paredes. No hay forma de olvidar, no hay forma de escribir: hasta el alcohol se expele. Pienso en Baudelaire y en sus mendigos, en sus poetas -tambien mendigos pero con mejor suerte-; pienso en sus viajes tan llenos de lo mismo, y en sus mujeres, siempre tan nuncas; pienso y siento la sombra del hastío. Por impulso, me rebelo y recuerdo los grandes romances que jamás protagonicé, pero que habría honrado hasta el suicidio. Apago el cigarro, paso la mano por mi cabeza, y me niego a encender otro. Contempla a las putas que se reúnen frente a la Catedral, y toda la escena, más allá del dolor y del deseo, me parece triste y hermosa a la vez, miserable y digna, incomprensiblemente inundada por un aura amarillenta y parsimoniosa. Pero por eso mismo me culpo. Pienso en lo hijodeputa que debo ser por estetizar tanto sufrimiento humano, por buscar hacer poesía con tanto dolor ajeno cuando uno está a salvo. ¿Estoy a salvo? ¿Quién puede estar a salvo? ¿Habrá algo más aburrido que ser feliz, que eternizarse en el Edén? Entonces me incorporo. Cruzo los semáforos en rojo, como desafiando al destino. Voy pensando en ti. Camino y, como hace 20 años, voy pensando en ti. Me adentro en tu edificio buscando olores y caricias. Subo las escaleras, empapado de sudor, de lluvia, de llanto. Veo tu puerta y me muerdo el labio. La toco, la acaricia, la hielo como olía tu cuello mientras dormías, pero me resisto y no la golpeó. Bajo esa escalera que subí hoy al igual que miles de noches, sabiendo que seguirá ahí, girando sobre su propio eje y anclada al centro de mis tormentos. Busco respirar o huir. Expulsarte. Salir. Quisiera ir por columpios y balancines. Quisiera emborracharme, bailar y coger con todas las muchachas del mundo, sólo para lograr vomitar este veneno crudo que yo mismo produzco y amaso. Pero nada de eso será necesario: la escritura, diciéndome un par de groserías al oído, ha vuelto a copular con la vida. Y, antes del amanecer, tú y yo habremos sido olvidados. Ya sin odio, ya sin odio.

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