Comúnmente se entiende por geografía al conjunto de saberes que versan sobre el estudio del medio físico terrestre a nivel de superficie. Las interacciones que se producen en él y algunos fenómenos que se derivan de dicha superficie, a modo de condicionantes / determinantes, también son estudiados por una serie de sub-ramas de la disciplina geográfica.
No obstante vale cuestionar dicha noción, la cual peca de un agudo tradicionalismo.
Uno de los criterios epistémicos de la modernidad ha sido la separación entre las categorías de sujeto y objeto. Así, la ciencia es concebida como un instrumento de conocimiento que develaría al sujeto la verdad hallada en el mundo como objeto de estudio.
Descartes sentó los preceptos por los cuales el deseo de todo una época debía canalizarse: la búsqueda de una certeza irrefutable que sirviese de pilar en esa travesía en que el sujeto ha de perderse por el mundo hasta tocar tierra firme, hasta tranquilizarse en el regazo de los objetos en tanto verdades susceptibles de ser conocidas. Su famoso Discurso del Método (que, junto a los previos avances astronómicos de Galileo, ha de dar un giro a la historia occidental haciéndola pasar desde una racionalidad onto-teleológica propia del Medioevo a una mecánica-fenoménica característica de la modernidad...pero eso será tema de otro post) establece los cimientos en los cuales sostenerse aquella aventura hacia la estabilidad del objeto.
No obstante, donde Descartes se plantea la pregunta radical sobre la verdad en tanto existencia es en las Meditaciones Metafísicas. Luego de la duda hiperbólica, del Dios engañador y del genio maligno, allí emerge la subjetividad moderna: la irrefutable existencia de una conciencia estratificada en la cual descansaría toda aparición de los objetos. Si bien esto último correspondería a una lectura fenomenológica de Descartes, la cual en primera instancia apuntaría a centrarse en la primacía de una relación de dependencia entre sujeto y objeto (donde no habría de estos últimos sin la existencia del espacio de conciencia del primero), me propondré reflexionar brevemente sobre la posible mixtura entre una disciplina presuntamente científica como la geografía y el aporte de las lecturas que se han realizado de éste filosófo.
Pero ¿por dónde podemos entrar a la geografía? ¿Cuáles son las coordenadas, los cruces, o la adusta delimitación entre paralelos y meridianos en la cartografía de la disciplina misma?
La disciplina geográfica de corte positivista y tradicionalista ha erigido su propia cartografía a través de la estructuración que opone al sujeto del objeto tal cual como el Descartes del Discurso del Método. Así, esta concepción epistémica calzaría con la definición que dimos de dicha disciplina al comienzo de nuestro escrito, a saber: la geografía como la producción de conocimiento a partir de los objetos naturales y sus proyecciones sociales, es decir el "medio espacial" como determinante (y no se entienda aquí livianamente el viejo debate entre determinismo / posibilismo geográfico), los objetos naturales como objetos de estudio con su estela de rocío sobre lo cultural: la piedra de toque que legitimaría el estudio positivista y tradicionalista de la geografía sería siempre el "medio" natural, que deviene cultural, en el cual el hombre habita o vislumbra. Así, esta escuela geográfica cifraría, valga la metáfora, con vigor la delimitación cartográfica de sí misma: los meridianos ascendentes del sujeto alejados de los paralelos desplegados de los objetos.
Ahora bien, Husserl leyó como nadie las Meditaciones de Descartes.Y entre sus enseñanzas nos colgaremos de una para enlazarla con la geografía: su gran aporte fenomenológico, la reducción fenomenológica. En este sentido es necesario señalar que algunas corrientes geográficas contemporáneas ven a la geografía humana no solamente como la descripción del entorno y las modificaciones de éste provocadas por el hombre. No sólo como la división entre meridianos subjetivos y paralelos objetivantes. El apote fenomenológico yace en la nueva concepción de la disciplina como encrucijada de paralelos y meridianos, como carencia de independencia de los unos y los otros, como atravesamiento sensible y porosa fricción entre el sujeto y el objeto. El sujeto y el mundo se dan a modo de "correlación". Debido a esto la geografía humana de vertiente fenomenológica se definiría de la siguiente manera: como la relación del hombre con el espacio en cuanto aparición de fenómenos a su conciencia de modo intencional. Así se pasa de un estudio descriptivo del medio propio de la geografía tradicionalista a un estudio de los "lugares", los "no-lugares", los "espacios", lo "agorafóbico"...en definitiva, a la dependencia emotiva, intuicional, intelectual y simbólica que el hombre establece con su espacialidad bajo coordenadas también temporales. De esta manera, por ejemplo, aparecerían conceptos identitarios de "topofilia" (o, en su defecto, de "topofobia") pues el espacio ya no es visto como mero "medio", sino como "lugar". Y un lugar acuñaría, al igual que toda subjetividad, ángeles, demonios y fantasmas: no hay ángeles sin un cielo, demonios sin infierno, fantasmas sin nosotros. La geografía fenomenológica ha de cartografiar nuestra psiquis materializada, nuestra subjetividad desplegada en correlación con los objetos, lejana de toda distinción excluyente entre paralelos objetivantes y meridianos meramente subjetivos.