miércoles, 1 de agosto de 2012

Sentido Rotativo.



No había sido una buena noche. Había sido, mejor dicho, una noche que llevaba meses. Meses de antipsicóticos que se le venían incrustando en los pliegues del cerebro tal cual somnolientas agujitas de acupuntura. Meses en los que tanto su familia como sus amigos (¿acaso no son los mismos?) aún no le perdonaban lo que había hecho. Meses en los que aprendió a creer en Dios pues dejó de tener confianza en sí mismo. Meses en los que ya no era capaz de escribir más de un párrafo diario. Meses, en fin, donde pudo haber encontrado la muerte más de una vez, pero de la cual logró huir luego de haberle robado un par de secretos.

¿Qué podía esperar si ya su deseo yacía ahogado en el calmo mar de la melancolía? ¿Una señal de sentido? ¿Una línea de fuga? ¿Una voz que lo emparentara con un lenguaje sin palabras? Fue después de pensar en todo ello cuando se decidió a actuar. Y todo lo demás vino por añadidura.


Así que se levantó de la cama, puso música de Rachmaninov (esos conciertos para piano que conjugan tan bien la esperanza con la desesperación) y la llamó a sabiendas que ella no contestaría, que jamás le iba a volver a contestar, que era imposible que los muertos hablaran, sobre todo, con su asesino. Su castigo era su única salvación. Y su salvación, después de todo, sólo era un medio para seguir castigándose, para no dejarla de amar y para estar siempre con ella aunque fuese del otro lado de ese río circular.

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