Desayuno en la Hierba, 1863. Edouard Manet. |
Fue en aquel momento donde
tragaste saliva y me dijiste que volverías a hablar con él. Yo sabía que tarde
o temprano sería así. Si ambos compartían un pasado juntos, si ambos se habían
mandado disimuladamente cartas con olor a rosas dentro de sobrecitos de
té, si ambos se mantuvieron abrazados durante meses a espaldas mías, entonces
en algún momento tenían que voltear y dar la cara. Por eso mismo no fue
necesario que yo tragara saliva al escucharte. Más bien hice el movimiento
contrario: tomé un último sorbo de té y lo escupí alrededor de la mesa. Con ese
gesto sólo buscaba decirte dos cosas: que el desayuno, en realidad, no pudo haber
sido peor; y que todo lo caliente se termina por enfriar.
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