Vista de Delft, 1658-1660. Johannes Vermeer |
I
No sé si hay mujeres. Tampoco sé
si habremos hombres. Sé que hay cuerpos. Cuerpos y, quizás, también
almas. Cuerpos tristes , de manos y cabellos muertos como la mirada que siempre
llevabas. Esa mirada la tengo grabada en mi mente. Sí. Grabada como la navaja
en mis muñecas y como mi sangre en la navaja. En esa hermandad que se produce
entre los hombres y las mujeres, esa hermandad que se tiende a llamar amor,
pero que sólo se consuma allí cuando desaparece el cuerpo, es decir cuando ya
no habemos ni hombres ni mujeres, bueno, en esa hermandad ausente que jamás
viví contigo deposito mis últimos jadeos. Después de todo creo que si no te
llegué a amar por lo menos me he hermanado conmigo mismo.
II
Te saqué a patadas de mi vida, es cierto. Y sé que no te lo
merecías. Son mis miserias. Soy un ser miserable. Pero esa mirada de perro
enfermo, esa mirada de día lunes con carga en la espalda, esa mirada que me
impulsaba a abrazarla, a transformarme en una venda que venía a detener una
hemorragia pestilente, esa mirada, digo, jamás la olvidaré. Eso quizás no me
hace ser mejor, sino tan sólo sentir lástima de ti, lo cual es sinónimo a ser
un hijo de puta, un soberbio con complejo de Dios, pero que busca hacer un
bien. Lo sé. Sé que después de lo imperdonable que te hice me gané el infierno.
Sin embargo, permíteme desear algo: que toda mi crueldad sea suficiente como
para que el cojonudo de Dios te tenga en su aséptico e insulso Paraíso: que te
haga feliz como yo no pude hacerlo, que te tome las manos muertas y te las
lave, que te tome el cabello muerto y te lo peine, que detenga esa hemorragia
que yo no pude detener. Y que deje que me desangre en esta tina caliente con la
vaporosa angustia de quien se condena sabiendo que al otro lado lo esperan mil
demonios por haber desgarrado tu vida.
III
Se me viene el recuerdo del último de nuestros días. Veo un
cuadro de Vermeer, Vista de Delft. Un cuadro representando un paisaje que,
según tu lúcida apreciación, poseía la nostálgica aura del recuerdo infantil de
un viejo decrépito: como si al final de la vida, en el último suspiro, en los
estertores orgásmicos en que se cambia la vida por la muerte siempre hubiese
estado lo inamovible de la inocencia como un otro que ya dejamos de ser. Sí. El
recuerdo infantil de un viejo decrépito. Yo nunca supe muy bien a lo que te
referías con esa imagen poética sobre una imagen pictórica. Quizás justamente
por eso me quedó impregnada en la cabeza. Ahora que ha pasado el tiempo, ahora
que llevamos años sin vernos, creo entender a lo que apuntabas. Y si lo
entiendo no es solamente porque yo soy ahora ese viejo decrépito; también es porque
para que tú hayas hecho ese comentario fue necesario un salto de sensibilidad:
poner como recuerdo de la infancia aquel paisaje es equivalente a recordar algo
nunca visto. Yo ahora, al momento en que el baño enronquece, al momento en que
voy entrando al infierno, recuerdo también algo nunca visto: recuerdo cuántas
veces imaginé tu mirada mientras subías por las escaleras de éste, mi edificio,
luego de haberte hecho lo que te hice. Hasta el día de hoy te he imaginado
igual, con la misma mirada de abismo mudo, con tu cuello frágil como una
vértebra expuesta, con tus pasos lentos de tiempo sin nombre. E imagino que
cuando abriste la puerta con la copias de mis llaves para retirar tus cosas, ya
sabías que yo en ese momento me encontraba en el bar del frente, borracho y
girando, como siempre, a mi arededor. Entonces ya no puedo imaginar más porque
después vino lo inimaginable, la crudeza de una realidad en la que ni el
alcohol pudo anestesiarme: el verte colgada del cuello en el teléfono de la
ducha, desnuda, con mis golpes grabados, con tu rostro desfigurado, con tus
senos pequeños, con un cuerpo que no era de hombre ni de mujer, un cuerpo
poseído por un demonio del cual ya se libraba tu alma.
1 comentario:
Miren el video de WWW.CCHR.ES y vean como la psiquiatria se inventa enfermedades falsas, DOPAN Y DROGAN a los niños y ancianos y por ello vienen muchos suicidios.
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