Abordada desde una perspectiva
histórica, la actual discusión acerca del difuso estatus social de la clase
media cuenta con algunos matices. Si nos remontamos a la segunda mitad del
siglo XX –más aun considerando la obra de los gobiernos radicales- bien
podríamos asociar a la clase media con un estrato social nacido a la luz del
aparato público y sus instituciones, caracterizado por valores entre liberales
y medianamente conservadores, sustentado y proyectado a partir del ideal de la Universidad
laica y afín con una manera republicana de concebir los modos de organización
política. Esa clase media, sólida, estable, autónoma y segura de sí misma, hoy
no existe.
El neoliberalismo instalado por
los Chicago Boys y profundizado durante la postdictadura concertacionista,
generó mayores cifras de crecimiento económico a nivel país, cosa que -como se
sabe- no se tradujo en redistribución económica. En dicho contexto, la clase
media pudo acceder a la bendición del consumo, principalmente a través del
endeudamiento, con lo cual erosionó sus otrora valores identitarios, cayendo
presa de fenómenos que van desde la precariedad laboral hasta las ilusiones
del emprendimiento, desde una inseguridad vital y cotidiana hasta su
atomización en un individualismo competitivista. De ahí que no resulte extraño el
rol aspiracional ocupado por la idea de éxito transformada en un valor, o que
la educación se conciba en función de la certificación laboral que permita el
desarrollo existencia en la esfera privada y que la libertad se ejerza en el
consumo libremercadista antes que en la expresión cultural o producción
intelectual con miras a lo público.
Lo que tenemos hoy -como han
dicho desde la Fundación Sol- son sectores medios precarizados que no comparten
una visión de mundo en común. Muchos de estos sectores se hallan en constante
riesgo de caer a niveles de ingresos bajo la línea de la pobreza. De más está
decir que en un país como el nuestro, donde los servicios básicos se encuentran
privatizados y hay que pagar por ellos, mientras la protección estatal y comunitaria
es casi nula, los ingresos no pueden constituir un indicador válido a la hora
de medir la posición (socio)económica que ostenta un sector de la población.
Dicho coloquialmente: cuando la vida es tan cara como en Chile, donde hay que
pagar por servicios básicos, por salud y por educación para que éstas sean de
una mínima calidad, la plata se nos esfuma de los bolsillo antes de ingresar en
ellos. Prueba de esto es que casi ningún sector medio puede ahorrar, ya que la
mayoría yace enormemente endeudado.
Todo lo anterior rige para esa amplia masa informe que,
difusamente, aspira a ser clase media. Salvo, eso sí, para Piñera y Don
Francisco, quienes pese a declararse parte de la clase media-alta, revelan su “alto”
complejo de “abajismo”. Pues bien, pueden seguir dirigiendo el show desde
arriba, a ver cuánto más les dura.
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