Asesinos. Así es. No hay más. Desde ahora no habrá más. No habrá más sangre derramada en vano, ni dejaremos la puerta abierta para escuchar sus burlas de cómo se escudan en los errados procedimientos, en un hecho aislado, en una lamentable desproporción en el uso de la fuerza, en un confuso control de identidad y legítima defensa. Asesinos. Se los juro, se los juramos: ya no más. No quedarán más pacos impunes, ni habrá más policía militarizada que pase por las calles como empresario por su casa. No habrá más violencia de Estado anclada a la bandera ni pacos que por cuidar el bolsillo de los poderosos pueda dormir en paz con su señor feudal, señor militar, señor empresarial. No será gratis la violencia en contra de los excluidos, el deshacerse de los desechables, el destrozar el cuerpo de los cualquiera. No dejaremos que la sangre derramada permanezca simplemente derramada, hasta secarse bajo los altares de iglesias. Lo juramos: haremos río de fuego con ella, lava de sangre que sangre. Pues, la sangre de Francisco Martínez -junto a la de tantos que ustedes han asesinado- brilla y quema, es sangre que enciende otras sangres, sangre que vive hasta en la muerte, sangre-lava, sangre-magma-tierra que ensucia; es sangre de todas las sangres, río de sangre hecho del cuerpo candente de todos los mártires; río de sangre sin cauce ni represas, sin gobierno ni cobardías, sangre roja, roja, impura, ancestral, histórica y presente, como todo lo que ustedes, hijos bastardos de la dictadura y del gran capital, desprecian porque temen: el ardor que libera.
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