viernes, 19 de febrero de 2021

Sobre "Asedios al fascismo" de Sergio Villalobos-Ruminott. O la luz que arde


A través de la recopilación y reescritura de quince artículos de opinión –la mayoría publicados en diversos medios digitales-, Sergio Villalobos-Ruminott expresa el discurrir de un acto de rebelión: el fascismo es asediado. En Asedios al fascismo (DobleAEditores, 2021) el autor despliega una prosa combativa y lejana a cualquier elitismo académico, marcada por un estilo dialéctico y abundante en referencias al pensamiento –más que a la explicación exegética de la cita textual- de escritores, sociólogos y filósofos contemporáneos, logrando dibujar un contorno topológico de la alianza actual entre fascismo y neoliberalismo. En ese sentido, se atisba un trabajo genealógico que busca tematizar las afinidades y mutaciones históricas del fascismo y su acoplamiento a las lógicas de acumulación capitalistas bajo una perspectiva de larga data.

Al mismo tiempo, el conjunto de textos se posicionan desde el presente diciendo –justamente- “presente, y, así, planteando un derrotero que se abre con un análisis crítico del fascismo histórico, que pasa por su mutación neoliberal y finaliza en la inminencia de nuestra contingencia. Todos los artículos parecieran escritos con ardor, con las venas palpitantes desde un presente, incluso hoy, demasiado presente. En efecto, Villalobos-Ruminott no concibe el quehacer escritural al alero del vuelo del búho de Minerva, esto es, con desfase reflexivo en relación a la contingencia de los hechos, sino integrado a la misma tonalidad y dinamismo de los acontecimientos, prolongando el ritmo callejero por medio de rupturas y continuidades con los mismos ritmos de los cuerpos vitalizados por el conatus existencial de la calle (ejemplo de ello son los artículos referidos a la revuelta de Octubre y el anexo de la performance de LasTesis). Estos elementos otorgan, desde un comienzo, una paradójica sensación de cercanía y problematicidad al tratamiento de los temas, transformando la conflictividad dialéctica (caracterizada por un uso un tanto desmesurado de conectores adversativos como el “sino”) en un discurrir argumentativo, contrapuntística y rigurosamente tejido, lo cual queda reafirmado a medida que la lectura se plurifica y avanza en términos no-lineales.

En términos personales, como manifestante de la revuelta de Octubre, por un lado, y como lector impaciente entre los muros de la cuarentena pandémica, de otro, puedo afirmar que este libro porta una luz. La inmovilización social aparejada a la pandemia, sumado a la aceleración de los dispositivos de control social -con sus derivas cibernéticas gatilladas por ésta- encuentran en Asedios al fascismo, un libro lúcido y combativo. ¿Lúcido y combativo? Mejor dicho: lúcido pero combativo.

Pero, ¿por qué recalcamos este último gesto? ¿Por qué suprimir la conjunción de la lucidez y la combatividad y, en contraste, enfatizamos su relación tensional y adversativa?

Principalmente por un motivo: la luz de la lucidez, en este caso, no proviene de la iluminación que brinda un carácter ilustrado, de una optimista luz de la razón proyectada sobre una cartografía mundana que permitiría el conocimiento (“ego cogito”) y posterior dominio (“ego conquiror”) de ese mundo. Por el contrario, la luz de estos textos, antes que ampararse en una posición de superioridad pedagógica, emanan del roce, de la tensión de fuerzas, de una dialéctica estilística y verbal, del devenir insurreccional de la contradicción callejera. En una palabra: este libro irradia la luz de una antorcha abrazada y abrasada por una mano en acción, la cual no deja de ser arma y orientación en la penumbra, la cual es luz en la penumbra y de la penumbra, el destello incendiario propio de una revuelta que no busca institucionalizarse ni sacralizarse míticamente en revolución o constitución; una luz que no pretende ilustrar a nadie. El ardor de esta luz no remite a la claridad y captura de los usos por los dispositivos de un lenguaje representativo ni conceptual (pese a que lo utilice), sino a un lenguaje expresivo que tiene por objeto resistir y combatir contra la mutación neoliberal del fascismo desde la perseverancia de la existencia (conatus). Así, hablo de un libro-destello, intempestivamente aparecido, cuya lectura irrumpe en la pandemia como una experiencia opuesta: la del “corte de luz”, la de la ruptura con continuidad visual de lo iluminado y la de la posterior fosforescencia que sólo se enciende desde esa penumbra y enciende, en un acto de afirmación negativa, el campo rugoso de la misma penumbra.

Me parece que Asedios al fascismo denota una cierta “metodicidad salvaje” -muy tenue y tácita, por cierto- vinculada íntimamente al contenido de los temas desarrollados. Esta metodicidad descansaría en el uso crítico de la imaginación. En efecto, se trataría de una imaginación crítica, no escapista ni edificante, sino delatora, la cual descompone y denuncia, contamina y destituye las mitologías y narrativas liberales ceñidas a la idea de progreso, para dar paso a una complejización teórica fuertemente entramada con la historia, exponiendo sólidamente la tesis central: desmontar la ingenua y excluyente relación entre totalitarismo (fascismo) y democracia (neoliberalismo).

Me explico. El principal eje articulador del texto consiste en historizar el fascismo, dando cuenta de sus modos de mutación y acoplamiento a políticas neoliberales, tanto a nivel molar como molecular. Esto significa mostrar cómo los procesos de acumulación por desposesión y precarización de la vida humana, así como los procesos de devastación de la naturaleza basados en el modelo de la hiperproductividad, no sólo son inherentes al capitalismo y se ven intensificados con el neoliberalismo, sino que, además, conducen a escenarios de represión extrema, de agudización de las desigualdades y de la instalación de dispositivos de control social y discursos securitarios capaces de introducirse silenciosa y soterradamente dentro de los “sentidos comunes” (cada vez más individualizados) de las democracias (neo)liberales. Por lo mismo, lo que la historiografía oficial ha presentado como un “excepcionalismo fascista”, motivado por una supuesta reacción “romántica” contra la técnica, industrialización y homogeneización modernas, es lo que Villalobos-Ruminott critica. Tal romantización excepcionalista del fascismo, centrada en la exacerbación de la identidad soberanista y en un deseo de expandir el sentido de la tierra en cuanto nomos y comunitas (léanse los dos extremos: tanto la narrativa refundacional y destinal de los valores nazis como la hipertrofia del internacionalismo y del estado burocrático en manos del stalinismo), sería, en realidad, una visión reducida del fenómeno fascista, cuya operatividad, a primera vista, lo distanciaría diamentralmente del neoliberalismo.

Así, esta mirada tradicional contemplaría al fascismo de manera aislada, arrebatándolo de una visión de largo aliento, y produciendo la invisibilización del mismo en el ejercicio actual del poder. Por cierto, lo que realiza Villalobos-Ruminott, gracias a un riguroso análisis, es volver a relacionar el fascismo con la modernidad y, de manera más intensificada y molecular, con la maquinaria neoliberal. Ello quedaría plasmado en fenómenos como son los mecanismos de control de masas, ya sea a través del disciplinamiento tradicional, ahora molecularmente introyectado ("Y no sólo porque llevamos un policía en el interior, sino porque la lógica corporativa y privatizadora del neoliberalismo hace de cada uno no sólo un empresario de sí mismo, sino un vigilante de los demás" p. 100), los fake news en redes sociales y la colonización de la esfera habermassiana de la opinión pública por los grandes medios de comunicación. Pero también se manifestaría en mutaciones de otras variadísima índole como serían los modos de administración poblacional y el lenguaje estadístico que en ellos impera; la producción y reproducción de discursos sociales e individuales cargados de racismo, sexismo y clasismo; la espectacularización de la vida y la instrumentalización de los cuerpos; la despotenciación y banalización de la juventud gracias a la labor sedante de los ideales pedagógicos promovidos desde la presunta “alta cultura” (como queda expresado en el notable artículo dedicado a Pasolini); la generación de condiciones de posibilidad que permitan incrementar la acumulación y concentración de capital por medio de la colonización de las estructuras del Estado, con sus efectos de agudización de las desigualdades y precarización de la vida; la labor criminal y represiva que cumple la policía militarizada, de cuyas acciones son víctimas muchos de quienes se oponen a los intereses de los sectores corporativos-empresariales que esta policía militarizada resguarda; la instauración de una visión antropológica centrada en el concepto del homo oeconomicus, la cual permite instalar una explotación y expoliación catastrófica del hombre sobre la naturaleza (cuestión abierta ya desde la modernidad cartesiana e intensificada hasta lo insostenible por el modelo capitalista en su fase neoliberal) y que, a mi juicio, puede denominarse como una “conquista por devastación”. Todo lo anterior implica criticar la relación excluyente entre fascismo totalitario y neoliberalismo democrático, manifestando, por el contrario, su íntima ligazón, ahora bajo formas molares y moleculares. En fin, el (neo)fascismo correspondería a la consumación de la democracia liberal, entendida a partir de la idea de una materialización onto-teo-teleológica de los principios de acumulación de capital, explotación del trabajo, devastación del mundo y capturas homogeneizante de las formas-de-vida.

Justamente será ése el terreno donde la imaginación crítica despliegue su uso: en la desarticulación del binomio dicotómico democracia/totalitarismo. Y tal uso es significativo cuando se realiza con una sorprendente variedad teórica y agudeza histórica, capaz de profundizar en asociaciones entre ámbitos a primera vista tan disímiles como la ficción reflexiva (el Deutsche Requiem de Borges), la estética-política, el psicoanálisis de masas (la reactivación de la psicología de Reich), la teoría social, el feminismo, los estudios culturales y otros. Todo lo anterior nos invita a adoptar una mirada genealógica ante, por un lado, la matriz de un neoliberalismo gubernamental que prescinde de toda narrativa épica y, de otro lado, sus lazos de continuidad y discontinuidad, de mutación y solapamiento, con el otrora fascismo histórico anclado a la soberanía monumental del Estado-Nación.

En efecto, esta imaginación en su variante crítica, no huidiza ni reproductora de una narración histórica destinada hacia un presunto telos redentor, es la que permitirá apuntar sus dardos, para desarticularlo, contaminarlo y transgredirlo, hacia el anestesiamiento de los sentidos y, también, hacia los mitos constitutivos de –lo que el autor llama- la filosofía de la historia del capital. Imaginación crítica, entendida a partir de la impureza, y cuya virtud ejerce un trabajo de contaminación del orden existente antes que la promesa salvífica de fundar un nuevo orden.

Sin embargo, también –aunque en menor medida- Villalobos-Ruminott despliega una imaginación afirmativa. Imaginación afirmativa enraizada en el devenir común y en el conatus existencial, que excede cualquier tipo de facultad subjetiva del psicologismo, a la vez que marca distancia (y resiste) ante cualquier tentativa del poder que busque objetivarla con una etiqueta funcional al disciplinamiento académico.Podríamos decir que la imaginación afirmativa se constituye en contrapoder precisamente porque nunca llega a constituirse como tal, porque no se consume en la imaginación crítica pero tampoco se consuma en un acto, pues permanece bordeando la inminencia e inmanencia de toda conclusión taxativa.

Así, el asumir el devenir abierto con que se derrama la vida, como la sangre en una herida inclausurable, sucia e irreductible a la avidez de transparencia del poder global, esta imaginación mancha y marcha , es decir, que, mientras se moviliza por las entrañas de la ciudad neofascista, contamina todo a su paso, lo cual queda expresado en las consignas de la revuelta, en los carteles, en los rayados, en los cuerpos, en lxs mutiladxs y lxs asesinadxs. También queda signada en la escritura y -¿por qué no?- en el “lanzamiento” impreso del libro de Villalobos-Ruminott: como aproximación al conatus existencial, una lanza que es lanzada hacia el infinito, un libro-lanza que nuestra mano coge y hace resplanceder entre sus dedos, sus anotaciones, sus sebrayados, recuperando, en plena asonada virtual, la perseverancia de la dimensión mundanal del mundo y de la lectura. En esa experiencia de la lectura material se logra entretejer el deseo con la potencia del viviente de un existir capaz de destituir los privilegios metafísicos de un Ser reducido a su mera representación visual, virtual, algorítmica o semántica. Así, no la imaginación de un futuro ideal, sino el despliegue crítico-imaginal, es decir, la acción del imaginar –crítica y afirmativamente- se torna un modo de resistencia que resiste toda clausura de la imagen, la rebelión de un comunismo sucio derramada sobre la transparencia de un planeta que, cuan cámara securitaria, fantasea con controlar y reducir todos los rincones del mundo, incluida la porosidad de este libro, a la planicie y transparencia de lo global.

Asediar al fascismo, por ende, no consiste en movilizarnos a partir de una luz ingenua, de la prístina claridad lumínica de la ficción y de la pedagogía, sino en el aferrarse a una imaginación productiva que resiste al centro de la tormenta, en la fricción sobre los cuerpos. De ahí que en algunos artículos nazcan figuras afirmativas como las que exponen la potencia incapturable del migrante, el "cosmopolitismo salvaje", la calidad de paria sin atributos del palestino o la emancipación de los sentidos que danzan en medio de las revueltas, suspendiendo las formas de vida docilizada. Estas figuras, emanadas desde la imaginación afirmativa de un autor en sintonía con la revueltas, ponen en jaque el neoliberalismo y resplandecen, como luz de molotov, a través de las páginas, irrigando las venas de nuestras manos. Todas ellas expresan un pensamiento que transmuta su reflexividad en la firmeza de un arma presente y que , performativamente, también es capaz de decir “presente”.

La luz de este libro enciende la lucha rasgando el velo de la noche en la inmovilidad de la pandemia. Es un libro intempestivo y que deviene la quema de toda llanura, como sólo puede hacerlo el fuego que porta la luz del relámpago: la luz que arde.

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