A través de la
recopilación y reescritura de quince artículos de opinión –la mayoría
publicados en diversos medios digitales-, Sergio Villalobos-Ruminott expresa el
discurrir de un acto de rebelión: el fascismo es asediado. En Asedios al
fascismo (DobleAEditores, 2021) el autor despliega una prosa combativa y lejana
a cualquier elitismo académico, marcada por un estilo dialéctico y abundante en
referencias al pensamiento –más que a la explicación exegética de la cita
textual- de escritores, sociólogos y filósofos contemporáneos, logrando dibujar
un contorno topológico de la alianza actual entre fascismo y neoliberalismo. En
ese sentido, se atisba un trabajo genealógico que busca tematizar las
afinidades y mutaciones históricas del fascismo y su acoplamiento a las lógicas
de acumulación capitalistas bajo una perspectiva de larga data.
Al mismo tiempo, el
conjunto de textos se posicionan desde el presente diciendo –justamente-
“presente, y, así, planteando un derrotero que se abre con un análisis crítico
del fascismo histórico, que pasa por su mutación neoliberal y finaliza en la
inminencia de nuestra contingencia. Todos los artículos parecieran escritos con
ardor, con las venas palpitantes desde un presente, incluso hoy, demasiado
presente. En efecto, Villalobos-Ruminott no concibe el quehacer escritural al
alero del vuelo del búho de Minerva, esto es, con desfase reflexivo en relación
a la contingencia de los hechos, sino integrado a la misma tonalidad y
dinamismo de los acontecimientos, prolongando el ritmo callejero por medio de
rupturas y continuidades con los mismos ritmos de los cuerpos vitalizados por
el conatus existencial de la calle (ejemplo de ello son los artículos referidos
a la revuelta de Octubre y el anexo de la performance de LasTesis). Estos
elementos otorgan, desde un comienzo, una paradójica sensación de cercanía y
problematicidad al tratamiento de los temas, transformando la conflictividad
dialéctica (caracterizada por un uso un tanto desmesurado de conectores
adversativos como el “sino”) en un discurrir argumentativo, contrapuntística y
rigurosamente tejido, lo cual queda reafirmado a medida que la lectura se
plurifica y avanza en términos no-lineales.
En términos personales,
como manifestante de la revuelta de Octubre, por un lado, y como lector
impaciente entre los muros de la cuarentena pandémica, de otro, puedo afirmar
que este libro porta una luz. La inmovilización social aparejada a la pandemia,
sumado a la aceleración de los dispositivos de control social -con sus derivas
cibernéticas gatilladas por ésta- encuentran en Asedios al fascismo, un libro
lúcido y combativo. ¿Lúcido y combativo? Mejor dicho: lúcido pero combativo.
Pero, ¿por qué recalcamos
este último gesto? ¿Por qué suprimir la conjunción de la lucidez y la combatividad
y, en contraste, enfatizamos su relación tensional y adversativa?
Principalmente por un
motivo: la luz de la lucidez, en este caso, no proviene de la iluminación que
brinda un carácter ilustrado, de una optimista luz de la razón proyectada sobre
una cartografía mundana que permitiría el conocimiento (“ego cogito”) y
posterior dominio (“ego conquiror”) de ese mundo. Por el contrario, la luz de
estos textos, antes que ampararse en una posición de superioridad pedagógica,
emanan del roce, de la tensión de fuerzas, de una dialéctica estilística y
verbal, del devenir insurreccional de la contradicción callejera. En una
palabra: este libro irradia la luz de una antorcha abrazada y abrasada por una
mano en acción, la cual no deja de ser arma y orientación en la penumbra, la
cual es luz en la penumbra y de la penumbra, el destello incendiario propio de
una revuelta que no busca institucionalizarse ni sacralizarse míticamente en
revolución o constitución; una luz que no pretende ilustrar a nadie. El ardor
de esta luz no remite a la claridad y captura de los usos por los dispositivos
de un lenguaje representativo ni conceptual (pese a que lo utilice), sino a un
lenguaje expresivo que tiene por objeto resistir y combatir contra la mutación
neoliberal del fascismo desde la perseverancia de la existencia (conatus). Así,
hablo de un libro-destello, intempestivamente aparecido, cuya lectura irrumpe
en la pandemia como una experiencia opuesta: la del “corte de luz”, la de la
ruptura con continuidad visual de lo iluminado y la de la posterior
fosforescencia que sólo se enciende desde esa penumbra y enciende, en un acto
de afirmación negativa, el campo rugoso de la misma penumbra.
Me parece que Asedios al
fascismo denota una cierta “metodicidad salvaje” -muy tenue y tácita, por
cierto- vinculada íntimamente al contenido de los temas desarrollados. Esta
metodicidad descansaría en el uso crítico de la imaginación. En efecto, se trataría
de una imaginación crítica, no escapista ni edificante, sino delatora, la cual
descompone y denuncia, contamina y destituye las mitologías y narrativas
liberales ceñidas a la idea de progreso, para dar paso a una complejización
teórica fuertemente entramada con la historia, exponiendo sólidamente la tesis
central: desmontar la ingenua y excluyente relación entre totalitarismo
(fascismo) y democracia (neoliberalismo).
Me explico. El principal
eje articulador del texto consiste en historizar el fascismo, dando cuenta de
sus modos de mutación y acoplamiento a políticas neoliberales, tanto a nivel
molar como molecular. Esto significa mostrar cómo los procesos de acumulación
por desposesión y precarización de la vida humana, así como los procesos de
devastación de la naturaleza basados en el modelo de la hiperproductividad, no
sólo son inherentes al capitalismo y se ven intensificados con el
neoliberalismo, sino que, además, conducen a escenarios de represión extrema,
de agudización de las desigualdades y de la instalación de dispositivos de
control social y discursos securitarios capaces de introducirse silenciosa y
soterradamente dentro de los “sentidos comunes” (cada vez más individualizados)
de las democracias (neo)liberales. Por lo mismo, lo que la historiografía
oficial ha presentado como un “excepcionalismo fascista”, motivado por una
supuesta reacción “romántica” contra la técnica, industrialización y
homogeneización modernas, es lo que Villalobos-Ruminott critica. Tal
romantización excepcionalista del fascismo, centrada en la exacerbación de la
identidad soberanista y en un deseo de expandir el sentido de la tierra en
cuanto nomos y comunitas (léanse los dos extremos: tanto la narrativa
refundacional y destinal de los valores nazis como la hipertrofia del
internacionalismo y del estado burocrático en manos del stalinismo), sería, en
realidad, una visión reducida del fenómeno fascista, cuya operatividad, a
primera vista, lo distanciaría diamentralmente del neoliberalismo.
Así, esta mirada
tradicional contemplaría al fascismo de manera aislada, arrebatándolo de una
visión de largo aliento, y produciendo la invisibilización del mismo en el
ejercicio actual del poder. Por cierto, lo que realiza Villalobos-Ruminott,
gracias a un riguroso análisis, es volver a relacionar el fascismo con la
modernidad y, de manera más intensificada y molecular, con la maquinaria
neoliberal. Ello quedaría plasmado en fenómenos como son los mecanismos de
control de masas, ya sea a través del disciplinamiento tradicional, ahora
molecularmente introyectado ("Y no sólo porque llevamos un policía en el
interior, sino porque la lógica corporativa y privatizadora del neoliberalismo
hace de cada uno no sólo un empresario de sí mismo, sino un vigilante de los
demás" p. 100), los fake news en redes sociales y la colonización de la
esfera habermassiana de la opinión pública por los grandes medios de
comunicación. Pero también se manifestaría en mutaciones de otras variadísima
índole como serían los modos de administración poblacional y el lenguaje
estadístico que en ellos impera; la producción y reproducción de discursos
sociales e individuales cargados de racismo, sexismo y clasismo; la espectacularización
de la vida y la instrumentalización de los cuerpos; la despotenciación y
banalización de la juventud gracias a la labor sedante de los ideales
pedagógicos promovidos desde la presunta “alta cultura” (como queda expresado
en el notable artículo dedicado a Pasolini); la generación de condiciones de
posibilidad que permitan incrementar la acumulación y concentración de capital
por medio de la colonización de las estructuras del Estado, con sus efectos de
agudización de las desigualdades y precarización de la vida; la labor criminal y
represiva que cumple la policía militarizada, de cuyas acciones son víctimas
muchos de quienes se oponen a los intereses de los sectores
corporativos-empresariales que esta policía militarizada resguarda; la
instauración de una visión antropológica centrada en el concepto del homo oeconomicus, la cual permite
instalar una explotación y expoliación catastrófica del hombre sobre la
naturaleza (cuestión abierta ya desde la modernidad cartesiana e intensificada
hasta lo insostenible por el modelo capitalista en su fase neoliberal) y que, a
mi juicio, puede denominarse como una “conquista por devastación”. Todo
lo anterior implica criticar la relación excluyente entre fascismo
totalitario y neoliberalismo democrático, manifestando, por el contrario, su
íntima ligazón, ahora bajo formas molares y moleculares. En fin, el (neo)fascismo correspondería a la consumación de la democracia liberal, entendida a partir de la idea de una materialización onto-teo-teleológica de los principios de acumulación de capital, explotación del trabajo, devastación del mundo y capturas homogeneizante de las formas-de-vida.
Justamente será ése el
terreno donde la imaginación crítica despliegue su uso: en la desarticulación
del binomio dicotómico democracia/totalitarismo. Y tal uso es significativo
cuando se realiza con una sorprendente variedad teórica y agudeza histórica, capaz
de profundizar en asociaciones entre ámbitos a primera vista tan disímiles como
la ficción reflexiva (el Deutsche Requiem de Borges), la estética-política, el
psicoanálisis de masas (la reactivación de la psicología de Reich), la teoría
social, el feminismo, los estudios culturales y otros. Todo lo anterior nos
invita a adoptar una mirada genealógica ante, por un lado, la matriz de un
neoliberalismo gubernamental que prescinde de toda narrativa épica y, de otro lado,
sus lazos de continuidad y discontinuidad, de mutación y solapamiento, con el
otrora fascismo histórico anclado a la soberanía monumental del Estado-Nación.
En efecto, esta
imaginación en su variante crítica, no huidiza ni reproductora de una narración
histórica destinada hacia un presunto telos
redentor, es la que permitirá apuntar sus dardos, para desarticularlo, contaminarlo y
transgredirlo, hacia el anestesiamiento de los sentidos y, también, hacia los mitos
constitutivos de –lo que el autor llama- la filosofía de la historia del
capital. Imaginación crítica, entendida a partir de la impureza, y cuya virtud ejerce
un trabajo de contaminación del orden existente antes que la promesa salvífica de
fundar un nuevo orden.
Sin embargo, también
–aunque en menor medida- Villalobos-Ruminott despliega una imaginación
afirmativa. Imaginación afirmativa enraizada en el devenir común y en el
conatus existencial, que excede cualquier tipo de facultad subjetiva del
psicologismo, a la vez que marca distancia (y resiste) ante cualquier tentativa
del poder que busque objetivarla con una etiqueta funcional al disciplinamiento
académico.Podríamos decir que la imaginación afirmativa se constituye en
contrapoder precisamente porque nunca llega a constituirse como tal, porque no
se consume en la imaginación crítica pero tampoco se consuma en un acto, pues
permanece bordeando la inminencia e inmanencia de toda conclusión taxativa.
Así, el asumir el devenir
abierto con que se derrama la vida, como la sangre en una herida inclausurable,
sucia e irreductible a la avidez de transparencia del poder global, esta
imaginación mancha y marcha , es decir, que, mientras se moviliza por las
entrañas de la ciudad neofascista, contamina todo a su paso, lo cual queda
expresado en las consignas de la revuelta, en los carteles, en los rayados, en
los cuerpos, en lxs mutiladxs y lxs asesinadxs. También queda signada en la
escritura y -¿por qué no?- en el “lanzamiento” impreso del libro de Villalobos-Ruminott:
como aproximación al conatus existencial, una lanza que es lanzada hacia el
infinito, un libro-lanza que nuestra mano coge y hace resplanceder entre sus
dedos, sus anotaciones, sus sebrayados, recuperando, en plena asonada virtual, la
perseverancia de la dimensión mundanal del mundo y de la lectura. En esa
experiencia de la lectura material se logra entretejer el deseo con la potencia
del viviente de un existir capaz de destituir los privilegios metafísicos de un
Ser reducido a su mera representación visual, virtual, algorítmica o semántica.
Así, no la imaginación de un futuro ideal, sino el despliegue crítico-imaginal,
es decir, la acción del imaginar –crítica y afirmativamente- se torna un modo
de resistencia que resiste toda clausura de la imagen, la rebelión de un
comunismo sucio derramada sobre la transparencia de un planeta que, cuan cámara
securitaria, fantasea con controlar y reducir todos los rincones del mundo,
incluida la porosidad de este libro, a la planicie y transparencia de lo
global.
Asediar al fascismo, por
ende, no consiste en movilizarnos a partir de una luz ingenua, de la prístina
claridad lumínica de la ficción y de la pedagogía, sino en el aferrarse a una
imaginación productiva que resiste al centro de la tormenta, en la fricción
sobre los cuerpos. De ahí que en algunos artículos nazcan figuras afirmativas
como las que exponen la potencia incapturable del migrante, el
"cosmopolitismo salvaje", la calidad de paria sin atributos del palestino
o la emancipación de los sentidos que danzan en medio de las revueltas,
suspendiendo las formas de vida docilizada. Estas figuras, emanadas desde la
imaginación afirmativa de un autor en sintonía con la revueltas, ponen en jaque
el neoliberalismo y resplandecen, como luz de molotov, a través de las páginas,
irrigando las venas de nuestras manos. Todas ellas expresan un pensamiento que
transmuta su reflexividad en la firmeza de un arma presente y que ,
performativamente, también es capaz de decir “presente”.
La luz de este
libro enciende la lucha rasgando el velo de la noche en la inmovilidad de la
pandemia. Es un libro intempestivo y que deviene la quema de toda llanura, como
sólo puede hacerlo el fuego que porta la luz del relámpago: la luz que arde.
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