martes, 25 de enero de 2011

Infinito Mundano.



 Y ese día entramos juntos al Paraíso.
A mi nunca me importó mucho
 ni el Cielo ni el Infierno,
así que me dediqué a mirar tu cara,
 el rostro de la juventud, de tu emborrachada
y lúcida juventud.
Logré en ello una distracción,
un punto de fuga, un escape hacia mi mismo,
 hacia nosotros mismos.
Y entonces descubrí que todo Paraíso
no es más que un ahogarse en el rostro ajeno,
 y que sólo así ningún rostro nos es ajeno:
el infinito está a la vuelta de la esquina
y en la faz del mundo.

No hay comentarios: