Y ese día entramos juntos al Paraíso.
A mi nunca me importó mucho
ni el Cielo ni el Infierno,
así que me dediqué a mirar tu cara,
el rostro de la juventud, de tu emborrachada
y lúcida juventud.
Logré en ello una distracción,
y lúcida juventud.
Logré en ello una distracción,
un punto de fuga, un escape hacia mi mismo,
hacia nosotros mismos.
Y entonces descubrí que todo Paraíso
Y entonces descubrí que todo Paraíso
no es más que un ahogarse en el rostro ajeno,
y que sólo así ningún rostro nos es ajeno:
el infinito está a la vuelta de la esquina
y en la faz del mundo.
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