domingo, 13 de febrero de 2011

Fragmentos (III).


Después de haber tocado ese punto no le quedaba más que decir la verdad. Todas sus palabras estaban cargadas de un aura de irrealidad, de un preciosismo esperanzador cual espejismo en el desierto: era un escritor, o por lo menos -y dicho burdamente- tenía alma de escritor. Esto implicaba dos cosas: 1) poseía la capacidad de convertir las mentiras en verdades y 2) presa de su propia trampa, se había transformado en una tenue ficción de sí mismo. Ahora llegaba el momento de decir la verdad, y no le quedaban más que palabras. Así que prefirió callar. Entonces lo vi perderse por las calles recorriendo el laberinto de la ciudad, y su propio laberinto.

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