Iturbide. De la serie "El baño de Frida." |
A
cincuenta años de la muerte de Frida Kahlo es abierto su baño. Se observan dos
muletas. Dos muletas de pie, erguidas al interior de una tina seca, la cual nos
deja ver sus elementos de funcionamiento: sus llaves cerradas que descansan
inertes en el aséptico trasfondo blanco. El baño, lugar afectivo en el cual
todos nos encontramos con una intimidad húmeda y esquiva de nuestros desechos, constituye,
en este caso, el recinto donde el dolor siempre está presente. Presente hasta
en la ausencia del cuerpo dolorido. Sí. Hay tanta alma en el cuerpo de Frida,
hay tanta ausencia de ella entre sus objetos y pertenencias, que en el fondo nos hallamos ante la presencia de un dolor insondable:
como el eco de un aullido desgarrador que se da de cabeza contra las paredes de
ese baño sin poder salir nunca de él.
Y
si Iturbide, la gran fotógrafa mexicana, es famosa por ser capaz de poner su mirada
en esas grietas de la realidad por donde logra filtrarse lo simbólico, lo onírico,
lo incosificable, donde logra la imaginación fluir en aquello que está a la
mano, también lo es por recurrir a la magia. La magia consistente en develar capas
más profundas, ingobernables, de una realidad que se nos dona repleta de un
sentido misterioso e inaprensible. Como si por medio de su fotografía viniese a
poner en crisis la realidad misma desde el ojo desnudo que la contempla. Como
si a través de su cámara lograse mostrarnos que la fotografía no es un artificio
más, sino la pincelada fiel con que la realidad se colorea invisiblemente a sí
misma.
Por
eso, porque la realidad siempre les termina jugando la última broma a los que
ingenuamente piensan que conocen su presunta mecánica- e Iturbide está allí
para dejar testimonio de esa ácida ironía-, es que la presencia vacía de Frida
en su baño se conecta, de un modo extrañisímo, de un modo imposible, es decir,
del único modo posible dentro del realismo mágico de Iturbide, con una fotografía que capturó en algún lugar
eterno de cualquier geografía, quizás muchos años después, quizás como voz de
un tiempo circular en el cual la vida logra dialogar con la muerte. Se trata de
la fotografía perteneciente a su serie “Naturata”. En esa última imagen se muestra a un
racimo de cactus heridos, restringidos en su movilidad, los cuales parecen ser sostenidos por andamios
de madera, una estructura que amputa, que impide el espontáeo desarrollo de los cactus.
Están los cactus explotados. Están los cactus extraídos de su savia. Y allí, en ellos, está Frida. Iturbide la retrata. Iturbide la vuelve a
encontrar, ahora en cuerpo y alma, recostada en alguna cama sobre las costrosas sábanas de todos los desiertos del mundo.
Iturbide. De la serie "Naturata". |
1 comentario:
Una fotografia muchas veces no sólo nos revela más que mil palabras...sino que alimenta nuestra imaginación hacia increibles sondeos del objeto en una policroma de aventuras sobre el alma humana que trasfonda su simple retrato.!Muy bello como siempre....gracias Aldito!
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