"La muerte de Marat" de David. (1793) |
Existen ciertos hitos, cierta
concentración de sucesos históricos en un plazo reducido de tiempo que
determinan el devenir de toda una sociedad o, incluso, de una civilización.
Esos momentos históricos, que podríamos llamar revolucionarios, se caracterizan
por la conjugación de lo artístico con lo político, de la sensibilidad estética
puesta espontáneamente al servicio de un ideal social. Es así que la obra
de David, "La muerte de Marat", yace circunscrita dentro de aquel
escenario revolucionario en el cual el tiempo histórico pareciera anudarse
sobre sí mismo. La Revolución Francesa corresponde, en este caso, al suelo
político que se manifiesta en calidad de contexto de esta obra.
No resulta extraño, por ende, que
David, pintor afín a los ideales de la Revolución además de cercano amigo de Marat,
nos presente el asesinato de este último, periodista y activista comprometido
con la causa jacobina, como la constatación de una traición a la vez que como
testimonio de una nueva concepción político-estética. En efecto, la obra es
capaz de utilizar una técnica casi minimalista, de gran sencillez y economía de
elementos (principalmente está construida a partir de verticales y
horizontales) con el objetivo de plasmar esa nueva concepción de mundo que la
Revolución trae consigo. Esta concepción de mundo se basa en la secularización,
es decir, en la desmitificación de esa religiosidad católica, tan apegada a la
monarquía, pero manteniendo sus estructuras subyacentes ahora dotadas de un
nuevo significado. Esa secularización será el rasgo esencial que distinga a la
modernidad. Así, el brazo derecho de Marat vencido fuera de la bañera en la
cual fue asesinado representa el mismo gesto de honda tristeza, de irremediable
desolación, de caída final, que el de Cristo en "La Piedad" de Miguel Ángel. A su vez, el rostro del asesinado
trasluce la leve y fugaz transición desde el instante en que el cuerpo expira
su último dolor hacia el descanso eterno. Sin embargo, quizás el rasgo más
llamativo de esta secularización se encuentra en la sombra que se eleva en
diagonal con miras al silencio de la nada, ascendiendo hacia la oscuridad de la parte superior
del cuadro. Será justamente esta elevación, este diluirse del aliento en la
finitud, la idea que le reporte coherencia interna a la obra en su nivel significativo.
Esta idea corresponde al mensaje del ateísmo más glorificante, al de quien
asume, sin la desesperación del que está perdiendo algo, todo lo perdido; al de
quien asume su falta de trascendencia con la dignidad del que una vez
traicionado dice adiós a este mundo dejando de lado el afán de perpetuarse en
una eternidad merecida pero inexistente. En resumen, estos tres elementos (la
mano derecha de Marat en rememoración de "La Piedad"; el rostro del
asesinado como última exhalación del aliento del personaje; y el esfumarse de su
alma en la sombría nada que se eleva en el fondo oscuro) marcan el giro que
David le imprime, desde el ateísmo más dignificante, a la traición sobre Marat
en tanto reflejo de toda una visión de mundo moderna.
De esta manera, “La muerte de
Marat” condensa la noción de secularización en su sentido ilustrado: la
superación de las supersticiones mítico-religiosas en función de un estadio
nuevo en la historia de la humanidad. Estadio que pretendía dejar de cargar con
las ilusiones y espejismos propios del cristianismo para acceder a un reino de
ciencia y filosofía positiva, de política liberadora, de arte neoclásico y
optimista. Los cimientos sobre los cuales se sostendrá este nuevo mundo moderno
seguirán estando, no obstante, aún contaminados de una fuerte religiosidad
secularizada (léase, por ejemplo, las nociones de verdad absoluta, de historia
universal o de unidad de la humanidad, todas en mayor o menor medida también
heredadas del cristianismo). Por ello, "La muerte de Marat" es una
obra aún viva no sólo desde la eterna vitalidad del arte, sino también desde
los temas que es capaz de transparentar a nivel de su situación histórica.
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