William Hogarth. "Manicomio", de la serie Rake´s Progress. |
A continuación tomo del “Diccionario de la Ópera” de Kurt Pahlen
el argumento de la ópera de Stravinsky “La carrera de un libertino”. Posteriormente
realizo un breve análisis sobre la misma.
Argumento: Tom
Rakewell se ha comprometido con Ann Trulove. Ambos parecen tener por delante un
futuro de amor y felicidad. Pero el padre de Ann desconfía del carácter
vacilante de su futuro yerno y quisiera verlo en una posición firme y segura.
Eso no es lo que quiere Tom, en cuyo inconsciente duermen miles de deseos y
veleidades. Entonces aparece una personalidad tenebrosa, Nick Shadow, una
figura mefistofélica inventada por los libretistas y que no aparece en los
grabados de Hogarth, y cuyo nombre (shadow = sombra) adquiere significación
simbólica; Nick, por otro lado, es un popular nombre inglés del demonio. Shadow
explica que ha sido criado del tío de Tom, que al morir dejó una enorme
herencia a su sobrino; y quiere entrar al servicio de Tom, el sueldo carece de
importancia, se puede negociar más tarde. Shadow lo lleva a Londres y comienza,
como anuncia dirigiéndose al público, the rake 's progress, la carrera del libertino
en el que se transforma Tom bajo la dirección de Shadow.
Aunque al principio se contiene por el recuerdo de Ann Trulove (también un símbolo: true love = amor verdadero), la vida lo introduce en sus formas más primitivas. Después del prostíbulo sigue el grotesco matrimonio con una atracción de feria, la «bab turca», un monstruo barbudo al que apenas se puede considerar una mujer. Al mismo tiempo, Tom quiere explotar un invento capaz de convertir las piedras en pan. Shadow está detrás de todo y cada paso conduce a Tom más cerca del abismo. No se puede impedir la quiebra financiera, la subasta de todos sus bienes se presenta en una escena casi fantasmal. Shadow cree que ha llegado su hora. Conduce a su señor, que en realidad es su víctima, al cementerio de una iglesia, en medio de la noche, y le revela ante una tumba abierta el salario que exige: el alma de Tom. Juegan una decisiva partida de cartas en la que, gracias a la intervención mística de Ann, Shadow pierde y cae muerto cuando dan las doce. Pero Tom no se salva. La locura se apodera de él y termina en el manicomio. Sin embargo, hay una transfiguración más allá de su final. La fiel Ann, que intentó ayudarlo varias veces, se le aparece como un cuadro de luz. Ann, en la escena tal vez más bella de la obra, acuna en su regazo la cabeza de Tom, destruido por la vida, y canta para que se duerma.
Por último vuelven al escenario todos los personajes de la pieza (como solía hacerse en la antigua ópera italiana y como hizo Mozart en su Don Juan) y sacan conclusiones de los hechos descritos. Lo hacen sin máscaras, sin pelucas y sin falsas barbas: en cierta medida regresan a nuestro siglo, que se ha servido de una fábula vieja pero siempre vigente para exponer la seriedad de la vida.
Aunque al principio se contiene por el recuerdo de Ann Trulove (también un símbolo: true love = amor verdadero), la vida lo introduce en sus formas más primitivas. Después del prostíbulo sigue el grotesco matrimonio con una atracción de feria, la «bab turca», un monstruo barbudo al que apenas se puede considerar una mujer. Al mismo tiempo, Tom quiere explotar un invento capaz de convertir las piedras en pan. Shadow está detrás de todo y cada paso conduce a Tom más cerca del abismo. No se puede impedir la quiebra financiera, la subasta de todos sus bienes se presenta en una escena casi fantasmal. Shadow cree que ha llegado su hora. Conduce a su señor, que en realidad es su víctima, al cementerio de una iglesia, en medio de la noche, y le revela ante una tumba abierta el salario que exige: el alma de Tom. Juegan una decisiva partida de cartas en la que, gracias a la intervención mística de Ann, Shadow pierde y cae muerto cuando dan las doce. Pero Tom no se salva. La locura se apodera de él y termina en el manicomio. Sin embargo, hay una transfiguración más allá de su final. La fiel Ann, que intentó ayudarlo varias veces, se le aparece como un cuadro de luz. Ann, en la escena tal vez más bella de la obra, acuna en su regazo la cabeza de Tom, destruido por la vida, y canta para que se duerma.
Por último vuelven al escenario todos los personajes de la pieza (como solía hacerse en la antigua ópera italiana y como hizo Mozart en su Don Juan) y sacan conclusiones de los hechos descritos. Lo hacen sin máscaras, sin pelucas y sin falsas barbas: en cierta medida regresan a nuestro siglo, que se ha servido de una fábula vieja pero siempre vigente para exponer la seriedad de la vida.
En “La carrera de un libertino”
(1951) Igor Stravinsky rinde tributo a las óperas italianas del Siglo XVIII,
como también al estilo clásico tan característico de las óperas de Mozart. Por
lo mismo, muchos han denominado aquél período donde fue concebida esta obra como marcadamente
neoclásico dentro de la producción del músico ruso. Aquí no escuchamos nada de aquel compositor poseído por la ebriedad
rítmica propia de su ballet “La Consagración de la primavera” –esa obra de un
primitivismo majestuoso-, sino la devoción por la mesura, por la pulcritud, por
las formas y las estructuras, por las líneas melódicas largas y claras, por las armonías de simpleza ornamental, en
fin, por la justa medida como principio regulador. El retorno musical a la
época dorada de la ópera, en pleno siglo XX, se conjugará de manera
particularísima con el respeto por la tradición y buenas costumbres que se
plasmará en el libreto de esta ópera.
“La carrera de un libertino” tiene
su origen en una serie de ocho grabados realizada por el pintor inglés William Hogarth, artista que compuso la totalidad de su obra en el
siglo XVIII. En ambas producciones -la serie de grabados y la ópera-, que cuentan con casi doscientos años de
diferencia, impera un ambiente irónico destinado a moralizar la conciencia de
los espectadores. En efecto, la narración en la cual descansa tanto al arte de Hogarth como el libreto de la ópera de Stravinsky,
escrito por el poeta W. H. Auden, tiene por fundamento la crítica social. Crítica
social que apunta, en el caso de Hogarth, al derroche de dinero, a la vida
disipada, a los excesos sexuales y alcoholísticos susceptibles de atentar contra las
solemnes costumbres que deberían imperar en el imaginario de una comunidad tan
cohesionada e identitariamente definida como la inglesa. Crítica social que, en
el caso de Stravinsky - Auden, remite a la inautenticidad de los hombres, los cuales, motivados más por las inclinaciones asociadas al placer antes que por una
decisión y compromiso existencial sobre el sentido de su vidas, se entregan a
los vaivenes de la fortuna y el azar sin lograr mérito alguno por llegar a merecer lo
que se les concede.
Así, la obra de Stravinsky -
Auden se aproxima al género operático principalmente bajo el signo de la
moraleja: su obra pretende dejar una enseñanza concreta, la cual, en este caso,
es la de esforzarse por decidirnos a construir nuestro horizonte e implicarnos
en el trabajo de realización de nuestro propio camino. En cierto aspecto, el
libreto de la ópera apela a hacer emerger una metaconciencia que busca liberar
a los hombres del vicio instintivo, de la inclinaciones hedonistas, para
hacerlo ingresar en el dominio y la conquista de su propia existencia. Y el
lugar desde donde se ejercerá dicha conquista de la existencia será, paradójicamente,
el amor. El amor como el más vibrante y a la vez sencillo de todos los afectos, como el menos
dominante de todos los afectos. Es decir, el amor incondicional representado
por Ann y el cual tiene a Tom por destinatario, será el sentimiento que,
gracias a la entrega del ser para el prójimo, nos abrirá desde el
ensimismamiento de la cárcel individual hacia el deseo de trascender nuestras
limitaciones con miras a una plenitud que es pura donación, puro vivir para el otro amado.
No obstante, si bien este amor de
Ann salva transitoriamente a Tom del Infierno con que finalmente lo amenaza el
demoníaco Shadow, no logra salvarlo de la locura. Locura que es el precio a
pagar por todos sus pecados, locura con la que Tom se logra dormir, esta vez
para siempre, creyendo ser el Adonis que, en un gesto hiperbolizado de su
juventud en el campo junto a Ann (como se inicia la ópera), pierde a su Venus
tal cual como si se tratase de divinidades mitológicas. Será esta exageración
demencial, esta maximización delirante de lo que representa la pureza del amor,
el único modo posible de que Tom, una vez arrepentido de su otrora vida
pecaminosa, logre vivenciarlo: el amor como insoportable tristeza ante la ausencia de
la amada. Así, Tom, si bien progresa ascendentemente a lo largo de toda la obra
desde que se relaciona con Shadow hasta que se desprende de él, nunca
es capaz de desprenderse de su propio yo, de su propia esencia: se encuentra preso del
egoísmo consistente en, aun estando enamorado, mantenerse inmerso en el terreno de la mera posesión. Por
otro lado, será Ann quien, dejando partir a Tom de esta vida y guardando para siempre su amor
incondicional para con él en un terreno metafísico, sea capaz de alzarse como el
modelo a seguir de toda la obra, esto es, quien se alce como la encarnación del amor genuino.
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