“¿Es
que Dios quiere prevenir la maldad, pero no es capaz? Entonces no sería
omnipotente. ¿Es capaz pero no desea hacerlo? Entonces sería malévolo. ¿Es
capaz y desea hacerlo? ¿De donde surge entonces la maldad? ¿Es que no es capaz
ni desea hacerlo? ¿Entonces por qué llamarlo Dios?”
David Hume en Diálogos sobre Religión Natural.
1.- La retribución.
El Libro de Job, al insertarse dentro de la
tradición judía del Antiguo Testamento, se sitúa en un piso histórico-contextual
determinado. Este piso hace referencia a la primacía del concepto de
retribución como modelo ético-explicativo que se habrá de colocar en crisis a
partir de la obra misma. Dicho de otro modo, la virtud del Libro de Job reside en la capacidad no sólo de cuestionar la
naturaleza intervencionista de lo divino, sino también de darle un giro
superatorio a la noción de retribución, noción con la que una cierta tradición
interpretativa leía las Escrituras.
Pues
bien, señalado de manera muy breve la retribución apunta a entender la relación
del hombre con Dios bajo una lógica de equilibrio en tanto intercambio entre lo
ético y lo físico. Así, todo aquello que fuese realizado por el hombre se
circunscribiría dentro del ámbito ético del bien o del mal, por lo cual a
dichas acciones buenas o malas le corresponderían, respectivamente, recompensas
físicas o desgracias de la misma índole enviadas por medio de la intervención
de Dios. Todo lo que el hombre llegase a realizar debería ser retribuido en
esta tierra por la visible mano de Dios.
Los
presupuestos en los que descansa esta tesis están claramente expresados por
Krushner, y conforman, además, los pilares a nivel ético de la Providencia:
A: Dios
es omnipotente y causa todo lo que sucede en el mundo. No sucede nada sin que
Él lo desee.
B: Dios
es bueno y justo, y se preocupa por que la gente reciba su merecido, desea que
los justos prosperen y los malvados reciban su castigo.
Ahora
bien, en el caso de Job –según palabras de Ricoeur- se hará explotar dicha
tesis de la retribución pues él cumple el rol de ser un hombre justo y bueno
que yace expuesto, bajo designio divino y de modo abrupto, a una serie de sufrimientos.
No
obstante, aunque el problema de Job no se diese empíricamente de modo
contingente, o sea que el dolor (o el mal) no le aquejara a las personas que
actuasen de una manera justa y honrada, de todos modos esta teoría de la
retribución plantearía problemas (supra) éticos: ¿Hasta dónde la relación que
el hombre mantendría con Dios podría ser genuinamente gratuita? ¿Hasta dónde,
al contrario, no sería esta relación más bien un rasgo de claro interés egoísta, un dar para
recibir, tal cual como si se tratara de un vínculo contractual?
2.- Teología trágica.
Lo
trágico en la tradición clásica griega remite, por lo menos, a dos sentidos opuestos:
uno interno al personaje, al héroe que padece las peripecias; otro externo a
él, más bien enfocado a los espectadores de la puesta en escena que se tornan
susceptibles de llevar a cabo la catarsis. En efecto, lo que distingue a la
tragedia en el primer sentido es la incomprensión que tiene el personaje de su
destino, la incomprensión de los males que le atormentan, la incomprensión de
la coherencia y arquitectura del destino a pesar de saber que se es gobernado
por este destino (por lo menos llega a saber esto último a través de la anagnórisis). A su vez, en cuanto al
sentido externo, esto es, al sentido propio del espectador griego, la
experiencia de éste se caracterizaría por la empatía que mantiene con el
personaje, con el héroe trágico. No obstante los espectadores son capaces de
ver algo que el personaje heroico no puede ver: son capaces de sobrevivir a la tragedia
que opera como medio disuasivo pues genera el temor a los dioses, y, por ende,
de adquirir un mayor grado de conciencia ante los insondables designios del
destino, ante los invisibles motivos y principios pertenecientes a su cosmovisión
y que imponen la mantención del orden establecido. Este último ascenso de grado
de conciencia, el de saber que hay cosas que no se tienen que saber y que son
inherentes a su cultura, bien lo podemos llamar constitución de una conciencia
sobre lo ontológico o, simplemente, conciencia ontológica.
Para articular
dicha categoría analítica con la obra
que aquí nos convoca es necesario, antes que todo, explicitar que en Job se
reunirían ambos sentidos de lo trágico. Efectivamente, en primer lugar se
trataría de un ser desgarrado por el sufrimiento físico sin llegar a saber por
qué Dios le ha impuesto aquel destino tan inmerecido; después, e incluso antes
de ser liberado de su dolor, Job adquiriría una ganancia de conciencia
ontológica gracias a que es capaz de permanecer fiel a sí mismo como también asumir
el sufrimiento impuesto por Dios. Obviamente esto tiene matices siendo más
complejo de lo que parece. Hay momentos en los que Job duda de la benevolencia
divina, otros en los que permanece enhiesto confiando en la evaporación de sus
males. Sin embargo, lo que mantiene a Job es justamente la profundización en el
sufrimiento desde una perspectiva experiencial: aunque los dolores sean
ininteligibles y emanen desde un sinsentido inconcebible, él es capaz de
ahondar desde una dimensión exclusivamente personal, de una manera
intransferible y singular, en dicho misterio de la fe. Y no lo hace como quien
reflexiona teóricamente, es decir, con una distancia contemplativa y sin
implicaciones directas, sobre el
fenómeno del sufrimiento, sino que lo hace en tanto experiencia práctica
intransferible: sabe que es gobernado por un destino a pesar de no saber, de no
poder esclarecer, de no ser capaz de verle el fuego a los ojos al sentido de
dicho destino. Así, su saber es una no-ciencia, una sabiduría antes que un
saber propiamente tal: mientras sufre Job sabe que no sabe.
Por eso
mismo Ricoeur hace mención a Job como quien logra superar la retribución, quien
logra presentar una mirada de la teodicea, de la justificación del mal en la
Creación, como vivencia antes que como solución: pura teología trágica. La
ganancia de conciencia que se da en el absurdo del mal al que es sometido Job
no es explicable, es un misterio inexorable, es, en fin, la superación de toda
retribución. Con Job el sentido de lo trágico interno y externo, aquel del héroe
trágico que sufre los infortunios de su osadía y aquel del espectador que llega
a la catarsis siendo presa de un pavor sagrado que lo lleva a respetar a los
dioses y a no seguir el mal ejemplo del héroe trágico, se sintetiza llegando a
ser sinónimo de fe. Por ello, la fe será lo experimentado, la fe será para Job aquello
que para los griegos era la “ganancia de conciencia” propia del espectador trágico (externo), al mismo
tiempo que el padecimiento irracional del héroe trágico (interno). Una fe de la
cual, en último término, no se podrá hablar más que por medio del testimonio
del vivir.
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