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En los primeros
capítulos de Kafka. Por una literatura
menor Deleuze y Guattari analizan al pasar una escena de La metamorfosis del autor checo. Se
trata de la acción en que Gregorio, ya en vías definitivas a su monstruosa
conversión en insecto, se dirige hacia el largo cuello de su hermana motivado
por un instinto de deseo animalesco, pero cuya consumación no logra darse
puesto que éste finalmente opta por adherirse al retrato de su madre que decora
la pared de la habitación. Según Deleuze y Guattari en ese gesto se deja
traslucir la primacía de un movimiento que reestablece el incesto Edipo
clásico. Es decir, mientras Gregorio busca fundirse con el retrato materno en
lugar de ceder a sus flujos de deseos instintivos por la belleza de su hermana
vuelve a establecer un vínculo con el inconsciente a nivel de máquina
reproductora del complejo edípico. La acción de Gregorio es una
reterritorialización de sus deseos predeterminados inconscientemente hacia su madre
antes que una vía de escape o un punto de fuga generados por sus deseos ante
las intensidades que se extienden en el cuello de su hermana. El territorio
significativo del Edipo clásico inmerso en el aparato psíquico ha superado a la
desterritorialización y asignificación propia de los deseos animalescos. Ya sea
para querer oler por última vez el perfume de su infancia, ya sea para mecerse
por la eternidad acunado entre las pieles de su madre, ya sea por rozar la
espuma del nacimiento al momento de la muerte, Gregorio Samsa encuentra
desesperadamente esa significación final, retorna a la territorialización de un
mundo olvidado y, con ello, aplaca su propio deseo bestial, su energía de
placer por su hermana que no es parte de ninguna máquina de deseo a nivel
inconsciente.
Hasta ahí lo analizado
por Deleuze y Guattari. Ahora bien, vale arriesgarse un poco más por sí mismo.
Lo que intentaré será delinear preliminarmente dos figuras opuestas que operen
como nociones susceptibles de interpretación justamente a partir de los
filósofos franceses ya mencionados pero sin reducirme a ellos. Estas nociones
serán, por un lado, la de bestialidad y, por otro, la de maquinidad.
2
¿Qué entendemos
por una bestia? Desde La política de
Aristóteles sabemos que una bestia se opone a toda posibilidad de convivencia.
Pero esta imposibilidad de convivencia no es, en el caso de la bestia, una
capacidad, sino una carencia. En efecto, si los únicos seres que pueden habitar
en soledad son las bestias y los dioses, los primeros lo harán debido a su
falta de destreza en el camino que forja el buen vivir propio de las
deliberación política mientras que los segundos lo harán por tener
salvaguardado tal buen vivir dada su naturaleza divina. La bestia está
condenada a su aislamiento debido a sus carencias; los dioses optan a su
aislamiento debido a sus facultades y potencias. Para ninguno de los dos es
necesario vivir en compañía de sus semejantes: la bestia por incapacidad; los
dioses por autosuficiencia. Sólo el hombre necesita del gregarismo de la polis.
Tomemos leve
distancia de Aristóteles. Las bestias representan un exceso de animalidad, esto
es, un deseo irrefrenable por el cual son afectadas. No hay nada en ellas que
las satisfaga, sino un impulso de constante desterritorialización de su propio
deseo: las bestias gozan con las intensidades de sus placeres corporales, sin
saber qué es el cuerpo; las bestias emiten sonidos guturales, sin reparar en el
significado del sonido. Las bestias son puro principio de placer, impulso
animal sin posibilidad alguna de domesticación. La bestia como Otro Absoluto.
La bestia como el espacio inaccesible, lo ignoto e incomprensible que reside en
el rincón más profundo y oscuro de ciertas (y nuestras) cuevas.
3
En contraste,
una máquina vendría a caracterizarse por su funcionalidad mecánica. Una máquina
funciona gracias a esa constitución que Maturana llamó autopoiesis. Pero una
autopoiesis extraña, no espontánea, donde la suma de las partes va configurando
el todo sistémico de un modo ascendente. Todo sistémico, a su vez, que tiende a
verse reducido a su función: la de resguardar el proceso y la producción. Por
eso una máquina es más que la ciega recepción de un input que termina generando
un output determinado. Una máquina podría ser mecánica, pero siempre representa
un proceso de mecanización que restituye la territorialidad. Así, en la máquina
los pasos para generar un determinado producto son escalonados: si se salta un
paso todo el producto final se diluye o no llega a cuajar. La máquina opera
como un conjunto que impone una lógica. No necesariamente un contenido. Pero sí
una lógica. A nivel inconsciente bien podemos llamar a esa lógica la cadena de
significación.
Entonces, ¿cómo
llamar máquina a un proceso que al mismo tiempo de no tener creador tampoco
crea ningún producto? Obviamente hablo del inconsciente. O por lo menos del
inconsciente con la cuota de sobredeterminación ante la consciencia que Freud
le asignó. La energía que siempre ha estado allí. La fuerza psíquica que no
cesa de fluir. Las pulsiones libidinales que se despliegan dentro de un
territorio ordenado, dentro de un mapa con coordenadas fijas y de cuya
significación la máquina es garante. De este modo para el psicoanálisis la
máquina es una creatura sin creador, una producción sin producto: somos
nosotros mismos. Lo que hace la máquina es asegurar el significado profundo,
darle sentido a la capa latente que no vemos pero que nos determina a ver lo
que vemos o no podemos ver. En última instancia, si pensamos el mundo como
máquina siempre habrá explicación y significación, todo estará territorializado
en áreas rebosantes de sentido. A pesar que no podamos hacer nada para cambiar
nuestro sentido, podemos construir máquinas dentro de otras máquinas y, así, ir
elevando el plano de consciencia o de indagación dentro de la realidad. La
realidad como un residuo mítico que se conoce a partir de la ciencia. Ése es el
consuelo de la máquina psicoanalítica: no hay Dios, no hay creador, pero si
llegamos a vislumbrar más allá de la opacidad de la lógica maquinal, nos
conoceremos a nosotros mismos, nos sublimaremos a nosotros mismos. La neurosis
es evidente y la máquina la sublima.
4
Volvamos a
Kafka. A mi juicio en buena parte del autor checo yace presente el tema de la
animalidad. Animalidad que se manifiesta a través, justamente, de animales
arrebatados de su territorio original. Animalidad que refiere a una
bestialidad. Son seres que devienen siempre Otro (en Informe para una Academia queda plenamente patente). Un Otro que
aunque quiera explicarlo todo, siempre fracasa en su ímpetu de salida, en su
intento por trazar una línea de fuga. Ellos no aspiran a la libertad ni al
bien; tan sólo aspiran a un escape, a algo mejor dado por el movimiento que prefigura
el deseo.
Pero también ese
deseo es imposible de consumar. Y lo es precisamente porque los personajes
siguen inmersos, a pesar incluso de devenir bestias, en coordenadas maquinales.
Así se da en todo El proceso, bajo la
máquina burocrática; o también en La
metamorfosis, bajo la máquina comercial y del inconsciente. Quizás allí
radique gran parte de la angustia de nuestro siglo recién pasado y que se
extiende hasta el presente: en nuestro perpetuo y trágico padecimiento de entes
intermedios. Entes humanos que deseamos como bestias pero que terminamos operando
como máquinas.
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