El 11 de Septiembre de 1973 funda
nuestro Chile contemporáneo. Bajo los gritos de los torturados, bajo el
silencio de los desaparecidos, bajo ese “nunca más” como bandera enarbolada por
casi todos los miembros de la sociedad actual, se sigue filtrando una violencia
tácita y enmascarada, fría, pero no por eso menos cruel. Hoy en día hay un
consenso generalizado sobre lo repudiable de los crímenes contra los DDHH
perpetrados durante la Dictadura cívico-militar. Pero al mismo tiempo seguimos siendo
presas de un sistema político y constitucional degradado y degradante que fue
heredado de aquella dictadura y cuya dinámica de acción se basa en la
despolitización misma. Seguimos asolados por un modelo neoliberal que bajo el
slogan de una mal entendida libertad concentra el poder económico en un puñado
de personas enriquecidas gracias a la explotación del pueblo. Seguimos anestiados
ante la indiferencia de una sociedad que ha erosionado los pilares del bien común
en beneficio de una competitividad e individualismo enfermos. La mayoría de la esfera
pública condena con fuerza los atentados contra los DDHH en términos fácticos,
cuando se dirigen contra el cuerpo, contra los huesos, contra la sangre, pero no
lo hace a la hora de denunciar la violación de los derechos mínimos que impide a los ciudadanos desplegar su buen vivir en una sociedad humana.
En estos días el 11 de Septiembre
nos invita a reflexionar sobre algo más que nuestra disposición a respetar ese “nunca más” conseguido después de
tantas luchas en la calle y en tribunales, después de tantas quebraduras de mano
a infames pactos de silencio provenientes de nuestras Fuerzas Armadas, después de
tanta manipulación de los grandes medios de comunicación, "nunca más" que pudo llegar a
consolidarse en materia de DDHH a nivel de opinión pública. La verdadera reflexión contenida en el 11 de
Septiembre de hoy -y ya que nos encontramos ad portas de una elección presidencial- versa
sobre aquellos valores desvirtuados por los defensores de un sistema económico
perverso, sobre las injusticias cotidianas que sufre la ciudadanía a manos de
quienes detentan el poder piramidal, sobre la pérdida de derechos sociales y de diálogo
simétrico a la hora de intentar soñar un país inclusivo para todos. En fin, si
logramos hacer eso, o sea, poner en ejercicio tal reflexión a partir de la imagen aún temblorosa de otro Chile posible, basado en las causas vitales y compromisos que llevaron a la muerte, a la
tortura y a la desaparición a tantos compatriotas, ya sería un pequeño y esperanzador triunfo en
tiempos donde la dictadura de los negocios y de la productividad económica ha usurpado casi totalmente el terreno deliberativo de la imaginación política.
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