El genial crítico John Berger ha sugerido que esta
obra de Vermeer se constituye a contrapelo de la
tradición. En efecto, la tradición de óleo sobre lienzo del siglo XVII, antes que representar el mundo, intenta presentar el mundo como una posesión. Así, el
pincel del pintor se apropiaría de lo representado en cuanto objeto en sí,
tornando a la obra de arte un una mercancía más, operando como un dispositivo ideológico cuya ostentación reproduciría el
poder de una clase social en vías a su consolidación: la burguesa.
No obstante, “La tasadora de
perlas”, marcaría una excepción. Sería un paréntesis negativo dentro de toda esa
tradición apropiacionista. De esta manera, lo que en un primer momento se presenta como una prolongación más de
la propiedad mercantil, significada en la manera en que la mujer, a través de
la balanza, mide y compara la cuantía de la perlas, se va espiritualizando
paulatinamente. Hay una cierta experiencia de develamiento que se da a la hora de contemplar detenidamente el cuadro. Esta espiritualización se sustentaría en un punto fijo, en un punto
dinámico y en un gesto. Cuando nos detenemos a apreciar que el sentido del cuadro
sobrepasa al de la cotidianeidad de la medición de perlas para articularse en función de estos tres aspectos, somos testigos de su real inconmensurabilidad.
En efecto, el punto fijo que
cuestiona esa mirada superficial y cotidiana de la acción reside en la tela del apocalipsis que se muestra
tras el cuerpo de la mujer. Su significado apunta a una noción de justicia, de resultado final de los finales, donde la balanza se resignifica tal cual objeto de
contrapeso entre los bienes materiales y las virtudes morales de la mujer, la cual,
como deja entrever en su rostro, mantiene una serena actitud psicológica de
autoconocimiento. La mujer confía en su salvación tras el advenimiento del juicio final.
El punto dinámico, por otra parte, consiste en la
línea lumínica que se proyecta desde la ventana. La fuerza de la revelación –quizás
aún incomprendida por la propia mujer- yace acunada en la Gracia de la luz que irradia
todo lo material, todos los bienes y incipiente acumulación de una familia burguesa
de la Holanda del siglo XVII, en algo banal. La espiritualización se presenta en
clave de vanitas: todo el peso que ata a la materia consigo misma y con la humanidad se evapora
en el frío resplandor de lumínico.
Finalmente, el tercer aspecto que
estructura el proceso de espiritualización contra-tradicional de la obra se
sustenta en el gesto de la mujer, particularmente en ese sutilísimo movimiento
que realiza con sus dedos: entre el pulgar y el índice se ha abierto un vacío
que acoge la balanza. Sin embargo, este vacío casi imperceptible es mucho más que un llevar a la mano, trascendiendo su función instrumental. El gesto conformado por el pulgar y el índice constituye un paréntesis que
explica toda la obra: es el lugar sintético donde conviven el tiempo, a modo de
instante fotográfico de la acción, y el espacio, en tanto desmaterialización y
espiritualidad, levedad y desvanecimiento, de la misma acción mundana. En definitiva, pareciera que la perla
que está siendo pesada fuera la misma mujer, intercambiada en un parpadeo, por un gesto sin peso. Como si no hubiera más balanza que
la de su propia conciencia para indicar la fugacidad de toda belleza y el valor de toda materia.
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