Dos miradas sobre el mismo
fenómeno. Porque no se trata sólo de un mito, sino de una vivencia
universalmente estructurada: el transcurrir del tiempo. Y porque los mitos sólo adquieren
sentido cuando se sienten, cuando son tejidos por las fibras de las sensaciones,
estas obras llegan, ya sea tarde o temprano, a interpelarnos. El tiempo
cronológico, el tiempo como degradación y consumo, como amenaza de un flujo
inmediato que diluye toda estabilidad material, es lo representado por ambos
pintores. Pero también, en esta uniformidad casi incontrarrestable de lo
temporal, es donde imprimen su propio estilo a la representación. Es allí, en
las particularidades estéticas de cada obra, donde queda plasmado un aspecto
irreductible: el ser identitario de cada artista capaz de volverlos clásicos y,
con ello, superar el devenir en cuanto mera cronología.
"Saturno" (1636) de Rubens. Museo del Prado. |
El “Saturno” de Rubens (1636)
representa el paso inclemente del tiempo cronológico, es decir, la dimensión
más precaria y degrada del transcurrir. Aristóteles señaló: el tiempo es la
medida del cambio. En este caso, el tiempo, en su noción cronológica, también
torna al victimario en víctima de lo implacable: de sí mismo. Rubens, dentro
del dramatismo de la escena, estiliza la fuerza de Saturno, quien devora a su
hijo recién nacido, como un anciano desesperado pero, en última instancia, aún
demasiado sabio. Hay una idea, un mensaje detrás de la obra. En una palabra: el
Saturno de Rubens es humano, demasiado humano. Figura antropomorfa del tiempo.
Crueldad, pero crueldad humana, al fin y al cabo. Justamente por ese humanismo,
por esa escenografía exuberante tan propia de Rubens y por esas carnes
sobreabundantes en su dramatismo, habrá esperanza. Los tres dioses que
destronarán a Saturno (Cronos en griego), y que luego se repartirán los
dominios del mundo, yacen en la cúspide del cuadro aún apenas anunciados pero,
al mismo tiempo, ineludibles: las estrellas simbolizan a Zeus, dios del Olimpo,
Poseidón, señor de los mares y Hades, dueño del inframundo. El tiempo
transcurre y nada podrá detener el cumplimiento de la profecía: a Cronos, dios
del tiempo, le ha llegado, desde el comienzo, su propia hora. Y su
desesperación es la esperanza de los hombres, la promesa de control sobre el caos
del tiempo cronológico a través del sentido de la tierra, de la agricultura,
que aquí ni siquiera se llega a insinuar.
"Saturno devorando a su hijo" (1823) de Goya. Museo del Prado. |
Los últimos años de Goya están
marcados por una profunda y desgarradora introspección. Es en tal estado,
angustiado por el advenimiento de la muerte y la experiencia de la vejez, que
el cuadro "Saturno" de Rubens adquiere un significado vivencial para
él. Esta obra de Goya, de un expresionismo casi primitivista, se titula
"Saturno devorando a su hijo" (1823). En ella se ha omitido todo
artificio ornamental, quedando desnuda la atrocidad inadjetivable de lo macabro,
tras un juego agudo y minimalista de luz y sombra. A diferencia de Rubens, aquí
no se trata de un dios antropomorfo, capaz de comunicar un mensaje tras la
representación (el del gobierno del
tiempo cronológico y la profecía redentora de un Zeus que vendrá a
dominarlo), sino de lo caótico y lo monstruoso de un tiempo inaprehensible. La
deformación afecta a los personajes desdibujando su propia figuras, borrando sus
identidades, amenazándolos con volverlos irreconocibles y con diluirlos en una
dictadura sin nombre, destruyendo, a su vez, al lenguaje mismo. Saturno y su
hijo son presa de una fuerza que los sobrepasa y desfigura brutalmente: la
tiranía del tiempo. Dicha tiranía supera a su propio dios, lo envuelve en un
torbellino monstruoso donde todo queda consumido y nada consumado: donde todo
se vuelve dolor y oscuridad y ya no sobrevive esperanza alguna. Lo macabro de
la degradación temporal y la muerte triunfan, incluso, sobre la locura: son la
locura.
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