viernes, 28 de mayo de 2021

Comentario sobre el artículo "Respuesta a la pregunta: ¿Qué es la Ilustración?" de Kant

 


En el artículo “Respuesta a la pregunta: ¿Qué es la Ilustración?”, aparecido en un períodico de Berlín el año 1784, Kant escribe lo siguiente:

“La Ilustración es la liberación del hombre de su culpable incapacidad. La incapacidad significa la imposibilidad de servirse de su inteligencia sin la guía de otro. Esta incapacidad es culpable porque su causa no reside en su falta de inteligencia, sino en la falta de decisión y valor para servirse por sí mismo de ella sin la tutela de otro. ¡Sapere aude! ¡Ten el valor de servirte de tu propia razón!: he ahí el lema de la ilustración. La pereza y la cobardía son la causa de que una tan grande parte de los hombres continúe a gusto en su estado de pupilo, a pesar de que hace tiempo la Naturaleza los liberó de ajena tutela (Naturaliter majorennes); también lo son de que se haga tan fácil para otro erigirse en tutores. Es tan cómodo no estar emancipado. Tengo a mi disposición un libro que me presta su inteligencia, un cura de almas que me ofrece su conciencia, un médico que me prescribe las dietas, etc., etc., así que no necesito molestarme. Si puedo pagar, no me hace falta pensar: ya habrá otro que tomen a su cargo, en mi nombre, tan fastidiosa tarea.”

Para Kant, lo que define a la Ilustración es la entrada en la mayoría de edad de la humanidad. En este sentido, realiza una valoración fundamental de la autonomía, o sea, de la capacidad de cada sujeto para reflexionar críticamente y por sí mismo. La autonomía, como potencia facultativa, debe ser ejecutada en un acto; de ahí su uso práctico. Poner en ejercicio este acto implica repensar las costumbres y los sentidos comunes heredados de la tradición, así como cuestionar las supersticiones religiosas. En una palabra, Kant destaca la fuerza de la razón como motivo esencial de la Ilustración, así como el destino de toda (filosofía de) la historia: la razón sería aquella luz destinada a depositarse, progresivamente, sobre los rincones aún sombríos del mundo y de la conciencia humana. Y sólo gracias a la virtud irradiada por dicha luz podríamos estar en condiciones de ver lo que antes confundíamos o desconocíamos.

Desde una posición crítica –siguiendo la misma noción kantiana: aprender filosofía consiste en aprender a filosofar-, podríamos decir que en el artículo anterior existen, al menos, dos supuestos que deben ser tematizados. Primero, el del adultocentrismo, que otorga una primacía desproporcionada a la facultad racional por sobre otras dimensiones que integran al ser humano. Segundo, el de la individualidad, donde, justamente por concebir la razón en cuanto facultad antes que como un proceso sociocultural en constante construcción existencial, Kant posicionaría al sujeto individual (sostenido en su base trascendental, antes que empírica) como pilar constitutivo de toda la sociedad. La historia de la humanidad, para Kant, sería la historia de la razón.

martes, 25 de mayo de 2021

Comentario sobre una cita de Blas Pascal



En Pensamientos (1669), Blas Pascal escribía:

“Cuando considero la pequeña duración de mi vida, absorbida en la eternidad que le precede y que le sigue, el pequeño espacio que lleno y aun el que veo, abismado en la infinita inmensidad de los espacios que ignoro y me ignoran, me espanto y me asombro de verme aquí y no ahí, ahora y no entonces. ¿Quién me ha puesto? ¿Por orden y conducta de quién este lugar y este tiempo han sido destinados para mí? (…) El silencio eterno de estos espacios me espanta.”

En la cita anterior, Blas Pascal -matemático y filósofo francés del siglo XVII- manifiesta una profunda angustia ante la desolación y caos que (in)gobernaría el Universo. Su incertidumbre es radical; y la inaccesibilidad a una respuesta que dirima acerca del sentido o sinsentido de la existencia, amplifica tal incertidumbre. Por lo mismo, nos habla de espacios vacíos y de posibilidades casuales pero no causales (posibilidades que no son producto de ninguna Voluntad Divina ni forman parte de ningún propósito superior).

Así, Pascal ha pasado a la historia de filosofía por representar al “creyente desesperado”: aquel ser humano que, angustiado ante el terror del vacío que resuena tras los descubrimientos de la ciencia y la astronomía moderna, desea creer en Dios como un sedante, un último consuelo, un calmante, que venga a restituir parte del sentido, aunque sea a modo de esperanza. De ahí que el sentido en Pascal sea doblemente sentido, esto es, que se trate de un “sentido sentido”, un sentido metafísico cuyo (sin) sentido se juegue también sensiblemente, implicando todas las dimensiones del ser humano. Con Pascal las pasiones y los afectos, principalmente aquellos relacionados con la angustia, deseos y carencias, se hacen objeto y carne de reflexión filosófica.

Elecciones 2021: Lo irrepresentable

 Tras las cuádruples elecciones que se llevaron a cabo el fin de semana antepasado podríamos adoptar, al menos, dos perspectivas.

La primera es analítica, es decir, dedicada a desentrañar, descomponer y clarificar el corpus de resultados que arrojaron cada elección y el evento electoral en su totalidad. Así, se vuelve  necesario destacar la importancia que adquirieron nuevos actores provenientes de los movimientos sociales y de fuerzas políticas. Esto se dio en la elección de Gobernadores Regionales (teniendo a Valparaíso como su ejemplo más decidor), pero, aún más en el plano de los gobiernos locales, con un fuerte sentido de cercanía con la ciudadanía. Allí resaltaron los triunfos de los candidatos del pacto forjado entre el Frente Amplio y el Partido Comunista, el cual logró arrebatar importantes municipios a la derecha (Maipú, Estación Central, Santiago, Viña del Mar, etc.), al mismo tiempo que logró conservar otros (Recoleta y Valparaíso, principalmente) como testimonio de la consolidación de su fuerzas.

Lo más significativo, desde esta mirada analítica, se hallaría marcado por el fracaso de la derecha en la Convención Constitucional. En efecto, fue incapaz de conseguir su declarada estrategia en base al bloqueo de 1/3 del quorum, cuya plasmación electoral debía traducirse en 52 escaños. Por el contrario, con sólo 39 convencionales declarados, sumado a un número reducido de adherentes de los pueblos originarios, la derecha se verá obligada a entrar al debate deliberativo. Esto se condice con el espíritu de una Convención dominada por independientes de diversos colores, pues destraba cualquier posición de bloque a priori y abre el camino a una discusión heterogénea, enriquecida por una pluralidad de perspectivas, ideas y experiencias, capaz de entretejer diálogos deliberativos con miras a avanzar hacia un horizonte de consenso, respeto y reconocimiento. En cierta medida, si nos limitamos exclusivamente análisis de la elección en cuanto resultados institucionales (es decir, si hacemos ciencia y teoría política), podemos afirmar que en ella no sólo se manifiesta un reordenamiento de los elementos del sistema, sino también que, en tal reordenamiento, se disponen las condiciones para establecer un diálogo auténtico, basado en la autonomía, la convicción y humildad intelectual, virtudes ciudadanas capaces de hacer florecer el debate. Por cierto, éste es el mejor escenario de cara a construir una democracia deliberativa, aquella centrada en el diálogo y en la búsqueda de las mejores razones bajo un principio rector de carácter ético-epistémico que tenga a la “verdad consensual” como eje central.

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Sin embargo, también podemos leer estas elecciones a partir de un prisma más radical. El mismo hecho del triunfo de sectores no tradicionales, de la amplia paleta de independientes que resultaron electos, así como de la aplicación de la paridad de género y de los escaños reservados para pueblos originarios, sumado a la baja participación, se vuelven síntomas de un proceso más complejo y de repercusiones más profundas.

Ya no se trata de realizar el análisis de lo que hay, de lo que se evidenció en las elecciones, sino de lo que se insinúa o insulta, incluso mucho más allá de aquello que vemos, en los vértices de la historia. Se trata de un gesto que se suma con otros gestos, pero sin llegar a formar más que un cadáver exquisito (siempre vivo a la imaginación, claro está). Se trata de una carga de gestos y rupturas, de devenires y resistencias, de vaivenes y expresiones, los cuales, puestos en larga óptica de larga data pero también en términos contingentes, ya sea a nivel nacional como internacional, no cuentan con una explicación analítica, pues se rebelan contra la canalización institucional propia del sistema representativo. No se dejan representar en conceptos, ni tampoco en meros representantes de partidos políticos; siguen siendo una voluntad de potencia, de lucha, de energía destituyente emanada de la revuelta.

Lo que late bajo las elecciones, me parece, es susceptible de interpretarse, pero no de cuantificarse o decodificarse. Antes que una política racional, basada en un proyecto en común sobre el cual decidir luego de hacer un cálculo de medios y fines, lo que irrumpió dentro de la esfera electoral fue el magma ingobernable de la calle, aquello que horada toda representatividad. Aquí no rigió la razón y la claridad de los programas, con esa lógica tan lógica de votar por ideas como decisión determinante. El voto no descansó en la tranquilidad de la razón, sino que relampagueó -hasta bien entrada la madrugada del lunes- en la voluntad de lo común: desde la lucha. Los que votamos, lo hicimos con el estómago, aunque no confiáramos en nada de esto, aunque nos apeste el teatro barato de la democracia liberal-burguesa, aunque supiéramos que el Acuerdo del 25 de Octubre del 2019 era una trampa. Votamos con la imaginación y con el puño en alto, tal cual como se vivió durante la revuelta o como se volverá a reactivar la revuelta: se votó con la acción compañera. Y eso fue el gesto más radical, el gesto más sodomizador de la institucionalidad. Por un segundo, deslizamos la corteza de una estructura de poder de la democracia liberal-burguesa, pasando desde el discurso (nunca practicado) de la moralina política fundado en el intelecto, en el programa, en el proyecto, en la idea-país, hacia una política de la voluntad, de la potencia, de la imaginación, del abrazo, de los cuerpos compañerxs arrojados, fosforesciendo por la calle, ardientes en deseos. Ese desplazamiento, esa grieta, es la fisura que ya ha empezado a expandirse para, antes que proponer un mundo soñado o un futuro ideal e imposible de ser concretado (la clásica utopía asintótica), abrir paso al puño en alto que, emanado desde la misma vibración del presente, seguirá siendo lo irrepresentable del porvenir.