Entre el logos y el mito. Entre la razón a medias y la locura bien saboreada. Entre la Universidad y el Manicomio...Bueno, en esta tierra bendita nos encontramos.
viernes, 25 de marzo de 2022
Refundación (y refutación) de Carabineros
lunes, 21 de marzo de 2022
Dictado moral (Historia Moderna)
Foto de William Eugene Smith |
¡Hey, usted! Sí, usted, el adulto bien informado, el televidente que -durante horas y horas cada día- se emociona a partir de los padecimientos del pueblo ucraniano (el proeuropeo, no el del Donbás) narrados por valientes periodistas in situ. Usted, que los días domingos, en medio del almuerzo familiar y habiendo concurrido o no a misa, comparte su preocupación sobre el inicio de una nueva Guerra Fría, así como sobre el encarecimiento de los productos agrícolas y energéticos, pero que, pese a eso, tiene la convicción de que sancionar a Rusia es un deber moral y, por lo tanto, es un precio que está dispuesto a pagar (como si la moral fuese una moneda de cambio).
Pues bien, usted, el adulto moralista y bien informado, el hombre de bien, quien aboga por la paz y por la libertad, ha decidido apoyar al pueblo de Ucrania (o mejor dicho, frenar a Putin, porque a muchos neonazis ucranianos no creo que esté dispuesto a apoyar), poniendo una banderita celeste y amarilla en sus fotos de perfil, en su auto o en su bolso. ¿Qué quiere que le diga?
Primero: ¡Bravo!
Segundo: Un consejo. Corte la colita izquierda de la bandera (aproximadamente un cuarto), pues ello representará a las regiones de Donestk y Lugansk (y si quiere súmele a Crimea), cuya gran mayoría de habitantes se identifica más con el lenguaje y la cultura rusa que con un estado artificial como el de Ucrania.
Tercero: Para ser moralmente justo y no caer en hipocresía alguna (tal como dictan los complejos de santidad), agregue a la banderita rasgada de Ucrania la de los siguientes países (sólo por recordar algunos de los más recientes): Palestina (ocupada, expoliada y sometida por Israel a un sistema de neocolonialismo, apartheid y exterminio desde 1948 a la fecha), Siria (sometida a una guerra de agresión generada a partir de los intereses de potencias geopolíticas desde 2011 a la fecha), Yemen (sometida a una guerra de agresión por el wahabismo de Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos desde 2014 a la fecha), Afganistán (sometido a casi 20 años de ocupación estadounidense que agudizó gravemente los conflictos étnico-religiosos), Irak (sometido a una invasión de Estados Unidos y sus aliados desde 2003 hasta la fecha tras el pretexto de luchar contra el terrorismo, exportar la democracia y eliminar armas de destrucción masivas que nunca existieron), Libia (sometida a una intervención militar de gobiernos occidentales, la cual sembró el caos y fragmentó un país que tenía el IDH más alto del norte de África), el pueblo Saharaui (engañado, violentado e invisibilizado en sus afanes de autodeterminación por la monarquía autoritaria de Marruecos y la cobardía de todo el espectro política de España, en complicidad con el sionismo y el imperialismo estadounidense)...
Esas son sólo algunas de las banderas que podría agregar. Por supuesto, no hace falta mirar al pasado, pues no acabaríamos nunca si nos dedicamos a enumerar los crímenes, torturas, atropellos y violaciones contra los Derechos Humanos y el Derecho Internacional que ha promovido Estados Unidos y Europa en todo el mundo periférico (con la complicidad, obviamente, de las clases dominantes y vendepatria de cada nación) a lo largo de la historia moderna.
Pero, es cierto, no se puede pedir todo: el desarrollo y la paz (¡la civilización!) conlleva genocidios y censuras, empezando por la Conquista de América y llegando hasta la rusofobia, pasando por las Guerras Mundiales, el Holocausto y por dos bombas atómicas dirigidas contra la población civil de Hiroshima y Nagasaki. Pedir más sería un despropósito.
Bueno, para resumir, creo que junto a la bandera de Ucrania podría poner la de todos los países del mundo...o la de ninguno (aunque no la de los países autodenominados.primer mundistas, aunque sí la de algunos de sus movimientos de resistencia, ya sean sociales, étnicos o de género). Ojalá el espacio le alcance.
Finalmente, y siendo realista, temo que pondrá, en un gesto de priorización (o arbitrariedad), la bandera del país que sus propios colores (o las opciones de Facebook) le sugieran (o dicten).
miércoles, 16 de marzo de 2022
Memoria que imagina. Reseña sobre "Invisible" de Paul Auster
Tal vez uno de los aspectos más asombrosos de la narrativa contemporánea ha consistido en reafirmar -hasta la confirmación- algo que desde siempre se intuyó: nunca una narración se puede reducir a la historia que narra. Por el contrario, las técnicas narrativas actuales logran hacer de la historia un mero "pretexto" para desarrollar el virtuosismo del "arte textual".
En efecto, la técnica del decir, el acto de contar, las reflexiones que los personajes no alcanzan a masticar, la intertextualidad, el silencio, las vacilaciones de una memoria dudosa de sí misma o los instintos de una imaginación deseante, son recursos narrativos que, en lugar de ponerse al servicio de un orden exterior (la verosimilitud del contenido, la complejidad de la trama, un desenlace clarificador, etc.), ellos mismos conforman el "foco" fragmentario e irreconstituible que prima sobre la historia. Para decirlo en una palabra: la novela como lúcido conglomerado y destello de partes que no precisan de un todo armónico en el cual encajar.
Este es el caso de Invisible (2009, Anagrama), admirable novela de Paul Auster. Dividida en tres capítulos, cada uno de ellos yace consagrada a distintos tipos de narradores. El joven y bello poeta neoyorkino, Adam Walker, comienza narrando en primera persona su arrollador encuentro con una pareja francesa, y cómo ésta lo adentra en un ambiente que alterna la ilusión literaria y la fascinación sexual con la más patológica violencia.
La parte siguiente, es narrada en segunda persona por el propio Adam, más de cuarenta años después. A modo de memoria autobiográfica, hace referencia a los lados más oscuros de su pasado, donde se entremezclan la manipulación amorosa, algunos trazos familiares, fracasos literarios y una relación incestuosa. Esa segunda persona narrativa, de alguna manera, se explica no sólo a partir de la distancia culposa de Adam frente a su vida, sino la inventiva distorsionante del mismo: pasado de Adam que es él mismo, el mismo Adam, recordando y ficcionando, escribiendo mientras se hunde en una enfermedad terminal, habitando tanto un cuerpo -un harapo de cuerpo- que se excita en la memoria, así como una memoria que se va escapando de tal cuerpo doliente.
En el último capítulo opera un narrador-testigo, una profesora de literatura antigua enamorada de Adam que, pese a no haberlo visto durante décadas, mantiene su amor hacia él. Cuando sabe que Adam dejó escritas sus memorias antes de morir, las lee y se siente con el deber de zanjar los asuntos pendientes. Por eso, escribe esa última parte, con la cual se cierra el libro.
Invisible es el título de un desajuste. Se trata de una novela escrita desde el perspectivismo posmoderno, donde, al final, ninguna solidez o facticidad preexiste a lo narrado. Memoria, instintos, deseos, humillaciones, culpas; todo se deshace en un mar invisible. Pero esa misma invisibilidad, existe: es el espacio imaginativa donde se despliegan y contraen los sentidos de la ficción; la posibilidad de ir y venir dotando de voluntad y significado al simple hecho de existir.