viernes, 25 de marzo de 2022

Refundación (y refutación) de Carabineros

El hecho de que bajo gobierno de Boric continúen produciéndose casos de abusos policiales revela, al menos, dos problemas, como parte de un mismo fenómeno.
 
Primero, que no existe capacidad de control político por parte del Ministerio del Interior a la hora de obligar a que Carabineros de Chile realice su función actual: velar por el orden público respetando los protocolos básicos en su aplicación del "legítimo uso de la violencia" monopolizado por el Estado (atributo de las policía en las democracias burguesas-liberales). Estos protocolos -los cuales ni siquiera cuentan con una perspectiva de Derechos Humanos- tan sólo exigen que sa aplique la fuerza cuando sea estrictamente necesario, de una manera proporcional, gradual y con un objetivo disuasivo. Demás está decir que nada de esto ha sido respetado por la policía militarizada de Carabineros de Chile durante gran parte de su historia (intensificándose a partir de la dictadura civico-militar de Pinochet). No obstante, se vuelve inaceptable que hoy esto perdure, considerando que nos encontramos bajo un gobierno autodenominado de izquierda e integrado por muchas personas que salieron a las calles a manifestarse -incluso antes desde el 18 de Octubre de 2019- y las cuales fueron testigos de las violaciones a los Derechos Humanos perpetradas por Carabinero de Chile. 

Segundo -y como reverso de lo anterior-, se revelaría una posible insubordinación de la institución policial ante el poder político. Esto sería sumamente grave, pues significaría que dicha institución estaría ejerciendo un poder que transgrede a sus atribuciones en cualquier democracia: el principio de no deliberación. Dicho en simple: si Carabineros (y las FFAA en su conjunto) se mandaran solos o sirviesen declaradamente a intereses privados de una determinada clase (cosa que de hecho hacen, pero no declaran), correríamos el riesgo de ver multiplicado los abusos y violaciones a los DDHH hasta transformarlos en la norma y no en excepciones (como sucede con los regímenes totalitarios y militarizados). 

Por lo pronto, no hay que descartar que este fenómeno esté siendo impulsado por la derecha más recalcitrante, buscando exacerbar el caos y tender hacia lógicas cada vez más represivas, autoritarias y criminales, tal cual se aprecia a nivel internacional a través de los procesos de neofascistización. 

Ante tal escenario, urge realizar una refundación de Carabineros. Aunque durante la segunda vuelta Boric haya hablado de "reforma" por sobre "refundación", el horror de los hechos (avalados, además, en cuatro informes de ONG y organismos internacionales durante la revuelta) lo están obligando a realizar lo último. 

Así, ya no sólo se precisa de una mera solución focalizada, al modo de una destitución de los altos mandos, o de la condena de los responsables directos e indirectos de cada delito. Se debe ir mucho más allá de aquello para reorientar la finalidad social de la institución, desmontando el adoctrinamiento y clasismo actual, y apuntando hacia una formación basada en el respeto, compromiso y valoración de los DDHH, así como de su función ciudadana, motivada ya no sólo en pro del orden público, sino del bien común rector del ideal democrático. Un camino muy largo y complejo, pero tan estructural como las transformaciones prometidas por este gobierno y demandadas por la mayoría de la sociedad.

lunes, 21 de marzo de 2022

Dictado moral (Historia Moderna)

Foto de William Eugene Smith

¡Hey, usted! Sí, usted, el adulto bien informado, el televidente que -durante horas y horas cada día- se emociona a partir de los padecimientos del pueblo ucraniano (el proeuropeo, no el del Donbás) narrados por valientes periodistas in situ. Usted, que los días domingos, en medio del almuerzo familiar y habiendo concurrido o no a misa, comparte su preocupación sobre el inicio de una nueva Guerra Fría, así como sobre el encarecimiento de los productos agrícolas y energéticos, pero que, pese a eso, tiene la convicción de que sancionar a Rusia es un deber moral y, por lo tanto, es un precio que está dispuesto a pagar (como si la moral fuese una moneda de cambio).

Pues bien, usted, el adulto moralista y bien informado, el hombre de bien, quien aboga por la paz y por la libertad,  ha decidido apoyar al pueblo de Ucrania (o mejor dicho, frenar a Putin, porque a muchos neonazis ucranianos no creo que esté dispuesto a apoyar), poniendo una banderita celeste y amarilla en sus fotos de perfil, en su auto o en su bolso. ¿Qué quiere que le diga?

Primero: ¡Bravo!

Segundo: Un consejo. Corte la colita izquierda de la bandera (aproximadamente un cuarto), pues ello representará a las regiones de Donestk y Lugansk (y si quiere súmele a Crimea), cuya gran mayoría de habitantes se identifica más con el lenguaje y la cultura rusa que con un estado artificial como el de Ucrania.

Tercero: Para ser moralmente justo y no caer en hipocresía alguna (tal como dictan los complejos de santidad), agregue a la banderita rasgada de Ucrania la de los siguientes países (sólo por recordar algunos de los más recientes): Palestina (ocupada, expoliada y sometida por Israel a un sistema de neocolonialismo, apartheid y exterminio desde 1948 a la fecha), Siria (sometida a una guerra de agresión generada a partir de los intereses de potencias geopolíticas desde 2011 a la fecha), Yemen (sometida a una guerra de agresión por el wahabismo de Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos desde 2014 a la fecha), Afganistán (sometido a casi 20 años de ocupación estadounidense que agudizó gravemente los conflictos étnico-religiosos), Irak (sometido a una invasión de Estados Unidos y sus aliados desde 2003 hasta la fecha tras el pretexto de luchar contra el terrorismo, exportar la democracia y eliminar armas de destrucción masivas que nunca existieron), Libia (sometida a una intervención militar de gobiernos occidentales, la cual sembró el caos y fragmentó un país que tenía el IDH más alto del norte de África), el pueblo Saharaui (engañado, violentado e invisibilizado en sus afanes de autodeterminación por la monarquía autoritaria de Marruecos y la cobardía de todo el espectro política de España, en complicidad con el sionismo y el imperialismo estadounidense)...

Esas son sólo algunas de las banderas que podría agregar. Por supuesto, no hace falta mirar al pasado, pues no acabaríamos nunca si nos dedicamos a enumerar los crímenes, torturas, atropellos y violaciones contra los Derechos Humanos y el Derecho Internacional que ha promovido Estados Unidos y Europa en todo el mundo periférico (con la complicidad, obviamente, de las clases dominantes y vendepatria de cada nación) a lo largo de la historia moderna. 

Pero, es cierto, no se puede pedir todo: el desarrollo y la paz (¡la civilización!) conlleva genocidios y censuras, empezando por la Conquista de América y llegando hasta la rusofobia, pasando por las Guerras Mundiales, el Holocausto y por dos bombas atómicas dirigidas contra la población civil de Hiroshima y Nagasaki. Pedir más sería un despropósito.

Bueno, para resumir, creo que junto a la bandera de Ucrania podría poner la de todos los países del mundo...o la de ninguno (aunque no la de los países autodenominados.primer mundistas, aunque sí la de algunos de sus movimientos de resistencia, ya sean sociales, étnicos o de género). Ojalá el espacio le alcance. 

Finalmente, y siendo realista, temo que pondrá, en un gesto de priorización (o arbitrariedad), la bandera del país que sus propios colores (o las opciones de Facebook) le sugieran (o dicten).

miércoles, 16 de marzo de 2022

Memoria que imagina. Reseña sobre "Invisible" de Paul Auster




Tal vez uno de los aspectos más asombrosos de la narrativa contemporánea ha consistido en reafirmar -hasta la confirmación- algo que desde siempre se intuyó: nunca una narración se puede reducir a la historia que narra. Por el contrario, las técnicas narrativas actuales logran hacer de la historia un mero "pretexto" para desarrollar el virtuosismo del "arte textual". 

En efecto, la técnica del decir, el acto de contar, las reflexiones que los personajes no alcanzan a masticar, la intertextualidad, el silencio, las vacilaciones de una memoria dudosa de sí misma o los instintos de una imaginación deseante, son recursos narrativos que, en lugar de ponerse al servicio de un orden exterior (la verosimilitud del contenido, la complejidad de la trama, un desenlace clarificador, etc.), ellos mismos conforman el "foco" fragmentario e irreconstituible que prima sobre la historia. Para decirlo en una palabra: la novela como lúcido conglomerado y destello de partes que no precisan de un todo armónico en el cual encajar.

Este es el caso de Invisible (2009, Anagrama), admirable novela de Paul Auster. Dividida en tres capítulos, cada uno de ellos yace consagrada a distintos tipos de narradores. El joven y bello poeta neoyorkino, Adam Walker, comienza narrando en primera persona su arrollador encuentro con una pareja francesa, y cómo ésta lo adentra en un ambiente que alterna la ilusión literaria y la fascinación sexual con la más patológica violencia. 

La parte siguiente, es narrada en segunda persona por el propio Adam, más de cuarenta años después. A modo de memoria autobiográfica, hace referencia a los lados más oscuros de su pasado, donde se entremezclan la manipulación amorosa, algunos trazos familiares, fracasos literarios y una relación incestuosa. Esa segunda persona narrativa, de alguna manera, se explica no sólo a partir de la distancia culposa de Adam frente a su vida, sino la inventiva distorsionante del mismo: pasado de Adam que es él mismo, el mismo Adam, recordando y ficcionando, escribiendo mientras se hunde en una enfermedad terminal, habitando tanto un cuerpo -un harapo de cuerpo- que se excita en la memoria, así como una memoria que se va escapando de tal cuerpo doliente.

En el último capítulo opera un narrador-testigo, una profesora de literatura antigua enamorada de Adam que, pese a no haberlo visto durante décadas, mantiene su amor hacia él. Cuando sabe que Adam dejó escritas sus memorias antes de morir, las lee y se siente con el deber de zanjar los asuntos pendientes. Por eso, escribe esa última parte, con la cual se cierra el libro.

Invisible es el título de un desajuste. Se trata de una novela escrita desde el perspectivismo posmoderno, donde, al final, ninguna solidez o facticidad preexiste a lo narrado. Memoria, instintos, deseos, humillaciones, culpas; todo se deshace en un mar invisible. Pero esa misma invisibilidad, existe: es el espacio imaginativa donde se despliegan y contraen los sentidos de la ficción; la posibilidad de ir y venir dotando de voluntad y significado al simple hecho de existir.