Si el sí mismo tiene la peculiaridad de alojar una
multiplicidad de alteridades, bien podemos señalar que aquel sí mismo se constituye en comunión con las
contingencias, con la permeabilidad de los accidentes. En efecto, ahí yace mi
cuerpo involuntariamente enfermo, padeciéndome un tormento sin nombre,
haciéndome sufrir por alguna insospechada razón y formando parte de mí; allí
están mis deseos por llegar a ser quien no soy ahora, por liberarme de mí, por
huir lejos de mi piel en busca de una biografía de otro que sea la mía; y
también están mis dudas sobre mis acciones culpables, mis silencios, mis
remordimientos en torno a lo que me avergüenzo de ser y que quisiera omitir de
mí, mis arrepentimientos que den paso a un nacimiento nuevo capaz de lavar todo
mi pasado. Dicho de otro modo, el sí
mismo es una subjetividad de
la apertura y el advenimiento: en el sí
mismo somos afectados por
fuerzas que en un origen nunca gobernamos pero que abrupta y sorpresivamente
constatamos como siendo parte de nosostros, como nosotros siendo en ellas. Por
ende, gracias al sí mismo se puede expresar la identidad de una
manera móvil, nos podemos mirar ante un espejo distorsionante, espejo que no
somos más que nosotros mismos reflejados en los abismos de nuestra enigmática y
múltiple alma.
Por otra parte se encuentra el elemento
dicotómico de esta relación con el sí
mismo: el yo. Si, como
dijimos, el sí mismo se halla próximo a las afecciones y su
mutabilidad, a la aperturidad de ser esculpido por la alteridad, el yo, en cambio, se encontraría más cercano
a la centralidad de la autonomía subjetiva. A la hora de construir un yo es indispensable fijarlo en el tiempo
y el espacio, conservarlo como una estructura inmutable, instaurar sus
cimientos iluminadores de una vez para siempre. Gracias a la confianza en la
permanencia del yo puedo
prometer y enorgullecerme en el cumplimiento de eso prometido; gracias al
mantenimiento de ese yo soy capaz de recocer mis obras como propias,
mi trabajo como propio, mi vida como propia. En fin, el yo me legitima en cuanto idea
metafísica: ésa es mi identidad, ése, sea cual sea, soy yo. La
conceptualización del yo posee una rigidez que no tiene la
aperturidad del sí mismo:
el yo es un
constructo metafísico con pretensiones de universalidad que reividica lo
idéntico y se resiste a lo otro.
Como ya se
habrán dado cuenta es precisamente entre estos dos polos de la identidad donde
reside otra de las paradojas de Kierkegaard. Paradoja que siembra una opacidad.
Al concebirse como una tarea, como un hombre por hacerse en la lucha por la
identidad, el sujeto existencial pone en operación la relación entre el sí mismo y el yo.
Pareciera decirse: soy un sí
mismo que se promete
constituir en yo, ésa es mi tarea. Pero a la vez
también sabe que en ese decidirse del sí
mismo en miras a concretarse
en un yo hay mucho que se pierde, que se
diluye, y otro mucho que se inventa. Pareciera ser que en Kierkegaard se
respira una radical falta de reconciliación entre la experiencia del sí mismo y la conceptualización del yo. Y justamente será este un
motivo más que nos llevaría a la desesperación; desesperación que no es más que
la condición de posibilidad de los saltos de fe con que el alma busca aspirar,
según Kierkegaard, a un estadio religioso.
2 comentarios:
Me gustó mucho...también coincido contigo en cuanto al que si mismo no puede construir el yo,aunque Kierkegaard así presumedebiera conjugarse.El yo debe ser individualmente contruido independiente del si mismo que es atropellado por circunstancias externas.En el yo,existe la claridad de la persona quien se construye hacia el bien,siendo en el si mismo una alternancia peligrosa a veces.Mi humilde e ignorante concepción a tu maravillo análisis.Gracias
Gracias por compartir tu mirada, Elsa querida. Me parece que siempre existe esa insalvable dicotomía entre el "sí mismo" y el "yo". Es decir, si el "sí mismo" recoge las alteridades, la experiencia de los otros que habitan dentro de nuestra propia casa, el "yo", en cambio, tiende a elaborar una síntesis conceptual, una definición acerca de quién soy en tanto esencia. Así, ambos son indispensables para la construcción de nuestra identidad, pero esa identidad escapa siempre a lo que nosotros queremos que ella sea o refleje de nosotros. Un beso.
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