En nuestras sociedades
contemporáneas marcadas por la hegemonía de la productividad económica y donde
todo conocimiento teórico es reconocido en plenitud solamente allí cuando logra
traducirse a términos prácticos, la experiencia del ocio ha sufrido una profunda
mutación.
En efecto, si en tiempos de los griegos el ocio era visto como una de las condiciones de posibilidad necesarias para la emergencia de la filosofía (tal cual lo dejó expresado Aristóteles), principalmente gracias a la imposición de una tonalidad del alma caracterizada por lo contemplativo, actualmente la misma experiencia del ocio no cuenta con dicha disposición anímica que desemboque en lo filosófico. Y esto se debe justamente a que nuestro ocio contemporáneo no descansa tanto en lo contemplativo, es decir, no descansa en la templanza del alma que deja aparecer ante sí, con cierto grado de temor y retrocediendo a las (pre) ocupaciones materiales, los acontecimientos asombrosos de la existencia. Ya nadie palpita ante la apertura radical de una pregunta sin respuesta (¿por qué el ser y no la nada?) en la cual se deja transparentar la fragilidad y contingencia de toda existencia, su carencia de toda necesidad y el aura de terror que conlleva tal fragilidad. Ya nadie se conmueve ante el estremecimiento de las preguntas puesto que todos yacen obsesionados con las respuestas fáciles y presuntamente exactas. Eso fue lo que Heidegger denominó como respuestas propias de las filosofías de la presencia. O sea, respuestas de filosofías que siguen moviéndose en el plano de los entes en lugar que en el del ser, en lo óntico antes que en lo ontológico. Y la ciencia, como consumación de la metafísica moderna, ha dado múltiples respuestas arraigadas en el nivel óntico, en el nivel de los entes intramundanos, pero es incapaz de responder las preguntas por el sentido, por la esencia del acontecimiento. Así, si el ocio de la antigua Grecia contaba con la virtud de poder hacer vibrar el resplandor de las preguntas asumiendo una ignorancia extrema capaz de derivar en el terror del asombro y la aporía (como sucede en el diálogo “El sofista” de Platón), esto se debía a que las mismas preguntas no se contentaban con respuestas contaminadas por la exactitud de la ciencia o de las filosofías de la presencia.
Nuestro ocio contemporáneo, en contraste, es el resultado de un proceso histórico que no cuenta con la contemplación como base en la cual repose dicho ocio, sino que posee al aburrimiento como sustento. De ahí que el ocio actual sea algo tan perjudicial: tenemos un deseo de diversión, un anhelo como promesa fundada en nuestras experiencias pasadas, pero somos incapaces de concretarlo y esto nos lleva a un sentimiento de vacío constante, a un sentimiento de negación del mundo y, sobre todo, de negación de nosotros mismos; nos lleva a algo peor que la muerte: a desear la muerte. En el aburrimiento, como bien lo definió Humberto Gianinni, se manifiesta una degradación ontológica. Cuando habitamos el aburrimiento somos presa de nuestro propio egoísmo, de un egoísmo no moral sino existencial, el cual nos impide donarnos tanto al prójimo como a las cosas puesto que los vemos en su mera función de disponibilidad para nosotros y que en ese momento son imposibles de satisfacernos. Experiencia ontológica degradada, en el aburrimiento deseamos acceder a la mera dimensión de los entes, de las cosas como instrumentos para llegar a divertirnos, a (pre) ocuparnos de algo, y nos hallamos imposibilitados de embargarnos del resplandor de las preguntas por el ser, puesto que todo gira en torno a nuestro egoísmo existencial. Y tiendo a creer que el ocio actual tiene por origen esa instrumentalización de los otros o del mundo que se resume en el aburrimiento. Por lo mismo se comprende que en nuestras sociedades contemporáneas el ocioso devenga cualquier cosa menos filósofo.
5 comentarios:
Una realidad que nos aborta el delicioso saborear del ocio,como instrumento de creatividad en el pensamiento...y como bien lo manifiestas el sentido actual lo entierra a los confines del aburrimiento,sórdido y hasta egoista,etiquetas que nos encarcelan, impidiendonos ver la luz de nuestro propio ser abundante de riquezas!Pero aún así,es nuestra propia voluntad la que podrá trasponer los barrotes del concepto actual del mundo que nos toca vivir!Me encantó,como siempre..felisicationes!
FELICITACIONES!!
Gracias por tu reflexión acerca del tema que expongo, Elsita querida! Comparto contigo que el ocio en la actualidad está desprestigiado justamente por vincularse con el aburrimiento más que con la contemplación. Y una de las causas de ello se debe a que epocalmente lo que impera es la productividad, las ansias de los negocios y los dividendos concretos antes que la disposición a estar abiertos a la llamada del Ser. Por lo mismo, el otrora hombre ocioso podía devenir filósofo, pero no así el actual hombre ocioso que solamente se consume en su ingrávida nube de bostezo.
Muchos besitos, Elsita!
Hijo, esta muy bien logrado, expresado y sintetizado tu articulo, mas bien tu trabajo y la profunda sensibilidad y certeza con la que lo plasmas y regalas al unisono....
Es cierto, lo que comentas, querida Elsa! Sólo nuestra voluntad podrá cambiar la mirada del mundo: desde uno que vea el ocio como mero aburrimiento con el afán de instrumentalizar las cosas hacia uno enriquecedor y resplandeciente gracias a su derivación en asombro filosófico. Besos.
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