Dimitri Shostakovich jugando ajedrez. |
El
contexto en el cual Shostakovich empieza a componer su Sinfonía N°5 (1937) es
riesgoso. Si hasta hacía una década el compositor era visto por parte de la
jerarquía estética stalinistas como el niño símbolo de la identidad musical
soviética, dicho sitial empezaba a erosionarse a partir de la ópera satírica
que había engendrado pocos años atrás, Lady Macbeth de Mtsenks (1934). En tal
ópera nuestro Dimitri parodiaba ciertas actitudes de desprecio y aversión ante
la burguesía adquiridas en Rusia posteriormente a la Revolución Bolchevique. Esto,
sumado a elementos musicales vanguardistas e innovadores que fueron declarados
como decadentes y burgueses, hicieron que los altos dirigentes de la estética
soviética junto al propio Stalin fijasen su mirada en los próximos pasos musicales
a seguir por Shostakovich.
En
efecto, en medio de un clima tan hostil para un artista como el que imperaba en
la Rusia de los años 30, esto es, con una política estatal de control
sobre las obras de arte, las cuales estaban
obligadas a enmarcarse dentro de los cánones del realismo socialista (sencillez
formal, comprensibilidad del mensaje, transmisión de voluntad social,
veneración temática a la causa histórica, etc.), Shostakovich da luz a su
Quinta Sinfonía. Esta obra, a primera vista, no sólo establecerá una
transitoria reconciliación entre el músico y la alta jerarquía oficialista por
yacer circunscrita dentro de los cánones exigidos, sino también llegará a ser
un hito dentro de toda la URSS, una especie de himno apropiado por el
proletariado soviético capaz de reflejar el espíritu victorioso y superador, la
concreción de la finalidad última consistente en la supresión de las clases
sociales y la transformación real de la utopía marxista.
Por
lo mismo, no resulta extraño que esta Sinfonía pueda ser leída como una obra
que solamente llega a triunfar en el último movimiento, en la gloriosa
majestuosidad de los bronces y timbales que concluyen la merecida victoria que
el hombre mismo se ha ganado luego de un mar de sangre, de dudas y de angustias
derramada a través de los movimientos precedentes. Ésa, la lectura histórica, es
la que vincula a Shostakovich con el realismo socialista. Allí, en el primer
movimiento, están las descripciones de las marchas grotescas y satíricas con
que el poder militar de ejércitos vendidos han servido los intereses miserables
de élites burguesas. Posteriormente, en el segundo movimiento, el juego de los
vientos al cual luego se integran las cuerdas deviene pura conciencia cínica,
puro ideología, banal religiosidad, la cual se encuentra representada por un
lirismo melódico que desemboca en unos últimos compases enérgicamente
graciosos. Pero allí, cuando acaba la religión, cuando concebimos la finitud
humana en su mera inmanencia, cuando el ateísmo se hunde en su propio abismo,
es decir, durante el tercer movimiento, emerge la duda y el cansancio, la
fatigosa mirada que instala la crisis de la materialización redentora de la
utopía marxista. El tercer movimiento es el más desgarrador. En él las líneas
melódicas y los stacattos anteriores han dado pie para la aparición de una
confusión radical: ¿valdrá la pena luchar? De alguna manera Shostakovich
escenifica el riesgo del nihilismo negativo: ya que Dios ha muerto, ya que nada
tiene valor por sí mismo, ya que no hay un fundamento externo que garantice el
sentido de la humanidad, ya que todas las cosas se diluyen en el viento que las
envuelve como palabras vacías, ¿valdrá la pena luchar? Así, los compases de este
movimiento se terminan de extinguir en una nada informe, llena de oscuridades,
dudas y silencios. Será por ello que el último movimiento contará con toda una agudeza psicológica que, partiendo con la enérgica tensión de las cuerdas,
tendrá que desarrollar estas temáticas presentadas en el tercer movimiento de
un modo ascendente hasta lograr el triunfo final representado por la primacía
absoluta de los bronces redoblados por los timbales. Es la historia del hombre
de la cual el hombre mismo se ha apropiado: el proletariado ha subvertido su
otrora carácter de clase dominada y ahora se alza victorioso en el lenguaje de
la acción musical, se torna “en” y “para-sí” como sujeto que forja los
designios del acontecer histórico.
Sin
embargo, a pesar de lo plausible de esta lectura histórica (la cual de seguro
fue la que satisfizo a los inquisidores soviéticos), de todos modos valga la
siguiente interrogante: ¿por qué Shostakovich no compuso esta sinfonía como una
obra programática? Es decir, al no haber ningún sustento literario de base a la
música, se especula que Shostakovich dejó un margen de acción para plantear su inconformismo
con la cercenadora política estética stalinista. Esta disconformidad se
expresaría a través de ciertos angustiosos y desoladores pasajes del tercer y
cuarto movimientos, en los cuales se transmite ese aire de opresión tan
representativo en sus obras posteriores.
En
fin, si el debate sobre el verdadero sentido de esos pasajes intercalados sigue
abierto es porque una obra de arte tan sublime como la que Shostakovich nos
donó con su Quinta Sinfonía admite una multiplicidad de interpretaciones
conceptuales, lo cual, desde ya, marca el fracaso de toda política estética que
intente coaccionar la polisemia artística.
4 comentarios:
Interesante anális
Muchas gracias, señor o señora anónimo!
Sorprendente y cautivador análisis de la 5ta Sinfonia de Shostakovich !!
Gracias, Elsita! Es una de las grandes sinfonías de Shostakovich y también una de mis favoritas junto a la séptima y la undécima. Besos!
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