En los intersticios de
una respiración profunda. Así parece haber sido escrito Relicario (Buenos Aires Poetry, 2021). Se trata de un poemario
sobrio, sin pretensiones barroquistas, el cual genera sentido más gracias a la
atmósfera ingrávida de lo que insinúa antes que a la sobreabundancia o
banalidad del decir. Por cierto, a través de la mayoría de sus poemas, el mundo
se presenta suspendido en la respiración de un lenguaje que nunca alcanza a
abrazar los objetos que invoca. Respiración que constituye ella misma
distancia, pero también aliento, alma, cuerpo descorporalizado y sediento de
espíritu.
En Relicario prima una atmósfera metafísica. Se trata del aire sagaz
que sobrevuela el abismo. Claro, no es el aire filoso del suicida que cae
vertiginosamente por dicho abismo, ni tampoco el aire roto, catastrófico y
estridente, del hombre desafortunado quien, producto de un accidente, azota su
cabeza contra las rocas; ni la voluntad de sufrimiento y sacrificio del primero,
ni la anecdótica y macabra casualidad del segundo. Relicario no habla ni de lo
que el poeta tiene a la mano, ni de aquello que estallará frente a su vista.
Más bien, con un ritmo reposado, Rodajo pule el aire, navega el vacío, respira
su propia respiración en una cadencia infinita y siempre ávida de eternidad. El
poeta habla de lo que no se puede hablar, de lo que no se alcanza a hablar
(¿Dios? ¿El olvido? ¿La muerte?). Esa es la razón de que deba recurrir al
susurro y al suspiro, a un tono menor, a veces deprimente, pero siempre
extensivo, como todo lo grande, como todo lo profundo.
Así, ya desde el primer verso,
en Exordio, se deja entrever, tal cual balbuceo agudo, la tensión radical entre
finitud y la trascendencia:
Desde
las ramas comienza el cielo
¡Gimen
sus pájaros sin alas! (p. 11)
En un movimiento de
opuestos, el oxímoron de impotencia expresa la imposibilidad del deseo de
absoluto. En el poema siguiente, Acordes de obertura, Rodajo extiende esta
tonalidad anímica, mostrándose culposo y circular:
Perdonen
la demora.
Me
he detenido en pensamientos vacíos
creyendo
que luego del ocaso lograría dormir,
pero
el insomnio me trae
nuevamente
a cantarles mi agonía. (p.12)
Aquella imposibilidad
metafísica y existencial a la hora de acceder a lo absoluto, cuenta con su
correlato moral en la solicitud de perdón por la demora. El poeta, así, intuye
que su esencia es aquella: la condena de morar, solitario, lo que demora: Hurto un mundo en mi hoja delirante / Soy
deudo de mi duda, dueño de la Nada. (p.17)
En esta suspensión sobre
la Nada, Rodajo continúa invitándonos a respirar los estertores largos de las
planicies. Por ello, la dimensión óntica del mundo –en términos de Heidegger-
se revela superflua, intrascendente y en permanente quietud, ausente u olvidada
de cualquier origen:
Permanecen
huellas de arenas
en
los pies del que no camina
y
un solo eco del silencio
viene
desde una sombra ausente
para
acostarse en esta tumba abierta. (p.25)
La desolación se ha
entrañado en las vértebras del hablante. Tanto que, en una ráfaga de lúcida
herejía, derrocha sus últimas energías para maldecir lo absurdo y lo enajenante
contenido ya en los orígenes de la Creación: Hombre a quien todo lo humano le es ajeno, / lo contrario de Adán: /
Nada. (p.29)
En medio del hastío, la
figura de la amada -a ratos maldita bajo el rostro de Anabel, a ratos presa de
un destino trágico-, se vuelve un faro que permite explorar otros parajes e
intensidades. En este caso, se juega, casi cruelmente, con una esperanza de
salvación mitológica, la cual tiende a desvanecerse en el absurdo:
No
preguntes si hay alguien
solo
entra al laberinto.
Serás
redentora de ese otro
que
soy a veces. (p.40)
Una páginas más adelante,
se reaborda el tópico amoroso, pero adquiriendo ribetes místicos influenciados por
Rilke. En efecto, Rodajo, a la hora de su despedida, pareciera estar
comprometiéndose tanto con la amada como con Dios: Aprenderé que amar es tener manchas solares en los ojos. // Por ahora
me despreocuparé del infinito / intentando no soñarte. (p.50)
Vale apuntar que cuando
Rodajo aspira a lo absoluto, sólo
encuentra preocupación por el infinito.
De ahí que el deseo de trascendencia lo queme, como el éxtasis místico, con
todas las manchas solares del universo. A su vez, aquejado por este dolor ante
una trascendencia impotente, el poeta se torna incapaz de asumir una lucha
perdida de antemano, y sólo intenta encontrar descanso en lo contrario al
descanso mismo: en la voluntad de no soñar. El siguiente poema, Cantiga sin ti,
insistirá en la figura amatoria de la ensoñación reiterativa, pero manifestando
un dejo de obsesiva ternura:
Hay
vestigios de tus pasos en mis sueños.
Eres
sonrisa de niña que juega a perseguirse
Sonrisa
de niña que juega a perseguirse
Nadie
más espera que te encuentres
Cierro
los ojos y ¡despierto! (p.53)
Ya hacia el final, el
poemario intercala ritmos de pequeña aceleración, pero los cuales terminan
ahogándose en el mar de nihilismo reinante como telón de fondo. Con una especie
de cita oculta a Van Gogh, y con la grandeza de no nombrarlo ni nombrarse,
Rodajo se (d)escribe a sí mismo, a modo de soliloquio:
Me
entierro el pincel en el oído
¿Lo
oyes?
A
nadie más hemos amado.
Solos,
tan solos
como
una roca huérfana.
Trémulo,
interrumpo el habla y la existencia.
Somos
ya un tiempo ultimado
que
repite siempre el mismo eco. (p.73)
El poema que cierra la
obra, no hace más que mantener la prolongación metafísica. Sin embargo, luego
del viaje, el poeta pareciera haber recuperado, al menos, la dimensión del
cuerpo como idea o flujo interior, logrando concebirse desde la sangre pese a
su soledad espiritualizada:
Aplauso
solitario para lo que viene.
Seguro
seguirá siendo sangre. (p. 79)
Al final, nos encontramos
con la voz más personal de Rodajo, quien, proyectado desde una mismidad
sacrificial, prepara la salida de escena mientras su eco permanece rebotando
contra los bordes del abismo.
Una reliquia de poemario.
Y un Réquiem para (el silencio de) Dios.
Sobre el autor:
Julio
Rodajo Ureta (Santiago de Chile, 1994). Poeta de oficio. Realizó sus estudios
de Lengua y Literatura por la Universidad Alberto Hurtado y actualmente es
estudiante de Magíster en Estudios de la Imagen (UAH).
Publicó
los primeros poemas en su libro Vaivenes
(Isidora Cartonera, 2013). Estuvo a cargo de Kaydara: cuaderno de literatura y arte (2016-2017). Ha participado
en varias antologías y revistas de poesía, tanto en Chile como en Argentina y
México. Fue panelista de la primera tempora de En busca del tiempo perdido (Radio Federación, 2017). Durante el
2018 se presentó como expositor en el Congreso
Internacional de Literatura y Ecocrítica en Segovia, España, con su tesis
de pregrado sobre El viento de los reinos
de Efraín Barquero.