miércoles, 18 de agosto de 2021

Comentario sobre un fragmento de "Fenomenología de la percepción" de Merleau-Ponty.


 

En Fenomenología de la percepción (1945), Merleau-Ponty afirma:

“El pensamiento no es algo interior, no existe fuera del mundo y fuera de los vocablos. Lo que aquí nos engaña, lo que nos hace creer en un pensamiento que existiría para sí con anterioridad a la expresión, son los pensamientos ya constituidos y ya expresados que podemos invocar silenciosamente, y por medio de los cuales nos damos la ilusión de una vida interior.”

Al contrario de como tendemos a creer, el pensamiento no existiría con independencia del lenguaje. Ambos, pensamiento y lenguaje, siempre se encuentran en relación. El primero no utilizaría al segundo como un mero medio, convirtiéndolo en un simple instrumento por el cual movilizarse y darse a conocer (comunicarse) de manera secundaria. Más bien, el lenguaje operaría como condición de posibilidad de todo pensamiento: en caso de que no hubiésemos desarrollado un lenguaje superior, seríamos incapaces de pensar; y, tal vez, seríamos incapaces de hacer una experiencia significativa. Incluso en nuestra soledad más íntima o en la tempestad de nuestros monólogos interiores, pensamos de manera dialógica, como si dentro de nuestra alma, y desde siempre, habitara un Otro que, junto con acompañarnos, también nos permitiera expresarnos, conocernos y construir el sentido de la existencia a partir de preguntas y respuestas (nunca de soluciones). Ese Otro, extranjero conocido, que habita dentro de nuestra alma es el lenguaje; pero, en realidad, no sólo habita sino que es nuestra alma a la vez que nos abre a existencia.

En una palabra, el lenguaje preexiste a todo acto; y esa preexistencia, aquel existir antes de cualquier acto, es lo que nos permite expresar, nombrar y comprender todo acto, incluso aquellos que parecieran yacer inmunes al lenguaje. La idea de una interioridad aislada del mundo y de ese lenguaje que teje el entramado de la existencia, no es más que una dulce ilusión: el anhelo de un origen puro, la esperanzada búsqueda de Dios o la aspiración de hallar una verdad donde  podamos reposar. Desde que somos humanos, vivimos entrelazados con los hilos del lenguaje: nos movemos, sujetamos y asfixiamos en esos hilos.

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