jueves, 19 de junio de 2014

Sobre el fútbol (el inicio).

Crecimos creyendo que el fútbol latía entre los poros acaramelados de todos los hombres de este esférico planeta. Entonces nos dedicamos a gozar. Danzábamos al son de viriles remates y astutas gambetas, de goles que desgarraban la garganta y atajadas asfixiantes de aquel orgasmo sin pecado. Pero no. Nunca es tan fácil. El cuerpo siempre es más que cuerpo: el fútbol trasciende su dimensión meramente deportiva para tornarse desde poesía hasta política, desde sentimiento privado en el cual se plasman las vivencias de la infancia, hasta instrumento público de dominio y alienación social. 

Hoy, que es el día que Chile venció a España en el Maracaná, comenzaré por realizar un breve recorrido en torno a lo majestuoso del fútbol. En este caso, me hundiré en la primera vertiente que he mencionado, es decir, la poética. Los próximos días, conforme avance el Mundial, intentaré introducirme en distintos temas, más bien relacionados con el Mundial mismo, pero manteniendo mi prisma escritural característico.

EL INICIO

Recuerdo la primera vez que papá, sin mucha convicción, me llevó al Nacional. Después de una discusión de casi media hora en casa, mi madre terminó de convencerlo para que me mostrase el que sería el futuro motivo esencial de toda mi infancia y juventud. Llegamos al entretiempo del partido de la U contra Palestino. Glorioso invierno del año 94. Perdíamos por 0 a 1 y finalizamos dando vuelta el marcador ganando el encuentro 2 a 1; llevábamos 25 años sin títulos y concluimos el Campeonato derrotando al equipo más poderoso económicamente de toda la década del 90’, la Católica de Gorosito y Acosta dirigida por Pellegrini. Tal vez ese partido y ese Campeonato funcionaron a modo de arquetipo en mi persona. Por eso tiendo a pensar que todo lo que vino después en mi vida se funda en dicha experiencia de fanatizarme con la U. Todo lo que vino después, digo, no es más que una siempre nueva puesta en escena de aquel mismo libreto originario, una actualización constante de aquella huella dormida, la cual yace significada por ser de la U, por ser un sufriente, incluso un fracasado, pero que ese sufrimiento y fracaso sea posible llevarlo a cabo de modo auténtico e inconfundiblemente propio, es decir, con estilo. En efecto, para ser de la U hay que aprender a tener estilo y saber sacar a relucir el espíritu. Gracias a que soy de la U me he vuelto quien soy. Sólo es genuinamente de la U, o sea verdadero romántico viajero, quien posee una sensibilidad y fuerza especial: quien se torna susceptible a ser remecido por el dolor pero nunca sepultado por éste, quien tiene la carne firme para soportar fracasos y a su vez posee la profundidad de espíritu para embellecer estilísticamente sus frustraciones, de colorearlas de mil modos distintos y enigmáticos, de sublimar estéticamente el sufrimiento de una realidad, realidad estúpida y carente de sentido, que no valdría nada sin la ficción que la trastoca. Eso es lo que caracteriza al romántico: el viaje oscilante entre la gloria y el dolor, y que en ambos casos conserve aquel estilo distintivo capaz de darle sentido y profundidad tanto a uno como a otro accidente, a dicha gloria y a dicho dolor. Para decirlo en una palabra: ser de la U es sinónimo de devenir artista.

Vuelvo a ese domingo cubierto por un cielo gris e indiferente. Subo las ruinosas escaleras de la antigua puerta once (puerta que eligió mi papá por el número del gran Leonel) y de pronto, como un golpe bien dirigido, el intenso sudor del pasto húmedo, la verde vibración de su esperanza, se impregnan entre los pliegues de mi existencia para no irse más de allí. Y, extasiado por la fuerza de tal impacto, contemplo el segundo tiempo, mientras un joven Marcelo Salas nos hace, a mi papá y a mí, abrazarnos por primera vez y para siempre. Los de Abajo, mítica y, en dicho tiempo, aún noble barra de mi equipo, corea saltando sobre descascarados tablones de madera la emergencia de un nuevo Ballet Azul. Ahora que veo hacia atrás, creo que si hay una imagen metafórica capaz de condensar lo que fue mi infancia es ésa: el frío cielo de un Santiago triste y muerto que no logra envolverme ni sepultarme debido al calor que se irradia al interior mis nacientes arterias de sangre azul.

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