sábado, 14 de junio de 2014

Sobre "Nietzsche contra Wagner".

Se sabe bien que el texto Nietzsche contra Wagner fue el último escrito que el filósofo alemán destinó a ser publicado en vida. Pese a su carácter marcadamente íntimo y personal, con claras alusiones a temas autobiográficos – los que junto con desnudar también problematizan su relación con Wagner a escala psicológica- Nietzsche reviste dicha dimensión personal de una serie de argumentos que van en sintonía con su pensamiento tardío. Este gesto es llamativo debido, particularmente, a que en él se realiza un movimiento en el cual se logran hilvanar temáticas de orden particulares y vivenciales con otras de índole universales y filosóficas. En efecto, ese oscilar constante de Nietzsche entre la superficialidad y lo profundo, entre lo experiencial y lo universal, entre lo que ha vivido él mismo y lo que interesa a todo hombre fuerte, en fin, entre su propia carne y el espíritu de todos los hombres, es un oscilar que recoge dentro suyo tanto miserias como grandezas. En otras palabras, lo que Nietzsche pone en ejecución a través de esta última obra es una especie de "vivencia arquetípica": no sólo yacen aquí experiencias aisladas y justificaciones teóricas de su ruptura con Wagner, sino que se logra atisbar un proceso de peregrinaje, proceso en que nuestro autor debe enfrentar el sufrimiento de la soledad tras haber crucificado, a golpes de martillo, a su ídolo, sobre todo después que el músico se postrara ante el cristianismo en su ópera Parsifal. 

Pero, ¿por qué decimos que se trata de una vivencia arquetípica? Quizás porque tal cual como Nietzsche debe superar la enfermedad que constituye Wagner a través de aquel peregrinaje de soledad interior, es decir, tal cual como Nietzsche se termina tornando un convaleciente y no un arrepentido, también se vuelve un modelo a seguir de todo ser que busca enfrentarse cara a cara con sus dolores sin recurrir a espejismos de tonos metafísicos. Sin embargo va más allá de eso. Nietzsche, que posee al cuerpo como centro de gravedad, recurre, así, a la psicología, en tanto preámbulo del método genealógico, para autoexaminarse y dejar testimonio de esa convalecencia ante la enfermedad representada por su antiguo amor por Wagner. El arquetipo, o sea aquella categoría que remite a esa huella mítica-originaria capaz de reproducirse y actualizarse innumerables veces en la vida de los sujetos, en el caso de Nietzsche yace cifrado en el permanente intento de lograr superar el sufrimiento, de vencer el dolor trágico de la existencia diciéndole “sí” a la vida. Por lo mismo, cuando Nietzsche cree poder convalecer de la “enfermedad Wagner”, cuando cree superar la adicción al “narcótico Wagner”, justamente allí se encontrará ad portas de la locura. El arquetipo, o sea el sufrimiento, se ha metamorfoseado en trauma, en exceso de sí mismo, en locura: Nietzsche tal vez por fin haya tocado fondo. Y allí donde Nietzsche toca fondo, en la desmesura de la locura, en lo que ya no se puede acuñar en conceptos, allí la danza imaginaria, el cuerpo como delirio, han triunfado sobre toda lógica de la modernidad basada en la evidencia racional. Nietzsche accede a una dimensión, la locura, en la cual la modernidad es incapaz de penetrar ¡Oh, Nietzsche, soñador sudoroso!, ¿acaso encontraste allí tu más dulce sueño?

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