martes, 10 de junio de 2014

Sobre la derrota.

Para Carlos Cantuarias L., 
compañero en tantas derrotas ajedrecísticas.

Si siempre apostamos por el triunfo, si todos queremos vencer antes que ser vencidos, entonces no se me ocurre un acto de mayor inadecuación entre la voluntad del “yo” y la facticidad del mundo que el caso de la derrota. Sin embargo, todo acto de sincera derrota implica una apertura a un estado anímico tan profundo que ni la más gloriosa de las victorias puede asemejársele. La victoria tiende a ser banal y unívoca: se resume en un esperar lo esperado, en un lograr lo deseado, en una posesión de lo querido. En contraste, toda verdadera derrota es capaz de imponer desesperación y, a su vez, de encararnos con el amargo espesor del sufrimiento, con una dolorosa angustia imposible de remediar sin un largo y tormentoso peregrinaje interior. En efecto, la derrota no sólo nos obliga a reinventarnos a la luz del mundo exterior, sino también nos obliga a reconfigurar nuestra relación del “yo” consigo mismo. Cuando somos derrotados a cabalidad, es decir, cuando el peso de la realidad se rebela contra nuestros perpetuos afanes de triunfo hasta trastornar lo más profundo de nuestra alma, es allí donde nos internamos en la dimensión auténtica del ser: emerge la desesperación por no poder llegar a ser el “yo” que deseo ser, por querer ser otro "yo" en desacuerdo al que los hechos confirmaron que soy. Así, bien podríamos decir que toda constatación de genuina derrota abre la senda a un nuevo campo de batalla que ahora girará en torno a la justificación sobre nosotros mismos. Campo de batalla en el que, ya cansados por haber sido derrotados en la externalidad del mundo, habremos de librar una última lucha contra nuestra propia idea de quiénes somos. Pero casi siempre terminamos arrancando de esa última batalla, la auténtica, la batalla destinada a clarificar las opacidades del “yo”, para ir a sumergirnos nuevamente en la guerra que yace allá lejos, en la guerra sin importancia y de la cual sí soportamos salir derrotados.  

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