Tres hermanos y un padre.
Los hermanos Karamázov, en orden: Dimitri, el militar, Iván, el intelectual,
Aliosha, el inclasificable. El padre, un viejo déspota y hasta perverso, pero
que, en ciertas escasas noches blancas, se dejaba embriagar por la sensibilidad
emanada de su misterioso corazón. Frenesí y amarguras, ensoñación y nihilismo,
esperanza y lujuria, Dios y el diablo buscando acariciar y penetrar la piel de
los hombres.
Más adelante, o en el
fondo, la figura de un Gran Inquisidor que desmonta el dispositivo de la culpa.
Nos hace preguntarnos cómo viviríamos la libertad en caso de no haber sanción.
En caso de no temer al castigo del infierno, ¿cómo resistiríamos las
tentaciones de nuestra buena o mala conciencia? ¿Sería realmente tan buena o
tan mala dicha conciencia? ¿O acaso no podría catalogarse ni de buena ni mala,
arrastrándose, inocente y desnuda, por la superficie del mundo cuan serpiente
libidinosa? Si otros pagaran por nuestros pecados, ¿acaso seríamos los mismos
que hoy somos y añoramos ser? En fin, de no haber castigo, ¿habría culpa? Y si
no la llegara a haber, ¿podríamos seguir siendo humanos? Es decir, ¿continuaríamos
siendo los hijos predilectos de Dios, hechos a imagen y semejanza de un modelo
cuyo problema no sería tanto la inexistencia, sino la miseria de su artificio?
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