¿Te acuerdas? Bueno, no tendrías
por qué hacerlo. Pero yo sí lo recuerdo todo. No sé muy bien el motivo que me
llama a recordarlo. Quizás sea esa misma atracción, esa misma magia, aquel
mismo impulso oscuro emanado de tus ojos y que me arrebata para seguir
dibujándote en el ebrio insomnio de Año Nuevo cada vez que cierro los párpados.
Sí, eso debe ser: tus pupilas de una profundidad cósmica como el cielo maya;
tus pupilas de una sequedad fría como el desierto nocturno; tus pupilas en las
cuales esta madrugada me hundí y desde las que aún no logro emerger. Pero no
importa. No importa porque cuando en la noche tú recuerdes esto que estás
leyendo se te abrirá la sonrisa de viento blanco que yo veo ahora en mi propio
recuerdo, y ahogarás la ternura de tu voz al interior de la hoja ligera que es
tu cuerpo, y entonces yo me daré por satisfecho puesto que, de algún misterioso
modo y tal vez por no más de un par de minutos, te devolveré el insomnio que tú
me estás provocando aunque sólo sea para burlarte junto a tu almohada de las
pinches pendejadas de este chileno que sabe con creces de cosas imposibles.
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