lunes, 14 de agosto de 2023

Metro

Metro Baquedano (Foto de Radio Futuro).

Tarde de invierno. Hora punta en el metro. Desciendo por la escalera y me sumo a la masa gris que amenaza con colapsar el andén. El grosor de las vestimentas y de los bolsos separan los cuerpos de los cuerpos (porque las pieles no se tocan, y nunca deben ser tocadas). Sobre nuestras cabezas flota un hálito denso y casi palpable: es la sumatoria de todos los hálitos cansados y ya sin aliento, de esa madeja de suspiros malsanos que ni siquiera sentimos; es la condensación de una ciudad que se ahoga mientras respira su propio bostezo.

Transcurren un par de minutos, unos cuantos carros arriban, reposan y se marchan. Con la mirada clavada en el juego de llegadas y partidas que se alterna sobre la vía, me reconforta saber que cada vez me encuentro más cerca del próximo carro, empujado tanto por mi voluntad como por la de todos quienes buscan lo mismo: subir, entrar, estar. Con paciencia, espero mi oportunidad. Tras unos minutos, se abren las puertas frente a mis narices. El vagón parece más repleto que el andén. En vano espero que alguien baje. El silbido que anuncia el cierre de puertas causa nerviosismo, como si se tratara de un juego triste, cuya diversión se ha extraviado hasta el olvido. Sin embargo, hay que apresurarse; hay que jugar a que no se juega, a que no es un juego: hay que entrar, estar y llegar a casa. Entonces me atrevo y voy. Me abro paso mientras, muy estúpidamente, voy pidiendo permiso. En la aventura recibo innumerables codazos en la espalda y rodillazos en los muslos y nalgas. Soy el único en subir, ante la envidia de quienes no pudieron y la molestia de quienes ya estaban. Bajaré en la estación siguiente, así que, dentro de todo, considero que quedar frente a la puerta representa un privilegio, una recompensa o un beneficio carcelario obtenido por razones de escaso uso o buena conducta. Tras tal consideración una leve sonrisa me entibia el rostro.

La puerta se cierra con movimientos entrecortados. Inclino mi rostro hacia dentro lo máximo posible. No hay espacio. Las puertas terminan de cerrarse y no han guillotinado mi nariz, la cual empieza a desprender un vapor poroso que se estampa en el vidrio. Por el ventanal de la puerta contemplo el rostro de desolación de las personas que no alcanzaron a subirse. ¿Desean llegar temprano a casa? Quizás sus hijos los esperan o sus padres los esperan. No sé. No me interesa mucho. No pretendo imaginar los insondables equívocos de sus vidas. Prefiero sujetarme bien. El tren retoma su marcha. Veo cómo los rostros del andén se desfiguran a medida que la velocidad del carro va incrementándose hasta transformarlos en indescifrables manchas de policromáticas e informes.

Entramos al túnel. Noto la oscuridad que contrasta con algunas lucecitas de neón blanco. Después me noto a mí reflejado en el vidrio de la puerta, sin que las luces blancas cesen de estar presentes: el vidrio permite ver tanto la presencia del más allá que le excede, así como el reflejo del aquí que le habita. Pienso en lo viejo que estoy, pues sólo un viejo puede tener un pensamiento como ése. Luego confirmo mi vejez al contemplar las arrugas que remarcan el contorno de mis mejillas. Qué pensamiento más burdo, digo para mis adentros, avergonzado. Después me esfuerzo en volver a pensar en los ventanales, intentando concentrarme en su capacidad de dejar ver el más allá como de reflejar el aquí, de ser perspectiva de horizonte y espejo regresivo a la vez. Trato de sumergirme en ese pensamiento. Siento ganas de explotarlo, de desarrollarlo para, una vez en casa, escribir sobre él. De retenerlo para aferrarme a él: como si en ello palpitara algo importante, la imagen de una verdad, el elixir de una autenticidad capaz de ficcionarse. Por eso me aferro a tal pensamiento, atesorándolo con avaricia para lograr que cuando escriba "sobre" él también me halle escribiendo "desde" él, o aún "en" él. Pero la vida es triste, y sólo eso llegó a pensar: nada más puedo pensar de ese pensamiento que se frustra ante un devenir huidizo. Siento la insinuación de una angustia, pero me calmo y busco consolarme diciéndome que tal vez haya muchas distracciones.

¿Distracciones? Sí, distracciones. ¿Muchas? ¿Cuáles? Una que es muchas, una que es todas: como la de la muchacha que susurra una canción a mis espaldas, en mi nuca. Escucho su voz. No sé lo que canta. Canta en español, claro está, pero no sé lo que canta. Intento poner atención pero me es imposible comprender: ni siquiera alcanzo a reconocer una palabra completa de las que canta, sin embargo, sé con toda certeza que lo hace en español. Sólo escucho el tono, los vaivenes y unas caracoladas modulaciones que cosquillean en mi oídos y estimulan mis delirios: hasta que fantaseo con que me está cantando a mí. Fantaseo con que se esfuerza en que la escuche al tiempo que yo me esfuerzo por escucharla. Me gustaría creer que es así. Aunque en realidad supongo que lleva audífonos, lo cual le quita parte del encanto y todo el sentido. Pero esquivo tan trivial, opaca y realista posibilidad. No reprimo la excitación y entrelazo mi deseo en la amplitud de su registro ondulante, en la sutileza reverberante de su vibrato, en ese ascenso olímpico de curvas escaleras dibujadas el aire. No he visto su rostro ni sus gestos, ni sus ojos ni sus manos. Por la voz, debe ser una muchacha joven. Delgada y joven. La imagino así. Delgada y suave. Frágil. Continúo, pero ahora me incluyo en la fantasía: me imagino junto a ella y con ella. Fantaseo con invitarla a un café o a un gin tonic en algún bar de Bellavista; con querer saber qué hace, qué busca, qué la desespera o aterroriza, qué la ata o desborda; fantaseo con sus ojos que aún no he visto, con su pupila dilatada en éxtasis;  fantaseo con los cigarros y las fantasiosas conversaciones de filosofía y de los sensibles sinsentidos de la vida, dos cosas que, en el fondo, no hacen más que remitirse mutuamente hasta camuflarse, hasta fundirse sin confusión. Filosofo y poetizo, cae un relámpago, la llanura arde. Pero, además de arder en éxtasis, el fuego también ilumina lo monocorde de la realidad: una repentina opresión en el pecho me recuerda quién soy y dónde estoy. Yo estoy a unos segundos de bajarme del carro, salir del metro y volver a casa. Saber eso me distancia de la fantasía, la transmuta y degrada en simple deseo: me gustaría retardar mi descenso del carro; esperarla hasta que la muchacha se baje; me gustaría seguirla y hablarle, pero ya no me veo con ella, sino ciertamente escindido de ella: la carencia es la condición del deseo. Cuando pienso esto, algo tiembla en mi interior y dudo que yo mismo me proponga poner de mi parte para cumplir mi deseo.

Los parlantes anuncian la pronta llegada a la próxima estación. Quisiera seguir habitando este sueño juvenil que empieza a diluirse, quisiera seguir jugando a ser los hombres que jamás llegaré a ser más que en esporádicos arrebatos o en fugaces delirios sobre un carro de metro o frente a una pantalla que reúne letras para tejer imágenes. Pero no puedo. Tengo obligaciones en casa, en la vida. Tengo cosas que hacer. Tengo una esposa a la cual creo amar. ¿Creo amar? ¿Sólo creo amarla? Me muerdo la lengua, me siento culpable, busco convencerme y luego lo reafirmo: amo a mi esposa y pronto nacerá nuestro hijo. ¿La amo? Llevo una foto de ella en mi billetera y pronto añadiré la de mi hijo, quien tendrá sus ojos, sus gestos, sus miradas. ¿La amo? Sí, desde ya la amo a ella y a mi hijo, quien de seguro llorará un canto más bello que el de esta muchacha. Un canto fraguado con inocencia y colmado de una felicidad irrevocable. Un canto sin culpa, el cual sólo podría ser ignorado por un padre, desde ya, culpable.

*

El carro arriba a la estación. Se va deteniendo lentamente. Frente a mis narices, las puertas se abren de golpe.

domingo, 21 de mayo de 2023

Puerta

Desnudo con codo doblado (1952) de Bill Brandt

Cuando no puedo escribir, salgo a vagar por la noche. Guardo las manos en los bolsillos, mientras mis palmas transpiran ese frío que anuncia la llegada del invierno. El cielo yace cerrado tras la niebla. Los avisos de neón parpadean antes de apagarse y volver a parpadear. Una que otra micro atraviesa cierta avenida. La ciudad camina suspendida, como alma en pena o abuela desvelada hasta el amanecer. La plaza está siendo limpiada por barrenderos de azul, pero en sus cuatro esquinas aún se escucha el salpicar de alcohólicos orines contra las paredes. No hay forma de olvidar, no hay forma de escribir: hasta el alcohol se expele. Pienso en Baudelaire y en sus mendigos, en sus poetas -tambien mendigos pero con mejor suerte-; pienso en sus viajes tan llenos de lo mismo, y en sus mujeres, siempre tan nuncas; pienso y siento la sombra del hastío. Por impulso, me rebelo y recuerdo los grandes romances que jamás protagonicé, pero que habría honrado hasta el suicidio. Apago el cigarro, paso la mano por mi cabeza, y me niego a encender otro. Contempla a las putas que se reúnen frente a la Catedral, y toda la escena, más allá del dolor y del deseo, me parece triste y hermosa a la vez, miserable y digna, incomprensiblemente inundada por un aura amarillenta y parsimoniosa. Pero por eso mismo me culpo. Pienso en lo hijodeputa que debo ser por estetizar tanto sufrimiento humano, por buscar hacer poesía con tanto dolor ajeno cuando uno está a salvo. ¿Estoy a salvo? ¿Quién puede estar a salvo? ¿Habrá algo más aburrido que ser feliz, que eternizarse en el Edén? Entonces me incorporo. Cruzo los semáforos en rojo, como desafiando al destino. Voy pensando en ti. Camino y, como hace 20 años, voy pensando en ti. Me adentro en tu edificio buscando olores y caricias. Subo las escaleras, empapado de sudor, de lluvia, de llanto. Veo tu puerta y me muerdo el labio. La toco, la acaricia, la hielo como olía tu cuello mientras dormías, pero me resisto y no la golpeó. Bajo esa escalera que subí hoy al igual que miles de noches, sabiendo que seguirá ahí, girando sobre su propio eje y anclada al centro de mis tormentos. Busco respirar o huir. Expulsarte. Salir. Quisiera ir por columpios y balancines. Quisiera emborracharme, bailar y coger con todas las muchachas del mundo, sólo para lograr vomitar este veneno crudo que yo mismo produzco y amaso. Pero nada de eso será necesario: la escritura, diciéndome un par de groserías al oído, ha vuelto a copular con la vida. Y, antes del amanecer, tú y yo habremos sido olvidados. Ya sin odio, ya sin odio.

sábado, 6 de mayo de 2023

Mostración: hueso, democracia y nulidad


Graffiti de Patricio Albornoz, "Ecos"

Tocar, mostrar el hueso. Mostrar hasta tocarlo, pero sin necesidad de hundirse ni de escarbar, sin indagar bajo la carne, ni cuidarse de rozar o romper arterias. No. Sólo mostrar lo que está ahí: el hueso inerte, muerto sobre el vacío que él mismo ocupa y recrea. Roca blanca y puramente lisa, hueso irreconocible como tal y carente de la más mínima pulsación; hueso que ya no articula nada, ni puede ser articulable más que con el látigo del poder como orden de mantener el orden. Hueso degradado en garrote, luma, abuso, falo, disimulo, miseria, metonimia de dolor y humillación, tabú para los pueblos del mundo. Hueso-señal, hueso-dedo, hueso sin cuerpo, pero que procede a someter o a culpar la intensidad, la alegría de los cuerpos; que procede a capturar o extinguir la vida en la afirmación y perpetuación de su mismidad autoritaria. Hueso ante el cual - ahora y en última instancia- sólo resulta posible experimentar un gesto de repulsa por la misma transparencia que él es y transparenta: la repulsiva mostración del fantasma (portaliano) que lo anima.

*

La negociación del Acuerdo por Chile se fraguó a partir de un doble fraude, conducido por las fuerzas oligárquicas y ejecutado, principalmente, por los miembros de ese poder conservador -a lo largo de toda la historia de la humanidad- llamado Senado. En efecto, el Acuerdo comprende 12 puntos que delimitan y condicionan (para no decir determinan) los contornos de cualquier futura discusión dada por los Consejeros que elegiremos mañana. Además, en consonancia con este afán antidemocrático, la clase política diseñó un  procedimiento en el cual esos doce puntos estarán cautelados por dos entidades: una Comisión de Expertos, cuya función consiste en esbozar, con anterioridad a la discusión del Consejo, las líneas a seguir por éste (es decir, que opera como cerrojo de entrada); y otra entidad, llamada Comité Técnico de Admisibilidad, cuya función consiste en dar el beneplácito o de rechazar (siempre "técnico", sea lo que sea lo que quiera decir eso en política) los puntos de la propuesta Constitucional, siempre de acuerdo a si ésta se adecua o no a los 12 puntos iniciales presentes en el Acuerdo por Chile (es decir, que opera como cerrojo de salida). 

Pues bien, sólo para mencionar uno de los diversos dispositivos de control, remitámonos -muy en clave liberal, como gusta a los "analistas"- al doble fraude electoral en que se funda este proceso.

Recordemos las dos elecciones más importantes del proceso constituyente pasado, abiertas tras el Acuerdo del 15 de Noviembre de 2019. 

En el Plebiscito de entrada, en Octubre de 2020, con casi el 80% de las preferencias, la voluntad popular se inclinó tanto por la redacción de una Nueva Constitución, como por el que ésta fuera discutida y redactada por un órgano de representantes exclusivamente electos para éste fin (fin constituyente), sin presencia de miembros de otro órgano (ya constituido). Tras el triunfo del Rechazo en el Plebiscito de salida del 4 de Septiembre del año pasado, la clase política, con el Senado en la vanguardia, se arrogó la facultad de desconocer la elección del Plebiscito de entrada, ejerciendo un golpe de estado institucional (golpe blando le llaman algunos), para liderar un nuevo proceso "a su imagen y semejanza". Es decir, el Senado ha puesto en marcha un proceso constitucional (no constituyente), donde él ha decidido acerca no solo de su diseño, sino también de los márgenes y del nombramiento de los miembros de los de la Comisión de Expertos y del Comité Técnico de Admisibilidad, y que, por ende, va en contra de lo expresado por la ciudadanía en el Plebiscito de entrada de octubre de 2020. Este elemento configurados del dispositivo de fraude electoral que compone el golpe de Estado institucional, bien podría caracterizarse en cuanto "desconocimiento" de la voluntad popular.

Sin embargo, como elemento complementario a éste, aunque siendo parte del mismo dispositivo del golpe de Estado institucional, el Senado ejerció otro fraude. Ya no un fraude de desconocimiento de la voluntad popular, sino, por el contrario, de "sobreinterpeetación". Tras el triunfo del Rechazo en el Plebiscito de salida del 4 de septiembre de 2022, en lugar de replicar el evento de consulta a la ciudadanía, abriendo otro Plebiscito de entrada, la clase política comandada por el Senado, "leyó arbitrariamente" que el 62% de adherentes del Rechazo lo habilitaba para hacerse con el proceso bajo sus propias reglas, lo cual, definitivamente, dio lugar al Acuerdo por Chile y a 12 puntos zanjado entre 4 paredes. En este sentido, la sobreinterpretación permitió a la oligarquía chilena, precisamente, "sacar del proceso al pueblo en nombre del pueblo". Esto representa el lado "bondadoso" o justificatorio del golpe de Estado institucional, justamente para buscar disimularse como tal, o sea, para hacer pasar su farsa como real.

Por todo anterior (y por mucho más), votar nulo el día de mañana no significa ni un movimiento épico, ni constituye un acto consumatorio de una campaña o llamado. Nada de eso. Votar nulo significa un simple movimiento menor, el cual -según lo  afirmado por Rodrigo Karmy- muestra la dimensión ontológica y real de todo este proceso: su nula legitimidad democrática. De paso, también muestra el punto cero de la política, reactivando el autoritarismo propio del pacto oligárquico que ha dominado la historia de nuestro país.

*

Votar nulo en las elecciones de Consejeros Constitucional no puede constituir un llamado. Más bien, significa un acto menor e irónico a la vez. El voto nulo es un modo de mostrar la nulidad de este proceso constitucional y, al mismo tiempo, de los 30 años de post-dictadura. ¿De post-dictadura? Pues sí, de post-dictadura sin más: de democracia sin pueblo. Como agudísimamente lo ha pensado el mismo Karmy (y pensado aquí no es un verbo reemplazable por otro presuntamente similar), se trata del único voto posible dentro de una democracia "adémica", desprovista de pueblo, afectos, disenso y vida (tal cual lo pretendió el ministro-empresario Diego Portales a la hora de ejercer su arte de gobierno como "peso de la noche"). 

En efecto, anular el voto es lo único posible porque revela el punto cero de la política actual: la imposibilidad de ésta dentro del marco institucional y la subsunción de cualquier voto válido en la violencia de una realidad que ha anulado la democracia.

En suma, el punto cero, el esqueleto, el hueso más inerte, crudo y desangrado de la democracia liberal muestra, justamente, su reducción a lo procedimental: la elección tiene que realizarse para respirar que el fantasma respire en paz y prosiga la farsa. Una farsa representada en un teatro de espectadores tristes, pero que ya está lejos de hacer hacer reír a alguien.

Por esto, tengamos claro algo: que todo fantasma ha llegado a ser tal sólo a costa de no haber conjurado lo inconjurable, de ser reacción a lo inconjurable de sus (im)propios demonios. 

La revuelta, como la felicidad, nunca pierde su inminencia. Mientras haya fantasma seguirá latiendo la potencia de la revuelta. He ahí los demonios.


miércoles, 15 de febrero de 2023

Fraseos: Envejecimiento

Manuel Álvarez Bravo, Qué chiquito es el mundo (1942).

Y cuando salíamos del trabajo, fatigados hasta la indiferencia, empezábamos a buscarnos. Nos buscábamos para perdernos y así sentir el respirar del beso amigo y fugaz. A veces también sonreíamos. Sonreíamos de verdad. Por un instante, mientras mi palma rozaba tu hombro, o entre el cosquilleo que despertaban tus dedos alrededor de mi cintura, podíamos saber que sonreíamos de verdad, como un cúmulo de niños mojados al sol o un amanecer retardado bajo las cámaras. Eran segundos de extravío que hacían estallar el universo al interior de mis mejillas. Luego nos mirábamos y, tras la intraducible torpeza de nuestros párpados, emitíamos una frase, solo una frase o un par de frases entrecortadas y mal pulidas, demasiado livianas para ser tomadas en serio, pero demasiado vergonzosas como para no ser pensadas durante las noches de insomnio y al calor del engaño parejero. Eran bromas. Nada más que bromas; nada más ni nada menos que bromas. Ademanes aislados e insignificantes, pero cuyo deseo subterráneo contaminaba la impoluta blancura de la sala de trabajo y amenazaba la tersa textura de cada sábana matrimonial. Esas tardes nos creíamos capaces de reavivar un tiempo originario que nada tenía que ver con trabajo ni roles familiares: en el efímero lazo de cada mirada, nos salvábamos del cansancio hasta hacernos resucitar en medio de este mundo. Y sólo requeríamos un par de frases titilantes, la sorpresa del gesto esperado pero siempre nuevo, la imaginación de unos cuerpos entrelazado que nunca habrían podido dar abasto (¿a qué?). Pero la gloria de la muerte -esa que nos hunde en el caos agitado tras cada pequeña muerte- sólo yace reservada para un par de amantes. Porque pese a que ambos estábamos dispuestos a arder en la caldera del deseo, hasta consumir cualquier rastro de confesión y sin temer al advenimiento de una culpa a ser pagada en infinitas cuotas, el puente en llamas que unía nuestras insinuaciones se estaba viniendo abajo: al final, envejecíamos; eso era todo, eso explicaba todo. Entonces no nos quedó más que contarnos un telepático y tranquilizador cuento: envejecíamos y punto; buscábamos el paraíso para escapar del hambre y no para sobreabundar de potencia. El cuento sería nuestra anestesia. Y durante noches y más noches, nos repetimos ese cuento, soñamos y nos atormentamos en las austeras redes de él; y lo hacíamos mientras odiábamos a quienes siempre habíamos amado; y lo fuimos volviendo una verdad, hasta convencernos de él, hasta transformarlo en una convicción y en la más profunda -pero temblorosa- de nuestras verdades. Y por eso, ahí nos quedamos, resistiendo la ilusión del "cómo te va", cerrando el paréntesis de un "bien gracias", esquivando la tartamudez de aquella conversación siempre abortada, ignorando la tristeza del "hasta mañana" tras un resignado "cuídate", apresurado el hipócrita "descansa" y el mecánico "tú también..."; ahí nos quedamos, amputando de raíz la continuación del "...ojalá que en mi hombro", no concibiendo el "y ojalá que yo en tu pecho" y nunca llegando a escribir el "juntos, contigo y juntos, aunque sea una vez, contigo, compañera."

lunes, 6 de febrero de 2023

Carcajada y desnudez. Reseña sobre "Los muertos no escriben" de Emilio Ramón



Una ciudad que no alcanza a ser ciudad. Un cementerio vestido, mal vestido de ciudad. Allí, en un edificio del otro lado del Mapocho y destinado a la desaparición y al olvido, como un falo en irreversible letanía, los personajes de Los muertos no escriben (Los perros románticos, 2021) oscilan entre el crudo patetismo y el más iluso e incomprensible espíritu de resistencia.

Esta novela de Emilio Ramón, escrita con el pulso ágil de quien sabe matizar la descripción coloquial con gruesas pinceladas de humor negro e, incluso, con ciertos toques de melancolía existencial, se desarrolla dentro de un entramado autorreferencial -y a ratos intratextual- desbordante en dulceamarga ironía. Así, los personajes, cuya definición inicial pareciera caer en lo estereotipado, se van revelando como la parodia que ellos mismos están condenados a representar: parodia de proyecto de escritores, de amantes sin amor, de poetas que retornan a la cocaína, de excursiones alcohólicas cuyos vómitos ya no preocupan ni espantan. Entre escritores y críticos que perdieron el rumbo al cual creían dirigirse, cayendo en el reverso sombrío de los azares que alguna vez alumbraron sus reconocidas -y ahora irreconocibles- producciones, muchísimos pasajes de esta novela rebosan un animus satírico: como si se tratase de una broma, quizás, demasiado cruel e inexorablemente cierta. Por ello, ante tal broma, no nos queda más que la honestidad de la carcajada.

De ahí que el fantasma de Bolaño, devenido cocainómano y escritor que no escribe, sea una miserable y graciosa metáfora de algo que nunca quisimos, que nunca querremos asumir: una poética del fracaso cuyos tropiezos resuenan, una tras otro, en el abismo sin fondo de la carcajada. En ese sentido, el encadenamiento de anécdotas que articula el conjunto de la novela da testimonio de una virtud de tono menor, rizomática, donde la fuerza proviene de los nudos de identidad de cada personaje y no de un orden episódico o entramado profundo que brinde estructura y continuidad ascendente a la historia. Este carácter menor, lejos de constituir un defecto, parece despejar la vía para favorecer el que tal vez sea el punto más alucinante de esta novela: el inexplicable vínculo que nos liga, en cuanto lectores y algo más, a tales personajes atormentados por el irremediable advenimiento de los cuarenta años.

En efecto, la soberbia inteligente de Camilo K, escritor que busca recuperar un reconocimiento literario y un proyecto de vida amorosa apenas saboreados; la simpleza, estupidez y rusticidad de Chancho Seis, transformado en escritor súper venta por la oficialidad del mercado editorial transnacional; las intenciones sexuales que mueve al crítico Felipe Dell” Orto, quien lee incluso menos de lo que escribe; la inteligencia aguda, aunque caída en permanente desgracia, en trágica y traumática desgracia, de Karina Valium; el rol silencioso y contenido del poeta Primo Juan, donde la sumisión, no obstante, se encuentra a un paso de tocar su límite, de explotar y hacernos explotar con él; la panza obscena y la mirada turbia en psicofármacos de Max Bodrio, poeta de visiones privilegiadas y de suerte ominosa; todos estos personajes, hilados por la camaradería de la frustración, resistiendo con su último aliento, y sin saberlo ni intuirlo, a la devastación del fracaso y abrazados entre sí por la rabia contra un neoliberalismo que algún día les prometió más de lo que les llegó a quitar, se van volviendo íntimos, se van reflejando en nosotros y en nuestros amigos y, quizás un tanto lastimosamente, se hacen dignos merecedores de ser amados.

Como si se tratara de una versión B, paródica o caricaturesca, aunque no directa o simétricamente heredera, de Los detectives salvajes, la intensidad y honestidad de la vida, en este caso la entrega irrestricta a los miles de modos de relacionarse con la literatura, es lo que, si bien no llega a salvar, al menos hace que valga la pena escribir y vivir cual se tratara de un mismo y único asunto: vivir en cuanto escritores-personajes que, en vías de ser, han quedado a la deriva de otras imaginaciones que los retoman, usan y olvidan. En sus miserias, en nuestras miserias, en la irónica autorreferencialidad de una novela sobre las andanzas de escritorzuelos de mala finitud, sólo la desnudez posesa de la carcajada, ya sea al son de una borrachera recordada al amanecer o en el insólito extrañamiento de un viejo rockero en caída libre hacia la decadencia, podrá irrigarnos la felicidad que algún día hizo vibrar a esta tierra de muertos. Carcajada y desnudez, al mismo tiempo y en un único instante, capaces de reír y de hacernos reír de nuestra propia vergüenza hasta llegar a anularla, a sublimarla, hasta transformarla en un extraña y frágil forma de orgullo: el orgullo de leer, de escribir y de fracasar del único modo genuino y original: con la inagotable inventiva del escritor.

Ficha técnica:

"Los muertos no escriben" de Emilio Ramón.

Novela.

258 páginas.

Editorial Los Perros Románticos.

viernes, 30 de diciembre de 2022

O'REI



Fue el primero. Y el mejor. Crecimos escuchando a nuestros viejos extasiarse y volver a ser niños a la hora de recordarlo. Suecia 58, donde sacó a Brasil campeón mundial con diecisiete años; Chile 62, siendo matado a patadas en Viña al segundo partido; Inglaterra 66, casi asesinado por los portugueses (después de eso -para lástima de los amigos charrúas- se inventaron las tarjetas amarillas y las rojas); México 70, el fútbol devenido arte; y durante todos los 60, el Santos de Pelé, recorriendo el orbe, maravillando a los pueblos y visitando Chile durante 4 veranos  (donde protagonizó el mejor partido que se ha visto en este rincón: el 6 a 4 del Santos contra Checoslovaquia).

Pelé nunca cupo dentro de ningún adjetivo. Poseía todas las cualidades posibles. En él confluían lo mejor de lo mejor. La suma de todos los atributos en su máxima potencia, diría Spinoza. Superlativo del superlativo: siempre el mejor. En el brinco, en el cabezazo, en el regate, en la velocidad, en la explosión, en el cambio de ritmo, en la pegada, en la táctica, en el uso de ambas piernas, en la resistencia contra todo tipo de patadas, rodillazos, codazos y hasta bajadas de pantalones, resultando lesionado sólo un mínimo porcentaje de veces. Siempre fue el mejor, incluso con la sonrisa: alegoría del Brasil del "jogo bonito"; y, a su vez, alegoría y alegría de todo Brasil. Crecimos escuchando del mito, crecimos sintiéndolo casi dentro de nuestro pecho. Por eso, hace unas décadas, lo fuimos a buscar en la televisión, por VHS y luego por YouTube. Nos plantamos frente a la pantalla y hasta hoy mantenemos la boca abierta, hasta hoy no podemos terminar de cerrarla ni de creerlo: pelotas que pesaban tres kilos parecía misiles alados o esporas flotantes en los pies de Pelé. 

Con arena y barro en las canchas, con fiesta y diversión nocturna, con puntas de zapatos marcadas en las canillas, con valentía y también con respeto, Pelé ganó 3 Mundiales, convirtió más de 1200 goles y ha sido el jugador más completo, más perfecto que ha existido. El fútbol es el deporte más hermoso del mundo, y Pelé fue el máximo atleta de la historia: porque Pelé es el fútbol. Lo más hermoso, sin embargo, nunca es de este mundo: Pelé no puede ser de este mundo. Y hoy volvió a donde pertenece, para convertir esos tres goles que estuvo a un milímetro de gritar en México 70 (a Checoslovaquia de mitad de cancha, a Mazurkiewicz de forma indescriptible, y a Gordon Banks, en la mejor tapada de todos los tiempos). Si hubieran sido convertidos, el fútbol se habría acabado. Hoy, de alguna manera, esos goles no hechos ni desperdiciados, se consuman, se imaginan perfectos, son vueltos a la eternidad.

Sí, es cierto: Diego es Dios. Pero Pelé es la eternidad. Y ambos 10, allá se van a quedar.

martes, 7 de junio de 2022

Hacia la Nueva Constitución

 


Mientras nos acercamos al plebiscito las noticias sobre la Nueva Constitución han venido tomando una fuerza creciente. Pese a que la gran mayoría de la derecha -con el poder de sus medios de comunicación y el financiamiento empresarial- ha tendido a bloquear el desarrollo de una discusión que aborde argumentos de fondo, optando por adoptar planteos falaces, facilistas y victimistas (por no mencionar a sus tropas de bots y su arsenal de Fake News en Redes Sociales), paulatinamente vamos conociendo los logros inscritos en la propuesta constitucional.

La aparición del borrador de la NC ha marcado un punto de inflexión, tan previsible como notorio. Se va dejando atrás el ambiente turbio impuesto por las fuerzas del rechazo, así como la satanización del conflicto político (cuestión, quizás, originada en una concepción paradisíaca-elitista de la convivencia social; de cómo una clase minoritaria sueña, religiosamente, con la política edénica), cuestiones favorecidas por una cobertura reductiva y predominantemente jurídica del proceso político de la CC, tendiente a instalar confusión. En tal punto, la segunda mesa directiva de la CC también debe realizar su autocrítica, pues durante el proceso fue incapaz de generar una estrategia comunicativa de pensamiento crítico que ejerciera contrapeso a los medios hegemónicos.

En relación sólo a uno de los puntos anteriores, el de la supuesta falta de consideración de la derecha en los temas discutidos, cabe recordar -como lo ha hecho Gaspar Domínguez- que si el borrador de la NC propone un sistema presidencialista atenuado y no uno semi-parlamentario es precisamente gracias a los votos de la derecha (unidos a los del PC), los cuales inclinaron la balanza hacia tal forma de gobierno. Adicionalmente, como lo ha mencionado Manu Royo, el pleno aprobó la indicación del Principio de No Devolución en asuntos migratorios presentado, justamente, por una convencional de derecha, la RN Paulina Veloso. Lo anterior solo por nombrar dos casos, entre muchos más, donde la derecha sí incidió en el debate; ergo, fue más que considerada.

A su vez, también pueden mencionarse varias iniciativas (tanto de convencionales como populares) que no surtieron efecto, las cuales se hallaban patrocinadas por fuerzas de izquierda. Quizás dos de las más relevantes hayan sido la relacionada con la nacionalización de la gran minería (con derecho a expropiación compensada, tal cual se hizo en el gobierno de Allende) y con la subordinación del Banco Central al poder democrático electoral, esto es, la derogación de su autonomía "técnica".

 Lejos de querer discutir la relevancia o no de estas últimas iniciativas (lo cual pecaría de extemporáneo), las menciono sólo para dar cuenta que su ausencia viene a confirmar que no estamos frente a un texto constitucional extremista, sino ante uno susceptible de resumirse y articularse bajo la clave hermenéutica con la cual él mismo se abre: un Estado Social de Derecho.

Así, como ha señalado Manuel Antonio Garretón (quien se halla lejos de ser santo de mi devoción), más que concebir a la NC desde la expectativa ilusa de ser la "Casa de Todos" (la pueril creencia de que cada uno de nosotros pueda sentirse "propiamente" identificado con la NC) estaríamos ante una propuesta de una "Casa para Todxs", donde el habitar demanda una tarea por llevarse a cabo en comunidad, y no apropiada o privatizada de antemano ni circunscrita al interés individualista. De ahí que cobre aún más sentido el concebir este texto en contraste con la Constitución del 80 (redactada por la Comisión Ortúzar entre 4 paredes, en plena Dictadura civico-militar, mientras las voces disidentes eran exterminadas, torturadas, violadas o, en el mejor de los casos, exiliadas), de cuya interpretación no sólo se desprendía la idea del Estado Subsidiario, sino la operatividad de una casa a la medida de una minoría privilegiada.

lunes, 9 de mayo de 2022

Hacia el fondo




I

Terminábamos de almorzar. Hacía frío. La estufa parpadeaba desde el viernes de la semana pasada y un olor denso invadía el departamento. Habíamos visto algunas posibilidades de trabajo. De hecho, anotamos los números de un par de supermercados que buscaban cajeros. Llamaríamos ese mismo lunes. No alcanzamos a hacerlo, es cierto, pero te lo agradezco igual. Me ayudaste en ello. Me ayudabas en todo. Te lo agradezco y te agradezco a ti, aunque no le agradezco nada a Dios. Me hubiese gustado brindar ahí mismo. Pero tenías la mirada transparente y cristalina, lamentable y solidaria, similar a la noche anterior, a las semanas anteriores. Me pareció que ibas a llorar. Por eso yo busqué no hacerlo: llené al máximo la cuchara de tallarines para que taponearan mi garganta.

Nos levantamos de la mesa y todo estuvo en orden. El desorden del hogar ya no nos sorprendía. Nunca creímos en la salud mental. Cosas domésticas, igual que el orden del departamento: cosas mundanas. Pero me pediste que lavara la loza acumulada desde el fin de semana. Tú la secarías. Acepté de buen modo y encendí la radio.

II

Dejaste el paño de secado sobre la cocina para contestar tu celular. Respondiste con un monosílabo afirmativo y rápidamente colgaste. No te pregunté quién era. Agradecí que no te extendieras hablando más de la cuenta. Escuchábamos una Sinfonía de Mahler. Lo hacíamos con sagrado silencio, como durante las primeras veces, y como esas primeras veces dijimos que tendría que ser la última vez: Mahler, un Titán caído que no alcanzaría a resucitar. Así tenía que ser. Algo grande estaba por irrumpir. Y seguías ahí, de pie y a mi lado. 

- Perdóname. Son mis padres. Vienen subiendo las escaleras. Ellos me ayudarán a empacar. Quédate aquí. No los saludes, no es necesario. Así será mejor. Lo siento.

Yo también lo (pre)sentía.

III

Estaba a punto de rebalsarse. Un minúsculo hilo de agua seguía cayendo al interior del lavaplatos. La espuma no dejaba ver la loza sumergida. Con mis manos sentí la suave silueta de los vasos mientras avanzaba para extraer los residuos de comida desde el orificio del desagüe. Toqué fondo. Mis uñas se hundieron en una masa informe. Algo sonó, se removió y la altura del agua empezó a descender violentamente. Giré la cabeza hacia el lado. No quise ver la materia viscosa que tenía entre mis dedos antes de tirarla a la bolsa de basura. Mecánicamente repetí la acción una vez más y volví a girar la cabeza hacia el lado. Pero ya no quedaba casi ningún residuo por remover. En un par de segundos el agua estancada desapareció por completo, dejando apreciar la leve agonía de la espuma, los bordes del lavaplatos salpicados de salsa y un revoltijo de tallarines ahorcándose unos a otros. Como las cuerdas de mi garganta.

IV

De ti no supe más y esa imagen fue la última, la peor versión tuya y la peor de todos los insultos y postales que me dejaste. Quizás por eso la recuerdo: porque nada de ti puede ser peor; porque esa tarde tocaste fondo y cualquier cosa que estés haciendo ahora será mejor que lo que hiciste, mejor que quien fuiste aún siendo tú. 

Sin embargo, continúo buscando el sentido absoluto de esa escena. Me empeño en llegar hasta su fondo más profundo para cogerla y agotarla. Sigo recordándola. Intento recorrerla y no solo habitarla. En vano la he forzado a confesar verdades subterráneas de ti y de mí, y también la he invocado para que me conceda el milagro de no haber existido nunca. He vuelto a visitarla innumerables veces y siempre de distintas maneras, maneras que van desde el iluso optimismo de la razón, de aquella razón portadora de promesas saludables y liberadoras, hasta la desesperación del culpable enceguecido por calmar su sed a cualquier precio, incluido el precio de aniquilarse a sí mismo. En realidad nunca he sacado nada recordando, pero sigo aquí: sobreviviendo, ni superándome ni suicidado. Aunque tal vez queriendo no haber nacido: suicidándome noche a noche.

V

En el fondo de todo y de todos siempre hay algo más inmundo, algo no visto y que nunca termina de irse, de mostrarse, de esconderse. Un fondo sin fondo: viscosidad.

viernes, 25 de marzo de 2022

Refundación (y refutación) de Carabineros

El hecho de que bajo gobierno de Boric continúen produciéndose casos de abusos policiales revela, al menos, dos problemas, como parte de un mismo fenómeno.
 
Primero, que no existe capacidad de control político por parte del Ministerio del Interior a la hora de obligar a que Carabineros de Chile realice su función actual: velar por el orden público respetando los protocolos básicos en su aplicación del "legítimo uso de la violencia" monopolizado por el Estado (atributo de las policía en las democracias burguesas-liberales). Estos protocolos -los cuales ni siquiera cuentan con una perspectiva de Derechos Humanos- tan sólo exigen que sa aplique la fuerza cuando sea estrictamente necesario, de una manera proporcional, gradual y con un objetivo disuasivo. Demás está decir que nada de esto ha sido respetado por la policía militarizada de Carabineros de Chile durante gran parte de su historia (intensificándose a partir de la dictadura civico-militar de Pinochet). No obstante, se vuelve inaceptable que hoy esto perdure, considerando que nos encontramos bajo un gobierno autodenominado de izquierda e integrado por muchas personas que salieron a las calles a manifestarse -incluso antes desde el 18 de Octubre de 2019- y las cuales fueron testigos de las violaciones a los Derechos Humanos perpetradas por Carabinero de Chile. 

Segundo -y como reverso de lo anterior-, se revelaría una posible insubordinación de la institución policial ante el poder político. Esto sería sumamente grave, pues significaría que dicha institución estaría ejerciendo un poder que transgrede a sus atribuciones en cualquier democracia: el principio de no deliberación. Dicho en simple: si Carabineros (y las FFAA en su conjunto) se mandaran solos o sirviesen declaradamente a intereses privados de una determinada clase (cosa que de hecho hacen, pero no declaran), correríamos el riesgo de ver multiplicado los abusos y violaciones a los DDHH hasta transformarlos en la norma y no en excepciones (como sucede con los regímenes totalitarios y militarizados). 

Por lo pronto, no hay que descartar que este fenómeno esté siendo impulsado por la derecha más recalcitrante, buscando exacerbar el caos y tender hacia lógicas cada vez más represivas, autoritarias y criminales, tal cual se aprecia a nivel internacional a través de los procesos de neofascistización. 

Ante tal escenario, urge realizar una refundación de Carabineros. Aunque durante la segunda vuelta Boric haya hablado de "reforma" por sobre "refundación", el horror de los hechos (avalados, además, en cuatro informes de ONG y organismos internacionales durante la revuelta) lo están obligando a realizar lo último. 

Así, ya no sólo se precisa de una mera solución focalizada, al modo de una destitución de los altos mandos, o de la condena de los responsables directos e indirectos de cada delito. Se debe ir mucho más allá de aquello para reorientar la finalidad social de la institución, desmontando el adoctrinamiento y clasismo actual, y apuntando hacia una formación basada en el respeto, compromiso y valoración de los DDHH, así como de su función ciudadana, motivada ya no sólo en pro del orden público, sino del bien común rector del ideal democrático. Un camino muy largo y complejo, pero tan estructural como las transformaciones prometidas por este gobierno y demandadas por la mayoría de la sociedad.

lunes, 21 de marzo de 2022

Dictado moral (Historia Moderna)

Foto de William Eugene Smith

¡Hey, usted! Sí, usted, el adulto bien informado, el televidente que -durante horas y horas cada día- se emociona a partir de los padecimientos del pueblo ucraniano (el proeuropeo, no el del Donbás) narrados por valientes periodistas in situ. Usted, que los días domingos, en medio del almuerzo familiar y habiendo concurrido o no a misa, comparte su preocupación sobre el inicio de una nueva Guerra Fría, así como sobre el encarecimiento de los productos agrícolas y energéticos, pero que, pese a eso, tiene la convicción de que sancionar a Rusia es un deber moral y, por lo tanto, es un precio que está dispuesto a pagar (como si la moral fuese una moneda de cambio).

Pues bien, usted, el adulto moralista y bien informado, el hombre de bien, quien aboga por la paz y por la libertad,  ha decidido apoyar al pueblo de Ucrania (o mejor dicho, frenar a Putin, porque a muchos neonazis ucranianos no creo que esté dispuesto a apoyar), poniendo una banderita celeste y amarilla en sus fotos de perfil, en su auto o en su bolso. ¿Qué quiere que le diga?

Primero: ¡Bravo!

Segundo: Un consejo. Corte la colita izquierda de la bandera (aproximadamente un cuarto), pues ello representará a las regiones de Donestk y Lugansk (y si quiere súmele a Crimea), cuya gran mayoría de habitantes se identifica más con el lenguaje y la cultura rusa que con un estado artificial como el de Ucrania.

Tercero: Para ser moralmente justo y no caer en hipocresía alguna (tal como dictan los complejos de santidad), agregue a la banderita rasgada de Ucrania la de los siguientes países (sólo por recordar algunos de los más recientes): Palestina (ocupada, expoliada y sometida por Israel a un sistema de neocolonialismo, apartheid y exterminio desde 1948 a la fecha), Siria (sometida a una guerra de agresión generada a partir de los intereses de potencias geopolíticas desde 2011 a la fecha), Yemen (sometida a una guerra de agresión por el wahabismo de Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos desde 2014 a la fecha), Afganistán (sometido a casi 20 años de ocupación estadounidense que agudizó gravemente los conflictos étnico-religiosos), Irak (sometido a una invasión de Estados Unidos y sus aliados desde 2003 hasta la fecha tras el pretexto de luchar contra el terrorismo, exportar la democracia y eliminar armas de destrucción masivas que nunca existieron), Libia (sometida a una intervención militar de gobiernos occidentales, la cual sembró el caos y fragmentó un país que tenía el IDH más alto del norte de África), el pueblo Saharaui (engañado, violentado e invisibilizado en sus afanes de autodeterminación por la monarquía autoritaria de Marruecos y la cobardía de todo el espectro política de España, en complicidad con el sionismo y el imperialismo estadounidense)...

Esas son sólo algunas de las banderas que podría agregar. Por supuesto, no hace falta mirar al pasado, pues no acabaríamos nunca si nos dedicamos a enumerar los crímenes, torturas, atropellos y violaciones contra los Derechos Humanos y el Derecho Internacional que ha promovido Estados Unidos y Europa en todo el mundo periférico (con la complicidad, obviamente, de las clases dominantes y vendepatria de cada nación) a lo largo de la historia moderna. 

Pero, es cierto, no se puede pedir todo: el desarrollo y la paz (¡la civilización!) conlleva genocidios y censuras, empezando por la Conquista de América y llegando hasta la rusofobia, pasando por las Guerras Mundiales, el Holocausto y por dos bombas atómicas dirigidas contra la población civil de Hiroshima y Nagasaki. Pedir más sería un despropósito.

Bueno, para resumir, creo que junto a la bandera de Ucrania podría poner la de todos los países del mundo...o la de ninguno (aunque no la de los países autodenominados.primer mundistas, aunque sí la de algunos de sus movimientos de resistencia, ya sean sociales, étnicos o de género). Ojalá el espacio le alcance. 

Finalmente, y siendo realista, temo que pondrá, en un gesto de priorización (o arbitrariedad), la bandera del país que sus propios colores (o las opciones de Facebook) le sugieran (o dicten).

miércoles, 16 de marzo de 2022

Memoria que imagina. Reseña sobre "Invisible" de Paul Auster




Tal vez uno de los aspectos más asombrosos de la narrativa contemporánea ha consistido en reafirmar -hasta la confirmación- algo que desde siempre se intuyó: nunca una narración se puede reducir a la historia que narra. Por el contrario, las técnicas narrativas actuales logran hacer de la historia un mero "pretexto" para desarrollar el virtuosismo del "arte textual". 

En efecto, la técnica del decir, el acto de contar, las reflexiones que los personajes no alcanzan a masticar, la intertextualidad, el silencio, las vacilaciones de una memoria dudosa de sí misma o los instintos de una imaginación deseante, son recursos narrativos que, en lugar de ponerse al servicio de un orden exterior (la verosimilitud del contenido, la complejidad de la trama, un desenlace clarificador, etc.), ellos mismos conforman el "foco" fragmentario e irreconstituible que prima sobre la historia. Para decirlo en una palabra: la novela como lúcido conglomerado y destello de partes que no precisan de un todo armónico en el cual encajar.

Este es el caso de Invisible (2009, Anagrama), admirable novela de Paul Auster. Dividida en tres capítulos, cada uno de ellos yace consagrada a distintos tipos de narradores. El joven y bello poeta neoyorkino, Adam Walker, comienza narrando en primera persona su arrollador encuentro con una pareja francesa, y cómo ésta lo adentra en un ambiente que alterna la ilusión literaria y la fascinación sexual con la más patológica violencia. 

La parte siguiente, es narrada en segunda persona por el propio Adam, más de cuarenta años después. A modo de memoria autobiográfica, hace referencia a los lados más oscuros de su pasado, donde se entremezclan la manipulación amorosa, algunos trazos familiares, fracasos literarios y una relación incestuosa. Esa segunda persona narrativa, de alguna manera, se explica no sólo a partir de la distancia culposa de Adam frente a su vida, sino la inventiva distorsionante del mismo: pasado de Adam que es él mismo, el mismo Adam, recordando y ficcionando, escribiendo mientras se hunde en una enfermedad terminal, habitando tanto un cuerpo -un harapo de cuerpo- que se excita en la memoria, así como una memoria que se va escapando de tal cuerpo doliente.

En el último capítulo opera un narrador-testigo, una profesora de literatura antigua enamorada de Adam que, pese a no haberlo visto durante décadas, mantiene su amor hacia él. Cuando sabe que Adam dejó escritas sus memorias antes de morir, las lee y se siente con el deber de zanjar los asuntos pendientes. Por eso, escribe esa última parte, con la cual se cierra el libro.

Invisible es el título de un desajuste. Se trata de una novela escrita desde el perspectivismo posmoderno, donde, al final, ninguna solidez o facticidad preexiste a lo narrado. Memoria, instintos, deseos, humillaciones, culpas; todo se deshace en un mar invisible. Pero esa misma invisibilidad, existe: es el espacio imaginativa donde se despliegan y contraen los sentidos de la ficción; la posibilidad de ir y venir dotando de voluntad y significado al simple hecho de existir.

viernes, 4 de febrero de 2022

El mito de Macondo. Reseña sobre "La hojarasca" de García Márquez



Macondo es narrado desde el mito.  Cuando se ha retirado lo peor de la hojarasca, y aunque haya dejado su hedor putrefacto entre los caminos, recién ahí emerge una porción de aire fresco. Una ráfaga de lucidez que, sin embargo, sigue remitiendo, como trauma insuperable, a la catástrofe que trajo aparejada la hojarasca.

"La hojarasca" (1955) es la primera novela de García Márquez. Ella, también, inicia, crea o da fe del imaginario mítico de Macondo. 

El tema central de la novela descansa en un conflicto trágico y universal, el cual remite a Antígona de Sófocles: la lucha entre, de un lado, la inalienable e incondicional dignidad humana (basada en un supuesto derecho natural), con el justo derecho de todos los muertos a ser enterrados, y, de otro lado, el (re)sentimiento humano de una sociedad degradada y víctima del capital, que entiende la justicia como venganza (derecho consuetudinario y contextual). 

No obstante, esta obra rebasa con creces su tema. Antes que quedar reducida a la historia, ella funda mundo. Esa es, tal vez, la principal virtud del realismo mágico: la fundación de una identidad donde, pese a provocarnos un profundo extrañamiento, siempre nos estamos reconociendo en cuanto latinoamericanos, con toda la gran dosis de diversidad que ello implica. Somos latinoamericanos -parece decirnos tanto esta novela como gran parte del primer Boom-. Lo somos, pese a la hojarasca; incluyendo a la hojarasca.

Macondo es narrado desde el mito. Cuando se ha retirado lo peor de la hojarasca, y aunque haya dejado su hedor putrefacto entre los caminos, recién ahí emerge una porción de aire fresco. Una ráfaga de lucidez que, sin embargo, sigue remitiendo, como trauma insuperable, a la catástrofe que trajo aparejada la hojarasca.

"La hojarasca" (1955) es la primera novela de García Márquez. Ella, también, inicia, crea o da fe del imaginario mítico de Macondo. 

El tema central de la novela descansa en un conflicto trágico y universal, el cual remite a Antígona de Sófocles: la lucha entre, de un lado, la inalienable e incondicional dignidad humana (basada en un supuesto derecho natural), con el justo derecho de todos los muertos a ser enterrados, y, de otro lado, el (re)sentimiento humano de una sociedad degradada y víctima del capital, que entiende la justicia como venganza (derecho consuetudinario y contextual). 

No obstante, esta obra rebasa con creces su tema. Antes que quedar reducida a la historia, ella funda mundo. Esa es, tal vez, la principal virtud del realismo mágico: la fundación de una identidad donde, pese a provocarnos un profundo extrañamiento, siempre nos estamos reconociendo en cuanto latinoamericanos, con toda la gran dosis de diversidad que ello implica. Somos latinoamericanos -parece decirnos tanto esta novela como gran parte del primer Boom-. Lo somos, pese a la hojarasca; incluyendo a la hojarasca.

Pero, ¿qué simboliza la hojarasca? El caudal de deshechos, corrupción y devastación que viene aparejador con la modernidad y sus procesos de capitalismo extractivista.

¿Que la causa efectivamente? El asentamiento de la industria bananera. 

Así, la hojarasca simboliza la explotación y cosificación de los modos de producción extractivistas de comienzos del siglo XX, pero también la miseria y desolación con que condena, trágicamente, a los pueblos donde el capitalismo posa sus garras depredadoras.

Esta figura innombrable -solo nombrada por García Márquez como la compañía bananera- , cuenta con un correlato histórico. En efecto, representa el asentamiento de la United Fruit Company en la región caribeña de Colombia, la cual, después de casi 30 años de haber devastado la zona, explotado a los trabajadores, monopolizado el comercio, instalado formas de vida alienantes, masacrado huelgas de trabajadores, consumido gran parte de los recursos, inutilizado el suelo y, por cierto, generado millonarias ganancias para los capitales estadounidenses, se retira de la zona hacia el año 1929.

Y ¿qué deja la hojarasca? A ella misma: miseria, putrefacción y murmullos. Miedo y rencor. Pero, en esos mismos murmullos, también habita una porción de aire que permite atestiguar (y tener fe en) el mito de Macondo.

Por lo mismo, Macondo florece desde la tierra movediza, pero siempre significativa, de la imaginación. La novela se estructura a partir de tres soliloquios que, a su vez, expresan la distinta valoración que se hace de la hojarasca: el viejo Coronel, quien, portador de una moral católica y tradicional, es testigo y defensor nostálgico de un Macondo aldeano, anterior a las corrupciones de la modernidad; su hija Isabel, quien, contemporánea al auge y caída de Macondo, replica, en su frustrada vida personal, la misma decadencia trágica del pueblo; y el hijo de aquella, un niño de apenas doce años, que, con la mirada reluciente y creativa de la inocencia, encarna la ilusión de un mundo nuevo.

La fundación de tal mundo nuevo, el cual no niegue la delirante fascinación que despierta los murmullos de la hojarasca, del teatro y del ferrocarril, sólo podrá ser fruto de una novela, es decir, de la conjunción de la palabra, el recuerdo y la imaginación. En esa acción residirá el origen sin origen de Macondo y su realismo mágico: en la manera en que García Márquez nos crea, retrata y retoca.



jueves, 27 de enero de 2022

Tensión y desinformación sobre Ucrania: el rol de Rusia, EEUU y la OTAN



Dos asuntos que se entrelazan. Una cuerda es tensada. El pasado está a punto de estallar en el presente. Quizás la geopolítica tenga estructuras de largo plazo. Eso nos quieren hacer creer. Pero ni de cerca habitamos un escenario similar al de Guerra Fría, aunque busque ser reactivado. Por eso, la importancia historia y nuestro deber ciudadano de aplicar el juicio crítico, en plena época de la desinformación, no puede olvidarse.

PUTIN

Pese a que el teatro sea deslumbrante, el libreto de la hipocresía es sencillo. Las agencias de prensa internacional presentan a Rusia como un país agresor contra Ucrania. Luego, EEUU, la Unión Europea y la OTAN, cumpliendo con su espíritu justiciero, defienden a Kiev. Todo parece simple y condenable; todo parece verosímil: se trata de la ambición imperialista de Putin. Pero pensemos un poco.

Nadie va a negar que Putin ejerce un gobierno autoritario y muchas veces opuesto a los principios que rigen la forma de estado federativa de Rusia. Tampoco nadie negar que Putin, por medio de su canciller Sergei Lavrov, se relaciona internacionalmente bajo intereses capitalistas, aunque con mayor dosis de equidad y ganancia mutua que otros. Pero invisibilizar la dimensión geopolítica de este conflicto es parte de esa misma batalla geopolítica: una geopolítica de la (des)información que posiciona a occidente, específicamente a EEUU y a la OTAN, como defensores del mundo democrático (liberal) y supuestamente libre.

OTAN

Si Rusia ha acercado sus tropas a la frontera con Ucrania es justamente porque la OTAN, incumpliendo la promesa hecha a comienzos de los 90, se ha expandido hacia el oriente, es decir, cada vez se aproxima más a Moscú. Esto ha significado pasar de 16 países miembros a 30, en poco más de tres décadas, incluyendo a Polonia y a los países bálticos fronterizos con Rusia (Estonia, Lituania y Letonia). Invitamos el asunto en un rústico ejercicio imaginativo: ¿Cómo reaccionaría EEUU si en la frontera mexicana con Texas se dispusieran tropas y armamentos militares? Para responderla, otra pregunta, pero históricamente constatada: ¿Cómo reaccionó EEUU cuando el año 61 la URSS instaló misiles en Cuba? Basta y sobra. 

Más allá del contexto de Guerra Fría y su reacción frente al Pacto de Varsovia, la OTAN fue creada, como muy irónicamente dijera un general inglés, con una finalidad específica que se reduce en la siguiente frase: "Mantener a los americanos dentro de Europa, a Rusia fuera de ella y a Alemania pequeña y controlada." Quizás sólo el primero de esos objetivos se sigue cumpliendo en la actualidad, pero metamorfoseado bajo el rostro de los grandes inversionistas estadounidenses. La expansión económica de Rusia, y particularmente el suministro energético que brinda a países europeos, se ve con malos ojos desde los sectores más cercanos al capitalismo salvaje de EEUU. De ahí que existan sanciones económicas, advertencias diplomáticas y amenazas militares para frenar su avance.

DESINFORMACIÓN

Ahora bien, el problema interno (nunca del todo) de Ucrania, al igual como sucede con otras ex-repúblicas soviéticas, consiste en un nudo que entrelaza al nacionalismo, la identidad cultural y al constructo del Estado-Nación, todo recubierto por las fuerza de los intereses económicos transnacionales.

Se acusa a Rusia de invadir Crimea y generar inestabilidad en el Dombás, la región este de Ucrania. Pero, ¿mencionan las agencias internacionales que ambas zonas son rusoparlantes y que sus habitantes se identifican culturalmente mucho más con la gran madre rusa antes que con el aspiracionismo europeísta? ¿Acaso los analistas internacionales señalan que hubo un plebiscito popular en Crimea para decidir su secesión de Ucrania y en cuyo escrutinio se impuso abrumadoramente (con más del 90% de adhesión) esa opción? ¿Acaso alguien habla del golpe de Estado dado a Yanukovich en 2015 por medio de las fuerzas de ultraderecha, las cuales buscan que el ingreso de Ucrania sea aceptado por la Unión Europea (justamente al precio de volverla una punta de lanza de la OTAN con miras a Moscú)? ¿Por qué los comentaristas internacionales invitados a la televisión (cuando los hay) apenas consideran los innumerables intereses económicos que están en juego en la región, principalmente aquellos vinculados con los gasoductos provenientes desde el sur de Rusia y por la construcción, en el Mar Báltico, del Nord Stream 2? ¿Por qué tampoco se mencionan las amenazas que, de asentar bases militares estadounidenses en Ucrania, dejarían a Moscú a cinco minutos de ser destruido, tornando casi nula la eficacia de su sistema de defensa antimisiles? ¿Y qué decir del presupuesto militar aprobado por el Congreso estadounidense hace algunas semanas, el cual roza los 800 mil millones de dólares (el más alto de su historia), y donde se destinan cientos de millones no sólo a recursos y tropas militares, sino también al apoyo de ONG que emitan propaganda antirusa en Ucrania?

TAREA

No se trague todo lo que ve. El llamado es a investigar y a reflexionar críticamente. En esta época de las comunicaciones, de la información, pero también de copamiento de la agenda por los medios de masas y de reproducción desinformativa hecho por las grandes agencias internacionales (France-Press, EFE, Reuters, Associated Presa, etc.), sin duda servidoras de los intereses hegemónicos y neocoloniales del capital, atrevámonos a comparar medios contrastar información y analizar discursos, teniendo como eje orientador las, muchas veces trágicas, enseñanzas que nos ha dejado la historia. Solo así seremos capaces de reflexionar críticamente acerca de los intereses geopolíticos que están en juego, y que también buscan jugar con nosotros, subestimando nuestra inteligencia y valentía.

sábado, 22 de enero de 2022

Gabinete: "consolidar para avanzar"



No nos sorprendamos. Las fuerzas antifascistas que derrotaron a Kast nunca fueron fuerzas antineoliberales. Boric no porta la Revolución, sino la esperanza de transformaciones estructurales. Con él, más importante que "su" programa inmediato, lo relevante es la potencia del proyecto que robustece: junto al arduo e innovador trabajo de la Convención Constitucional, por un lado, y al apoyo de organizaciones y movilizaciones populares (seguramente, después de medio siglo, tendremos un gobierno susceptible de ser defendido en la calle), por otro, el gobierno de Boric tendrá por misión sentar las condiciones de posibilidad de un cambio de rumbo. Esto significa, la paulatina desmercantilzación de los derechos sociales (cuyos efectos a corregir han generado: la precariedad del sistema de salud;  la reproducción epistémica y desigualdad social de una educación gestional y estandarizada; el abuso desvergonzado de AFP con sus millonarias utilidades) y la consolidación de un modo de concebir las relaciones sociales bajo una perspectiva feminista e intercultural que vaya mucho más allá de la paridad, para, por ejemplo, abordar asuntos como la crisis ambiental desde un prisma ecofeminista y basado en el "buen vivir" y armonía con la naturaleza.

Ahora bien, los primeros pasos de este gobierno evidencian tanto la diversidad como la pugna que existe al interior del mismo. El gabinete recoge, así, figuras provenientes de distintos sectores políticos que van desde el sector de la ex-Concertación hasta el PC y algunos independientes. Obviamente Boric busca alianzas con el PS para tenerlos de su lado en un Parlamento poco favorable. Menos obvio -pero más ingenuo- es valorar la presencia del PS como un gesto de invitación: llamarlos, a través de su inclusión en un gobierno transformador, a remontarse a sus propios orígenes, cuando el PS fue, hasta entrado los 70, un partido de izquierda. En todo caso, hoy figuras como Carlos Montes (Vivienda) o Mario Marcel (Hacienda), muy poco recuerdos deben guardar del Congreso de Chillán, por decir algo.

Desde siempre supimos que para derrotar al fascismo había que construir un gran frente. Lo hicimos. Ahora será tiempo de desplegar un diálogo radical en dos frentes: al interior de un gobierno en pugna, poroso en su configuración partidista, pero también en sus ideales ciudadanos y en sus iniciativas para favorecer la participación popular (aunque, por lo mismo, también dispuesto a llegar a acuerdos donde la institucionalidad no suprima o conjure la conflictividad y el movimiento de la vida popular); y al exterior de éste, es decir, en las calles, donde el adversario, esa derecha empresarial-patronal que, durante los últimos 40 años, ha visto multiplicadas sus ganancias en función a la acentuación de sus privilegios, irá utilizando gradualmente todos los medios que tenga a su alcance para evitar cederlos (copamiento de los medios de información de masas, creación de medios digitales, proliferación de bots algorítmicos, campañas del terror a nivel económico, securitario y xenófobo, instalación de fake news y acusaciones de populismo y corrupción, bloqueos financieros y bloqueos productivos, todo con miras a provocar golpes blandos o "legales", etc.). Sin duda, ahora se viene a lo que vinimos: seguir dando la lucha.

En suma, si buscamos resumir la conformación del gabinete, más allá del programa para vincularlo con el proyecto que esta etapa continúa abriendo, bien podríamos usar una frase emblemática de los años de la UP: "consolidar para avanzar" ( y no "avanzar sin transar"). Esperemos que ese avance sí pueda representar los primeros pasos de una verdadera transición. Pero, ¿de una transición hacia dónde? Hacia donde ya no sea necesario transar.

domingo, 28 de noviembre de 2021

Reseña a "La mutación como destino" de Juan Manuel Rivas


Un principio que es transformación. Para el poeta, allí donde es posible desdoblarse en "el efecto que me produce esa cáscara reflejada en el espejo", se revela una profecía: su degradación, lejos de ser nulidad, constituye la amenaza de una mutación sin fin ni finalidad.

Si la teoría de la evolución de Darwin fue considerada por Freud como una herida narcisista en el orden civilizacional, dada la desmitificación divina y el rebajamiento del ser humano al nivel natural que ella implicaba, Rivas asume los efectos de aquel paradigma. Pero no lo hace mirando con nostalgia hacia el origen de las especies, sino hacia su destino: la mutación. Así, en el fondo del espejo, el poeta plantea un desfondo: "En estos días miramos los adefesios de la propia sombra dispositivos/el dopaje como propio templo/en el futuro/la infinita soledad". De ahí en adelante, el devenir.

Sin distinguir entre la consciencia de un extravío o un llamado chamanístico, lo fantasioso se introduce por el espejo. El metal (no la madera) que bordea a ese espejo configura los materiales con los que Rivas abordará su deriva Cyborg. Como si estallara cualquier identidad personal en mil esquirlas de resplandeciente incomprensión, allí, solo frente al espejo, el poeta es remecido por "el nacimiento de una angélica doctrina".

Las imágenes mediales, los látex del cansado cyberporno, el esquematismo de una ciudad entregada al diseño ajedrezado de sus trazos, el laberinto de un lenguaje formal, el deseo que se empeña por erotizar los metales, todo confluye en apertura de un sinsentido revelador: "hacia allá vamos", parece decir el lector cuando termina de leer los versos de Rivas. Y sí: "dejo pasar mi futuro que nunca tuvo cuerpo pasado".

Hacia el final, y en un suspiro de añejo antropomorfismo, el Cyborg emite su soliloquio transitorio: "Un ilusorio insecto catódico que no termina de fraguarse/magnetiza la soledad terrible de las plataformas espaciales". Ya ni el suicidio ni el deseo pueden (¿salvar?) proponer una salida a la nueva era. El fin no tiene fin.

Un poemario que impacta.

"La mutación como destino" (Ediciones Filacteria, 2018) de Juan Manuel Rivas.

viernes, 22 de octubre de 2021

Un ejercicio fenomenológico: sensación, afección y volición


"Vista desde el Pont Royal hacia el Pont Solférino" (1933) de Brassaï. 

Ha caído la noche. La luz se ha disipado dejando tras los montes sus últimos estertores. Un bostezo mudo e infinito emerge del horizonte: ya no se deja apreciar el oscilar de los árboles más lejanos, ni la danza de los pájaros. Lo único que distinguimos entre la oscuridad son las diminutas y distantes luces de algún auto que bordea el camino del río. La admiración ante el crepúsculo ha dado paso, casi imperceptible o inexplicablemente, a una creciente inquietud en el seno de la noche. Ahora empezamos un desplazamiento, emprendemos una transposición de los sentidos: debemos ver con los oídos; nos parece que, a falta de la visión, se ha intensificado la preponderancia de los sonidos. Claro, ahí escuchamos el ronco crujir de las ramas quebradizas y, a pesar que no los veamos, las imaginamos. Eso nos tranquiliza un poco, nos otorga cierta sensación de estabilidad: los árboles, aunque ya nadie los pueda ver, siguen allí. Sin embargo, la tranquilidad, en su velo de sutil delgadez, es desgarrada por los pavorosos gritos de los pájaros que avanzan in crecendo. Gritos provenientes de un abismo sin nombre ni presencia. La angustia nos vence: ya no somos seres naturales. Y lo reconocemos con vergüenza. Así que debemos volver a nuestro lugar.  Encendemos la luz. Después buscamos olvidarlo todo y nos disponemos a escribir, a engañarnos.

****

Sensación, afección y volición. Esos son los tres niveles de conciencia, encadenados entre sí, que un análisis fenomenológico podría describir en el escrito anterior. En efecto, la sensación correspondería a la presencia perceptiva del paisaje mismo, a la mutación de éste alrededor de los ojos y oídos del narrador testigo. Esta sensación, no obstante, va despertando en el testigo una afección móvil, una afección que se desplaza desde el recuerdo de la admiración crepuscular hacia el progresivo pavor nocturno. Finalmente, la volición consiste en asumir la derrota: el testigo enciende la luz ante una amenaza misteriosa. He ahí su voluntad; y también su cobardía.

lunes, 20 de septiembre de 2021

Reseña a "Relicario", de Julio Rodajo. La respiración del respirar.

 


En los intersticios de una respiración profunda. Así parece haber sido escrito Relicario (Buenos Aires Poetry, 2021). Se trata de un poemario sobrio, sin pretensiones barroquistas, el cual genera sentido más gracias a la atmósfera ingrávida de lo que insinúa antes que a la sobreabundancia o banalidad del decir. Por cierto, a través de la mayoría de sus poemas, el mundo se presenta suspendido en la respiración de un lenguaje que nunca alcanza a abrazar los objetos que invoca. Respiración que constituye ella misma distancia, pero también aliento, alma, cuerpo descorporalizado y sediento de espíritu.

En Relicario prima una atmósfera metafísica. Se trata del aire sagaz que sobrevuela el abismo. Claro, no es el aire filoso del suicida que cae vertiginosamente por dicho abismo, ni tampoco el aire roto, catastrófico y estridente, del hombre desafortunado quien, producto de un accidente, azota su cabeza contra las rocas; ni la voluntad de sufrimiento y sacrificio del primero, ni la anecdótica y macabra casualidad del segundo. Relicario no habla ni de lo que el poeta tiene a la mano, ni de aquello que estallará frente a su vista. Más bien, con un ritmo reposado, Rodajo pule el aire, navega el vacío, respira su propia respiración en una cadencia infinita y siempre ávida de eternidad. El poeta habla de lo que no se puede hablar, de lo que no se alcanza a hablar (¿Dios? ¿El olvido? ¿La muerte?). Esa es la razón de que deba recurrir al susurro y al suspiro, a un tono menor, a veces deprimente, pero siempre extensivo, como todo lo grande, como todo lo profundo.

Así, ya desde el primer verso, en Exordio, se deja entrever, tal cual balbuceo agudo, la tensión radical entre finitud y la trascendencia:

Desde las ramas comienza el cielo

¡Gimen sus pájaros sin alas! (p. 11)

En un movimiento de opuestos, el oxímoron de impotencia expresa la imposibilidad del deseo de absoluto. En el poema siguiente, Acordes de obertura, Rodajo extiende esta tonalidad anímica, mostrándose culposo y circular:

Perdonen la demora.

Me he detenido en pensamientos vacíos

creyendo que luego del ocaso lograría dormir,

pero el insomnio me trae

nuevamente a cantarles mi agonía. (p.12)

Aquella imposibilidad metafísica y existencial a la hora de acceder a lo absoluto, cuenta con su correlato moral en la solicitud de perdón por la demora. El poeta, así, intuye que su esencia es aquella: la condena de morar, solitario, lo que demora: Hurto un mundo en mi hoja delirante / Soy deudo de mi duda, dueño de la Nada. (p.17)

En esta suspensión sobre la Nada, Rodajo continúa invitándonos a respirar los estertores largos de las planicies. Por ello, la dimensión óntica del mundo –en términos de Heidegger- se revela superflua, intrascendente y en permanente quietud, ausente u olvidada de cualquier origen:

Permanecen huellas de arenas

en los pies del que no camina

y un solo eco del silencio

viene desde una sombra ausente

para acostarse en esta tumba abierta. (p.25)

La desolación se ha entrañado en las vértebras del hablante. Tanto que, en una ráfaga de lúcida herejía, derrocha sus últimas energías para maldecir lo absurdo y lo enajenante contenido ya en los orígenes de la Creación: Hombre a quien todo lo humano le es ajeno, / lo contrario de Adán: / Nada. (p.29)

En medio del hastío, la figura de la amada -a ratos maldita bajo el rostro de Anabel, a ratos presa de un destino trágico-, se vuelve un faro que permite explorar otros parajes e intensidades. En este caso, se juega, casi cruelmente, con una esperanza de salvación mitológica, la cual tiende a desvanecerse en el absurdo:

No preguntes si hay alguien

solo entra al laberinto.

Serás redentora de ese otro

que soy a veces. (p.40)

Una páginas más adelante, se reaborda el tópico amoroso, pero adquiriendo ribetes místicos influenciados por Rilke. En efecto, Rodajo, a la hora de su despedida, pareciera estar comprometiéndose tanto con la amada como con Dios: Aprenderé que amar es tener manchas solares en los ojos. // Por ahora me despreocuparé del infinito / intentando no soñarte. (p.50)

Vale apuntar que cuando Rodajo aspira a lo absoluto, sólo encuentra preocupación por el infinito. De ahí que el deseo de trascendencia lo queme, como el éxtasis místico, con todas las manchas solares del universo. A su vez, aquejado por este dolor ante una trascendencia impotente, el poeta se torna incapaz de asumir una lucha perdida de antemano, y sólo intenta encontrar descanso en lo contrario al descanso mismo: en la voluntad de no soñar. El siguiente poema, Cantiga sin ti, insistirá en la figura amatoria de la ensoñación reiterativa, pero manifestando un dejo de obsesiva ternura:

Hay vestigios de tus pasos en mis sueños.

Eres sonrisa de niña que juega a perseguirse

Sonrisa de niña que juega a perseguirse

Nadie más espera que te encuentres

 

Cierro los ojos y ¡despierto! (p.53)

 

Ya hacia el final, el poemario intercala ritmos de pequeña aceleración, pero los cuales terminan ahogándose en el mar de nihilismo reinante como telón de fondo. Con una especie de cita oculta a Van Gogh, y con la grandeza de no nombrarlo ni nombrarse, Rodajo se (d)escribe a sí mismo, a modo de soliloquio:

Me entierro el pincel en el oído

¿Lo oyes?

A nadie más hemos amado.

Solos, tan solos

como una roca huérfana.

Trémulo, interrumpo el habla y la existencia.

 

Somos ya un tiempo ultimado

que repite siempre el mismo eco. (p.73)

 

El poema que cierra la obra, no hace más que mantener la prolongación metafísica. Sin embargo, luego del viaje, el poeta pareciera haber recuperado, al menos, la dimensión del cuerpo como idea o flujo interior, logrando concebirse desde la sangre pese a su soledad espiritualizada:

Aplauso solitario para lo que viene.

Seguro seguirá siendo sangre. (p. 79)

Al final, nos encontramos con la voz más personal de Rodajo, quien, proyectado desde una mismidad sacrificial, prepara la salida de escena mientras su eco permanece rebotando contra los bordes del abismo.

Una reliquia de poemario. Y un Réquiem para (el silencio de) Dios.

Sobre el autor:     

Julio Rodajo Ureta (Santiago de Chile, 1994). Poeta de oficio. Realizó sus estudios de Lengua y Literatura por la Universidad Alberto Hurtado y actualmente es estudiante de Magíster en Estudios de la Imagen (UAH).

Publicó los primeros poemas en su libro Vaivenes (Isidora Cartonera, 2013). Estuvo a cargo de Kaydara: cuaderno de literatura y arte (2016-2017). Ha participado en varias antologías y revistas de poesía, tanto en Chile como en Argentina y México. Fue panelista de la primera tempora de En busca del tiempo perdido (Radio Federación, 2017). Durante el 2018 se presentó como expositor en el Congreso Internacional de Literatura y Ecocrítica en Segovia, España, con su tesis de pregrado sobre El viento de los reinos de Efraín Barquero.